miércoles, 6 de octubre de 2021

Mal de amores con tenguerengue [CCCLXVIII]

Edgardo Malaver

 

 

Dante y Beatriz a orillas del Leteo (1889),
de Cristóbal Rojas

 

 

 

         Desde el miércoles de la semana pasada tengo en la mente una campana que repite y repite una expresión que yo oía mucho cuando era pequeño. Me la repite, sin embargo, incompleta, me repite la primera mitad, y yo sé que me la repite tanto porque quiere recordar la segunda. Confía en mí para que le busque la respuesta... y yo que confiaría en ella. Más o menos el sábado en la mañana comenzó a sonarme que la palabra que le faltaba debía ser tetrasílaba y, horas más tarde, que todas las sílabas tendrían la e como única vocal. Pensé en el merequetengue del merengue ese; pero no, tenían que ser cuatro sílabas.

         La expresión, que les lanzaban los adultos a los muchachos cuando los veían medio lelos, dominados por la falta de sueño, por los suspiros del primer amor, por el calor del mediodía, era como sinónimo de “¡Despiértate!”. “¡¿Qué tienes, fulano, mal de amores con...?!”. Y esta mañana, de tanto intentarlo, comenzó a llegarme de la región oscura una palabra que se parecía a tenguerengue. La pronuncié mientras tomaba café. “¿Será tenguerengue?”, me pregunté en voz alta. La dije, la repetí, la escribí, intenté recordarla en labios de mi mamá, pero nada me daba la certeza.

         Les pregunté a varios parientes que crecieron cerca de mí y antiguos compañeros de escuela. Pronto me llegaron cinco o seis mensajes que afirmaban recordar la palabra claramente, y también la expresión: mal de amores con tenguerengue.

         Mientras esperaba las respuestas, la gran sorpresa me la dio el diccionario. Resulta que la dichosa palabra estaba ahí y yo buscándola en mi memoria. Aparece, para ser más más preciso, en la locución adverbial en tenguerengue, que significa ‘sin estabilidad. Puesto a investigar, descubro que en el 2006 una Escuela de Escritores, de España, la eligió como la palabra más bella del idioma. También he leído que en toda España la usan y que, allá también, puede referirse a un estado de ánimo, como la aflicción o el quebranto “causado por el amor”.

         Después de unos 40 años sin saborearla, sin sentir su tersura de vocales entre el cerebro y la lengua, una palabra ha vuelto a mí. Celebro como quien descubre que un amigo de la niñez se acaba de mudar a la casa de al lado, y desde el primer momento ese amigo recuerda nuestro nombre y poco a poco, juntos, vamos recordando episodios, nombres, temores, alegrías. Y palabras, que son las lámparas del recuerdo, la dulzura de los recuerdos.

 

emalaver@gmail.com

 

 

 

Año IX / N° CCCLXVIII / 4 de octubre del 2021

 

 

 

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