lunes, 8 de abril de 2019

And Lady Mondegreen [CCLV]

Ariadna Voulgaris



No me venga con mondegrines, mi cuate, que yo
conozco al condecito Erly desde hace tiempo



         Recordarán aquella escena de Ifigenia en que Cristina le confiesa a María Eugenia, la narradora, el secreto de su familia, la razón por la que está internada en el Colegio del Sagrado Corazón, donde se conocieron. Comienza en ese momento una amistad íntima y armoniosa cuya memoria María Eugenia esparce a lo largo de la novela. Así, aunque sin historias de deshonor familiar, comenzamos a ser amigas Alejandra y yo en primaria. Lo nuestro fue más sencillo, empero. Cristina deseaba saber lo que era un “hijo natural” y María Eugenia no se atrevía a confesarle que tampoco sabía. Alejandra se equivocaba todos los días al cantar el himno nacional y yo no me atrevía a corregirla. Hasta la distraía en los versos precisos para que nadie la oyera equivocarse. Ella cantaba, por ejemplo: “Y a este santo nombre, templo de calor, el vil egoísmo que otra vez triunfó”. ¡Tembló de pavor!
         Ahora parece que avergüenzo a mi amiga, pero lo cierto es que esto nos ha pasado a todos. Yo, por ejemplo, ya grande, oía las canciones que tocaba mi abuelo venezolano en la guitarra y después cantaba: “Y aunque mi vida se torne errante, te juro que adelante esperaré por ti”, en lugar de anhelante, que incluso es el título de esta hermosa melodía. Por último, nadie se ha dado cuenta aún de que el Alma llanera no dice “Me arrulló la vida diana de la brisa y el cantar” sino “Me arrulló la viva diana de la brisa en el palmar”. Aquí, por cierto, me sopla el profesor Malaver que existe una versión que dice “Soy hermano de los pumas, de las garzas, de las rosas”, que no de la espuma”.
         Por lo que he leído recientemente en Internet, este fenómeno, que a mí me parece harto cotidiano y que debe suceder dondequiera que exista una emisora de radio, se comenzó a documentar en 1954, cuando la escritora Sylvia Wright mencionó en el artículo “The Death of Lady Mondegreen” su experiencia con un verso de una canción escocesa recogida por Thomas Percy en su libro Reliquias de la antigua poesía inglesa de 1765. Wright disfrutaba escuchar de su madre los versos sobre la muerte de Murray, pero pensaba que éste había sido asesinado en el bosque junto con su amante, llamada Lady Mondegreen. El poema en realidad dice así:

Ye Highlands and ye Lowlands,
Oh, where hae ye been?
They hae slain the Earl O’Murray,
And laid him on the green.

         Seis palabras cuyas sílabas, percibidas y ligadas de manera confusa, convertían una heroica historia épica en una dolorosa historia de amor. Oscuros esbirros, en apariencia, se habían ensañado contra los enamorados mientras disfrutaban de la soledad, cuando en realidad, abandonado por sus guerreros, el joven noble yacía sobre el césped, ahora incapaz de delatar a sus asesinos.
         Los mondegreens (que es como terminaron llamándose estas palabras confusas o estas confusiones lingüísticas) son infaltables en los repertorios de los humoristas. Cantinflas y Emilio Lovera no serían nadie sin ellos. Alejandra y yo, sin tantas ínfulas, casi no podemos hablar diez minutos sin recurrir a ellos. Nos reímos con los mondegreens como un par de borrachas en una piyamada. Ella hasta ha dejado, ahora en la adultez, de molestarse cuando le canto su propia versión del Gloria al bravo pueblo. Por fortuna, no habla griego, porque viviría para burlarse de los desatinos y perogrulladas que cometo en la lengua de mis abuelos. ¡Oh, Margot!

ariadnavoulgaris@gmail.com



Año VII / N° CCLV / 8 de abril del 2019



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