viernes, 31 de diciembre de 2021

El tañir de las campanas [CCCLXXIV]

Edgardo Malaver

 

 

Flores que, conformes, se sienten dichosas de dar
sus perfumes a las mariposas


 

 

 

         Hablando de cómo lee un mal lector, el escritor británico C.S. Lewis —siempre tengo que detenerme a aclarar que sí, que me refiero al autor de Las crónicas de Narnia—, dice que por lo general a la gente que habitualmente oye música no le interesa la música: “lo único que quieren es tararear la tonada”. Es verdad, a los mortales nos pasa exactamente eso: no entendemos nada de música y, en consecuencia, no nos detenemos a identificar las innumerables sutilezas sonoras de una pieza concebidas para elevar el espíritu mediante la “contemplación de lo bello”, como afirma Edgar Allan Poe —sí, el de “El gato negro”.

         Pues es lo que nos pasaba a todos con aquel verso de la gaita “Amigo”, escrita por Manny Delgado y cantada por Betulio Medina —sí, el de Maracaibo 15—:

 

Y el tañir de las campanas

y el sonar de un cañonazo

me hacen pensar mucho en ti, amigo,

que quiero darte un abrazo.

 

Durante años y años todos hemos cantado esta canción sin reflexionar que en realidad el verbo tañir, que aquí actúa como sustantivo, es un “error”, cuando menos un “descuido”, un “desliz” de la pluma del autor, o de la voz del cantante. El repique de las campanas, o el sonido que produce cualquier instrumento de percusión o de cuerda, se llama tañer. Es un verbo regularísimo que, transitivamente, se conjuga: yo taño, tú tañes, él taña, etc. La confusión, lapsus, o mondegrín a la inversa, puede provenir del participio pasado del verbo: tañido, que curiosamente también puede ser sustantivo. A cualquiera le sucede, al escribir una canción, que, por sonoridad, toma una palabra de forma muy expresiva, como tañir, en lugar de otra, con mucha menos energía, como tañer, aunque esta sea la pronunciación “correcta”.

         A veces sucede por razones de métrica, con consecuencias sobre la sintaxis, como en el caso de “Llorarás”, compuesta por Oscar D’León —sí, el de “Cuando florezcan las amapolas”—:

 

Llorarás y llorarás

sin nadie que te consuele,

y así te darás de cuenta

que si te engañan duele.

 

En el tercer verso, de no incluir la preposición de, faltaría una sílaba y, para decirlo en términos breves, la canción no se podría cantar; pero, además, sucede que el verso perdería toda su fuerza.

         A Luis Mariano Rivera —sí, sí, el autor de “Cerecita, cerecita”— le pasa lo contrario cuando dice, en “Canchunchú florido”:

 

Cuando invierno empieza

tierra a humedecer,

Canchunchú es un canto

al amanecer.

 

Bien podría decir: “Cuando el invierno empieza...” porque la sinalefa entre las dos primeras palabras dejaría invariable el número de sílabas, pero en el verso siguiente otra vez sucede que el poeta necesita, ahora sí inevitablemente, elidir el artículo de tierra, y con eso logra que la estrofa en su conjunto sea muy perceptible, que llame mucho la atención.

         Todos estos casos entran en el territorio de lo que siempre se ha llamado licencia poética, es decir, esa libertad que pueden permitirse los autores de versos, especialmente en la poesía oral, de añadir, elidir, modificar, crear, repetir, trasponer, fundir sílabas, palabras e incluso versos enteros, según lo requiera el ritmo, la rima o el acento del texto.

         Es entonces una licencia poética lo que se toman Delgado y Medina cuando cantan “el tañir de las campanas”. No puede hablarse de error en este caso ni en ninguno de los otros. Es tan válida esta creación léxica (y poética) que se han permitido los autores que cuando han intentado “corregirla”, casi logran el efecto contrario al deseado: los oyentes, los amantes de sus canciones, el público que los respeta —que en los tres casos es todo el pueblo venezolano—, si es que se percatan del cambio, sencillamente lo ignoran o lo rechazan. Siempre terminan prefiriendo la versión original que, artísticamente, ha sido más creativa, aunque en rigor sea menos cuidadosa con la gramática.

         Hace unos días vi un reciente video en que Betulio Medina canta varios fragmentos de sus canciones en un popurrí hermosísimo. Cuando llega a las campanas de “Amigo”, el experimentado gaitero cambia la letra y canta: “el tañer de las campanas”, y, a pesar de la belleza del video y de la música, ahora sí parece un error que lo pronuncie así. También Oscar D’León ha cantado alguna vez —y quizá ha grabado— “Llorarás” sustituyendo el verso del “error” por “y así te darás tú cuenta”, y no siento yo que le haga ningún favor a la canción. Gracias a Dios, a Gualberto Ibarreto —sí, el de “María Antonia”— no se le ha ocurrido modificar de esa manera la canción de Luis Mariano Rivera.

         Debo, sin embargo, comentar que la teoría de la literatura oral indica que una de las características más importantes de esta manifestación artística es precisamente la variabilidad. Es decir, así como no existe una interpretación de un mismo texto oral que sea idéntica a otra, tampoco hay nada que impida al intérprete introducir modificaciones cada vez que lo emite. Se entiende más bien que ellas enriquecen el texto. Los mitos, leyendas y fábulas, desde Homero hasta hoy, se conservan gracias a esa posibilidad de cambio constante y creativo. Un ejemplo contundente —e intensamente aplaudido— de esta peculiaridad en Venezuela es la modificación que introdujo Yordano—sí, el de “Madera fina”— en un concierto al cantar su popularísima canción “Por estas calles” para protestar en contra de un gobierno que deja a su propio pueblo en manos de la delincuencia. En lugar del cuarto verso de la quinta estrofa, de por sí contundente, que dice: “...y hay algunos que hasta se lanzan pa presidente”, en aquella ocasión cantó:

 

Y los que andan de cuello blanco son los peores

porque además de quemarte se hacen llamar señores.

Tienen amigos en altos cargos, muy influyentes,

y hay algunos que hasta llegaron a presidente.

 

         En suma, el texto oral, aunque artístico, puede variar, pero, como confirma Lewis, lo que queda en la mente del oyente, los sonidos que se encadenaron en sus labios, es lo que irá de boca en boca; el mensaje escrito no va a sonarle si eso no coincide con el que se aprendió desde el principio. Es decir, a menos que el mundo vuelva a empezar por el final y marche hacia atrás, siempre cantaremos “y el tañir de las campanas...”, al final del año y en el resto de él... porque así es la poesía popular y así es la lengua.

         En el fondo está la lengua. Como habrán imaginado, elegí este verso de la música popular venezolana para despedir el año 2021 conversando con ustedes sobre la lengua. Yo también creo es “extraño que se vaya tan ligero”, sus días “transcurrieron en tropel”, hasta “me parece que fue ayer” cuando publicamos aquel número 338. Tal como me pasa siempre, a pesar de todo, me estaba acostumbrando a él. Me provoca cantarle, con Maracaibo 15:

 

Cuando suenen las doce campanadas

y todo se convierta en alegría,

levantaré mi copa a tu salud,

deseando que regreses algún día.

 

¡Feliz Año Nuevo para todos!

 

emalaver@gmail.com

 

 

 

Año IX / N° CCCLXXIV / 31 de diciembre del 2021

 

 

 

Otros artículos de Edgardo Malaver

La mil veces bendita

Ochocientas velitas

Verbo más sustantivo

Mal de amores con tenguerengue

Perú (IV)

 


No hay comentarios.:

Publicar un comentario