Luis Roberts
Albucio edil, digno del
cargo, vota por él. Grafiti electoral en Pompeya. Foto: Antigua Roma al Día |
Hace unos
días leí el resultado de un estudio que ha hecho un grupo de reputados
“espeleólogos lingüísticos”, sobre cuáles son las palabras más antiguas que
pronunció el ser humano, tomando ocho lenguas ya desaparecidas y algunas de
hace 15.000 años. Unas son absolutamente lógicas, pero otras son sorprendentes.
Mamá, papá, tú, yo, hombre, fuego, mano,
no, eso, más, que, sí, nosotros, dar,
quien, esto, viejo, oír, jalar, negro,
ceniza, escupir, corteza, gusano. Pasamos del
gruñido a estas palabras, mientras otros congéneres usaban silbidos, humo,
etc., como otras especies usan chillidos o movimientos para comunicarse, pues,
en definitiva, de eso va el lenguaje: de comunicarse.
Mucho más
tarde apareció la escritura. Primero en piedra y en tablas en las que los
romanos escribían con el punzón, el stilus, al que siempre nos referimos
en estilística. Más tarde el junco nos traería el papiro, que llenó con cientos
de miles de ejemplares sobre filosofía, historia, poesía, teatro la mayor
biblioteca conocida, la de Alejandría, quemada en parte accidentalmente y luego
rematada exprofeso por los cristianos. Algunos filósofos griegos se oponían
rotundamente a la enseñanza de la filosofía a través de la escritura, pues,
según ellos, sólo la oratoria tenía la belleza suficiente para poder transmitir
el pensamiento filosófico. Unos visionarios.
Pero me
quiero referir a lo que, desde Roma al menos, usaban para expresarse, para
comunicarse, los que no podían tener acceso a los papiros, ni a las lápidas ni
columnas de bronces, como los emperadores, senadores y ricos en general. Me
refiero a los esclavos y a sus grafitis: “firma, texto o composición pictórica
realizados generalmente sin autorización en lugares públicos, sobre una pared u
otra superficie resistente”, según la definición de la RAE.
El
emperador Augusto, en un acto de total egocentrismo hizo erigir a la entrada de
su tumba dos gigantescas columnas de bronce con el título de RES GESTAE
(“Lo que hice”, en español), en el que se narraban todas sus batallas,
construcciones, leyes, etc. Siglos después fueron fundidas, aunque su texto,
copiado infinidad de veces, fue vuelto a poner en dos columnas parecidas por
Mussolini, tan egocéntrico como Augusto, al que se quería parecer, pero en
payaso y hoy todavía se pueden ver en el Foro de Augusto.
Lápidas
parecidas, pero más modestas, tuvieron otros emperadores, pero también esclavos
y libertos de categoría superior, pues también entre los esclavos había
categorías, como la dedicada a Titus Elius Primitivus, archimagiros, del
Emperador, chef en griego, pues en latín no existía la palabra, de chef
de cuisine, o jefe de los cocus, de los cocineros.
Algunos
emperadores, como Geta, asesinado por su hermano Caracalla, vio su lápida con
su nombre borrado con maza y cincel, costumbre romana que luego practicarían
los cristianos cuando se apoderaron de Roma, donde destruyeron templos y amputaron
narices, brazos y cabeza de las maravillosas estatuas de las diosas y dioses,
como relata la historiadora Catherine Nixey en su magnífico libro La edad de
la penumbra.
Volviendo a
los grafitis, estos no nos dan cuenta de la política imperial, pero sí de la
vida de los ciudadanos de a pie y de las legiones de esclavos que formaban el
servicio de la infinidad de palatium, de los “palacios” de los
emperadores, que empezaron por apoderarse de toda la colina Palatina, de ahí el
nombre, y que nos muestran la cotidianidad de los ciudadanos y esclavos
romanos. En el área de servicio del Palatino aún se conserva el yeso con más de
350 inscripciones o grafitis; la más famosa es de finales del siglo II e.c., y
se trata de la primera representación conocida de la crucifixión: un dibujo con
“chiste” dedicado por sus compañeros a un esclavo cristiano de nombre
Alexamenos, con la inscripción en un griego tosco “Venera a tu dios” y en la
que se ve a un crucificado con cabeza de asno, pues así calificaban y
representaban los no cristianos a Jesús de Nazaret, “cabeza de asno”, sobre
todo por confundir el relato con el dato, pues el relato de la crucifixión de
los cristianos no coincidían con el dato de las crucifixiones romanas. Este
grafiti y su explicación aparecen en el libro Emperador de Roma, de la
historiadora inglesa Mary Beard.
Los
grafitis que van apareciendo año tras año en las excavaciones de Pompeya, de la
que aún se ha recuperado una mínima parte, nos dan una imagen vívida de lo que
era la gran ciudad de recreo millonario de los romanos. Grafitis en los
prostíbulos: “Aquí tiró Flavio Cayo con una prostituta siria hermosísima”; “Aquí
se hace el mejor amor griego de la ciudad”, etc. Aunque tal vez el más
gracioso, que también reproduce Mary Beard, sea el que reza: “Apollinaris
medicus Titi imperatoris hic cacavit bene”. Es decir: “Apollinaris médico
(esclavo por supuesto), del emperador Tito, hizo aquí una buena cagada”.
Quiero terminar con los grafitis expresivos y divertidos,
alejándome de Roma y yendo a Caracas, donde en el muro de una casa de cierto
lujo en San Marino a una cuadra de Mata de Coco, durante años (lástima que
perdí la foto y no sé si sigue ahí o tras muchos años lo borraron) había un
grafiti muy propio de esta época que decía: “Las hallacas de mi madre son una
mierda, mi padre es un jalabolas”.
luisrobert@gmail.com
Año
XI / N° CDXXXVIII / 18 de diciembre del 2023
El mejor grafiti de la historia apareció en Arvon Road, Islington, Londres en 1965 y rezaba así: "Clapton is God".
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