lunes, 29 de abril de 2019

¿Quién es la viudita, la hija del rey? [CCLVIII]

Edgardo Malaver




Viuda, hija de rey... ¿será Juana la Loca quien no encuentra
con quién casarse? (atribuido a
Jacob van Laethem)




         Una ventaja enorme que tiene la literatura oral sobre la escrita es que cambia constantemente: cada generación se apropia de los textos y, sin percatarse siquiera, elimina y agrega palabras, modifica y traspone frases, se salta y repite estrofas y episodios, y aunque podría pensarse que esto desvirtúa su contenido, en realidad no hace más que enriquecerlo y, por ende, garantizar su permanencia.
         Pienso en las canciones que cantan los niños en la escuela. De pequeño pensé un día, jugando en el parque de mi escuela, que nadie nos había enseñado la cancioncilla que entonábamos mientras dábamos vueltas en la ruleta. Deduje que los niños más pequeños debíamos haberlas aprendido de los más grandes, que, de más pequeños, las habían aprendido de los que habían llegado antes, y así hasta el principio de los tiempos; pero la educación formal y masiva no tiene tanta edad. Entonces, ¿de dónde pueden venir? En América Latina, para resumir, de España. Y en cada país y en cada región de cada país, con el tiempo y la repetición, fueron adoptando formas y versiones diferentes.
         “Arroz con leche”, por ejemplo, que según algunas fuentes apareció en Francia y la aprendieron los españoles en la época en que descubrieron América, es una canción-juego que se les desparramó en todos los países que conquistaron de este lado del mar y ahora existen versiones que apenas guardan parecido con algunas otras. Existen las versiones muy breves y las bastante complejas, las desabridas y las más interesantes, las antiguas y las recientes. Hay tantas, que no será posible decir lo mínimo necesario en una sola edición de Ritos.
         Está claro, sí, que se trata de una historia de amor. En ella un mozalbete  en edad de casarse y una joven viuda, probablemente españoles los dos, cantan que desean casarse, y al final parecen encontrarse y aceptarse. Él busca, en algunas versiones, como la que predomina en Venezuela, “una viudita de la capital”; en otras, como la de España y Perú, “una señorita de Portugal”. La descripción que él hace de la mujer ideal es “que sepa coser, que sepa bordar, que ponga la mesa en su santo lugar”, nada sorpresivo para la época en que presumiblemente se escribió el texto. En versiones más recientes dice: “que sepa abrir la puerta para ir a jugar”. Quizá (pero sólo quizá) políticamente correcto, pero meramente infantil, desprovisto de historia (como documento y como anécdota), simple.
         La voz femenina responde  (lo cual insinúa que es ésta la versión más antigua) que ella es la viudita que él busca y aclara: “la hija del rey”. Este verso, en España, cambia radicalmente las cosas. “Yo soy la viudita, del barrio del rey”. ¡Ah, no es princesa! ¿Por qué iba a decir “hija del rey” si podía decir princecita o infantita en lugar de señorita o de viudita? Y si él la quiere portuguesa, ¿por qué la busca en Madrid? Además, ¿es posible que crea que cualquiera puede aspirar a matrimoniarse con un miembro de la realeza? Ella, por su parte, si fuera hija de rey, ¿tendría necesidad de “poner la mesa en su santo lugar” para conseguir marido? ¿No tendría servidumbre? ¿No debería, en ese caso, ser él quien cumpliera las exigencias de la familia de ella?
         En cualquiera de los casos, sea que él sea, como se siente apenas se comienza a reflexionar o investigar, un cazafortunas, o que ella, como es comprensible, necesite un marido para que la “represente” en un mundo que funciona masculinamente (lo cual es poco probable que necesitara si fuera heredera al trono), lo cierto es que la última “estrofa” es suficientemente ambigua a ambos lados del océano para que pensemos que él o ella deciden en medio de varias opciones: “Contigo sí, contigo no; contigo, mi vida, me casaré yo”. En Venezuela, al menos, la cantamos así. Hay versiones en que él dice: “Con ésta sí, con ésta no”, pero también aquellas en las que ella dice: “Con éste sí, con éste no”. Qué equilibrio.
         [Perdón, tenemos que seguir la semana que viene.]

emalaver@gmail.com



Año VII / N° CCLVIII / 29 de abril del 2019




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