lunes, 25 de mayo de 2015

Solo sé que no lleva acento [LVIII]

Camila Guette


         A veces me pregunto si Andrés Bello entendería nuestra manera de hablar y escribir hoy en día y la verdad es que no me cabe la menor duda. Viniendo de un erudito como ese, no me sorprendería. Pero la triste realidad es que no todos somos eruditos, que luchamos para siquiera escribir una línea y pasamos días borrando y reescribiendo hasta un simple tuit, y cuando ha llegado el momento de que alguien lo lea, empiezan los remordimientos: ¿por qué lo escribí?
El uso impone la regla, de lo contrario, estaríamos escribiendo en la lengua de Cervantes que, aunque nos duela aceptarlo, ya no es la misma. Ese sí que no entendería ni medio. Ya son cerca de 500 millones de habitantes los que hacen uso del español, es decir, que hablan y en ocasiones también leen. Solo unos cuantos escriben, ya sea como oficio o por razones académicas, y una fracción más pequeña está al tanto de la normalización de la Real Academia Española. Debo decir con vergüenza que no soy uno de ellos, y no es que me haya unido al clan de Cortázar, que sí gozó en su momento de su licencia de escritor para jugar con el lenguaje. Para muestra, un extracto del peculiar texto del escritor argentino Cesar Bruto con el que Cortázar encabeza su prólogo de Rayuela:

Siempre que viene el tiempo fresco, o sea al medio del otonio, a mí me da la loca de pensar ideas de tipo eséntrico y esótico, como ser por egenplo que me gustaría venirme golondrina para agarrar y volar a los paíx adonde haiga calor, o de ser hormiga para meterme bien adentro de una cueva y comer los productos guardados en el verano o de ser una bívora como las del solójico, que las tienen bien guardadas en una jaula de vidrio con calefación para que no se queden duras de frío, que es lo que les pasa a los pobres seres humanos que no pueden comprarse ropa con lo cara questá... (Cortázar, 1963, p. 83).

Fue hace apenas unos meses que me enteré de que “solo” no llevaba acento y los demostrativos “este” y “esta” tampoco. Mi consuelo llegó pronto cuando me di cuenta de que no era la única. Al principio me invadió un sentimiento de nostalgia, pero luego solo me causó una gran molestia. Y no fue el hecho de poner o quitar un acento, sino la pretensión de querer imponerse sobre el uso, sobre los hablantes, quienes son, a fin de cuentas, los que le dan sentido a la lengua. Ellos la crean y ellos la destruyen. ¿Que deben respetarla? Por supuesto. Pero hay que tener en mente siempre, que como todo ente vivo, la lengua tampoco goza de la anhelada inmortalidad. Del mismo modo que no nos bañamos dos veces en el mismo río, como bien decía Heráclito, la lengua deviene tan fugaz, tan efímera como un melancólico y solitario acento…

camila.guette@gmail.com


Referencias

Cortázar, Julio (1963). Rayuela. Buenos Aires: Editorial Sudamericana.




Año III / Nº LVIII / 25 de mayo del 2015

lunes, 18 de mayo de 2015

¡Mosca! [LVII]

Edgardo Malaver Lárez


            Voy a sonar a Laura Jaramillo: la imaginación lingüística de los venezolanos no parece tener límites. Esa capacidad de encontrar semejanzas —construir metáforas, pues— entre lo que está pensando y algún elemento de la realidad tangible (capacidad que tienen todos los pueblos del mundo) en Venezuela parece agudizarse, multiplicarse, refinarse a niveles que merecen aplausos. O... ¿será la cercanía, una cercanía tan cercana que estoy entre... nosotros, lo que me hace pensar eso?
            Los problemas, como situaciones complicadas a las que se da vueltas indefinidamente, son asimilados a rollos, y como las serpientes suelen enrollarse en sí mismas, un problema termina siendo una culebra. Estas particulares culebras también hay que "matarlas por la cabeza" para acabar con ellas. Las telenovelas, por cierto, son, ni más ni menos, eso, enredos, y, por tanto, se les llama también culebrones. Si alguien parece estar desorientado, se le hiperboliza diciendo que está más perdido que el hijo de Lindbergh. Cuando Benedicto XVI renunció a sus funciones como cabeza de la Iglesia en el 2013, los perrocalenteros de Caracas comenzaron a ofrecer a sus clientes el perro vaticano, es decir, con todo pero sin papa.
            La expresión que me llama la atención esta semana es una que bien podría agregarse al glosario zoológico de Laura Jaramillo: ¡mosca! Recuerdo con claridad el día en que oí por primera vez este uso de esta palabra: un compañero al salir del liceo estaba a punto de cruzar la calle sin mirar a los lados, y un transeúnte le gritó: “¡Mosca, muchacho, que vas a quedar como una estampilla en la carretera!”. Decir “¡mosca!” equivale a decir “pon atención”, pero tanta como ponen las moscas cuando se paran sobre la comida. Todos hemos intentado atrapar o matar moscas desde que el mundo es mundo y todos tenemos ya la conclusión de que son los animales más rápidos del mundo. Se supone que se debe a que sus ojos tienen miles de pequeñísimos lentes que le permiten ver en todas las direcciones a la vez e identificar instantáneamente movimientos y cambios de luz, lo cual no puede hacer un ojo simple como el de otros animales.
            Un día mi profesor de estilística del francés, Homero Vásquez, predijo que esta palabra, una vez que emigrara de la jerga juvenil al habla general, terminaría registrada en el diccionario como “interjección que se utiliza para advertir a alguien sobre un peligro inminente o para amenazar”. Eso no ha sucedido, pero sí encontramos en el diccionario varias expresiones que incluyen este alado insecto lingüístico. La que más podría interesarnos es exactamente la que se usa en Venezuela, aunque el significado que da el diccionario nos deja con un suspiro de duda: estar mosca, que remite a tener la mosca detrás de la oreja: ‘estar escamado, sobre aviso o receloso de algo’.
            ¿Estar escamado? ¿Qué significa eso? El diccionario parece expresarse en términos tan metafóricos como la lengua hablada, contimás el habla popular. Con él, por ende, no cabe duda, hay que estar mosca. ¿Verdad, Laura?

emalaver@gmail.com



Año III / Nº LVII / 18 de mayo del 2015

lunes, 11 de mayo de 2015

¡Qué guasasa contigo! [LVI]

Laura Jaramillo


         Es muy común que por las calles, en especial en el transporte público, escuchemos conversaciones relacionadas a cualquier cosa: la cola del supermercado de la esquina, las peleas de los vecinos, fulanita rompió con zutanito, y cosas por el estilo. Entre conversa y conversa, uno, como estudioso de la lengua, se pone a escuchar, no pa chismear (bueno, dependiendo del caso), sino para detectar el lenguaje de a pie.
         Hace algunos días, en pleno apogeo del Metro de Caracas, iba prácticamente de un polo a otro, como la canción de Ilan Chester (de Petare rumbo a La Pastora), y tuve que escuchar, porque no me quedaba de otra, una conversa sobre una fiesta del día anterior. Al parecer, por lo que pude captar cuando me concentraba en el discurso, la fiesta fue un desastre, pero a lo que yo le puse atención fue al léxico tan particular.
         Entre tantas barbaridades, me quedó una palabra dando vuelta como la ruleta del parque de diversiones. La palabra en contexto es la siguiente: “La muchacha le dijo al tipo: Chico, pero ¡qué guasasa contigo!”.
         Cuando llegué a mi casa, de inmediato prendí la compu para investigar sobre esa palabra y su uso. Mi sorpresa fue que el DRAE la define como “(Voz caribe) Cuba. Mosca pequeña que vive en enjambres en lugares húmedos y sombríos”. No entendí.
         Me fui a navegar por las honduras de Internet y encontré una página, muy amada entre los ‘copiapeguistas’, una que mientan Wikipedia. Allí encontré un artículo sobre esta variedad de insecto, y mencionan un impacto social, pues este volador es bastante molesto: le gusta andar volando en la cara de la gente. Por esta razón, en Cuba, le dicen popularmente a la gente fastidiosa o molesta guasasa. Igualmente, el mismo artículo destaca otra curiosidad de la palabra, y es que el DRAE registra el verbo guasabear, pero con un significado totalmente diferente, pues lo define como intercambiar bromas, burlas o chistes.
         Guasasa me hizo recordar una canción cantada por un dominicano; la canción se llama (o, bueno, se titula, para los más cultos) Guasa Guasa, y recuerdo, si mi memoria a largo plazo no falla, que el cantante dijo que en República Dominicana guasa guasa es una persona que habla, habla y habla y no hace na (me recuerda a algo). Sin embargo, guasa la registra el DRAE y la definición se asemeja a la del verbo guasabear. En este caso, sí pareciera existir un linaje entre ambas palabras, mas no coincide con la definición del amigo dominicano.
         Luego, me fui a consultar un libro, cortesía de la colega Cornejo, en el cual aparece guasa, que tiene uso de vieja data por estos lares, y es definida como “broma, burla o chanza”, además de ser una palabra que proviene del francés. También se menciona que guasa “es un género de música popular (…) de carácter alegre”.
         Hasta aquí, al parecer, guasasa es una persona fastidiosa, una persona echadora de varilla y una persona habladora. Es posible que a lo largo del tiempo, los hablantes hayan producido este desvío fonético, y de guasa pasaron a guasasa. Sea como sea, es un neologismo muy caribeño.
         Luego de este interesante descubrimiento, todavía no sé si la muchacha le dijo al tipo fastidioso, ‘varillero’ o ganadero, pero a mí me suena como a ¡qué vaina contigo, chico!

laurajaramilloreal@yahoo.com



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Año III / Nº LVI / 11 de mayo del 2015

lunes, 4 de mayo de 2015

Mi propio día de la independencia [LV]



            En 1997 por estas fechas, escribí para la revista Margarita es Todo un artículo titulado “¿Quién nació el 4 de Mayo?”. Tenía yo la idea de que poca gente se detenía a preguntarse (y a responderse) a qué se debía que la avenida más larga de Porlamar se llamara así. En resumen, lo importante del artículo no era la fecha sino más bien lo que podíamos hacer en aquel momento con la celebración del 4 de Mayo como “día de la independencia” de Margarita, pero es hoy cuando me convenzo de que nuestra conexión con la efemérides es la que construye un significado para el presente. Eso también estaba dicho ahí, sí, pero yo no me daba cuenta.
            Pues resulta que hoy, ampliando un poco la mirada, esa conexión con la fecha histórica (que es, entre paréntesis, una forma curiosa de poner nombre a los lugares: en ella cohabitan el tiempo y el espacio) parece existir en toda Venezuela, al menos en el origen de la designación. Rastrillando mis limitados conocimientos de estos asuntos y gracias a una brevísima e informalísima investigación por celular con unos cuantos amigos que proceden de varios lugares de Venezuela—con Google Maps no habría terminado para hoy—, logré hacer una lista de 23 ciudades de 15 estados en las que hay al menos un lugar cuyo nombre es una fecha patria. En orden alfabético, son Altagracia (la de Margarita), Barinas, Barquisimeto, Cabimas, Caracas, Carora, Carúpano, Charallave, Ciudad Bolívar, Cumaná, Juan Griego, La Asunción, La Guaira, La Victoria, Los Teques, Maracaibo, Maracay, Maturín, Mérida, Porlamar, Puerto La Cruz, San Cristóbal y Valle de la Pascua. La conclusión más sencilla a la que he llegado es que las fechas más importantes para los venezolanos, juzgando sólo por este pequeño grupo de ciudades, son el 19 de Abril, el 5 de Julio y el 23 de Enero.
            Además de Porlamar, las otras ciudades en las que algún topónimo recuerda la fecha en que llegó ahí la noticia de los acontecimientos del 19 de Abril de 1810 son Cumaná con su avenida 27 de Abril, Barcelona con su paseo 27 de Abril, La Asunción con su calle 4 de Mayo y Mérida con su avenida 16 de Septiembre. El 19 de Abril, además, nombra lugares de Barquisimeto, Cabimas, Charallave, Ciudad Bolívar, Los Teques, Maracay y San Cristóbal.
            El 5 de Julio de 1811 se convirtió en nombre de lugar (calle, avenida, barrio, urbanización o sector) en Carúpano, Ciudad Bolívar, Juan Griego, La Victoria, Maracaibo, Maracay, Puerto La Cruz y Valle de la Pascua; como el 23 de Enero de 1958 lo ha hecho en Barinas, Barquisimeto, Caracas, La Victoria, Maturín y Valle de la Pascua.
            ¿Qué lleva a un pueblo a poner a sus espacios nombres de tiempo? ¿Estará el hombre cosido al tiempo, como parece estarlo al espacio? Es notorio que se trata de fechas en que han sucedido grandes acontecimientos para Venezuela. ¿Será un sentido colectivo de la unidad cultural?
            Las fechas parecen ser marcas que nos van dejando los acontecimientos, tanto que queremos dejar marcado también nuestro territorio con ellas. Si el medio natural influye en nuestra forma de ser (de pensar, de actuar, de hablar), ¿influirá también el tiempo, a tal punto que no deseamos dejar de eternizarlo en los nombres de lo tangible? Las respuestas deben estar en la lengua, que es, a fin de cuentas, el cincel con que hacemos nuestras marcas en el mundo.
            Siendo así, voy a esculpir aquí esta fecha, como mi propio día de la independencia: ¡feliz 4 de Mayo!

emalaver@gmail.com



Año III / Nº LV / 4 de mayo del 2015

lunes, 27 de abril de 2015

Buscando como palito e romero [LIV]



         Hace unos días estaba sentada traduciendo en la tranquilidad de mi rincón y sin nadie que me perturbara porque todos se habían ido, lo que me permitió sumergirme en mis pensamientos. De pronto, abruptamente, la voz escandalosa de alguien rompió con mi concentración y mi amada tranquilidad. Esta persona, un personaje muy peculiar que se caracteriza por decir siempre lo primero que se le ocurra sin pensarlo demasiado y de manera atropellada, de pronto apareció hablando por teléfono y le decía a su interlocutor: “¿Dónde andas, chamo? Te están buscando más que a pajarito de romero”. Inmediatamente solté la carcajada. Me resultó tan graciosa la expresión que se acababa de inventar que no terminé de escuchar qué era lo que había pasado con la persona del otro lado del teléfono.
         Recuerdo que mientras me reía, decía: “Este Fulano, ¿cómo no va a saber que la expresión es te andan buscando como palito e romero? Todo el mundo sabe que... que...”. Entonces, ocurrió lo inevitable, lo que le ocurriría a cualquier amante de las lenguas: me dio mucha curiosidad saber de dónde venía esa expresión y empecé a buscar.
         Lo primero que hice fue investigar sobre el romero y me enteré de que esta planta viene de Europa, de la zona mediterránea, es una planta que puede alcanzar los dos metros y su flor es de un color azulado.
         Resulta que esta planta, en aceite, infusión o pomada, la usan para muchísimas cosas; tiene propiedades antibacterianas, antivirales y antiinflamatorias. Algunos aseguran que es buena para la diabetes, reumatismos y úlceras; y otros, más supersticiosos, usan el romero como purificador contra las malas energías, para espantar las pesadillas si lo colocan debajo de la almohada y potenciador del amor y el deseo sexual, entre muchos otros beneficios.
         Después de mucho indagar sobre los poderes de esta mágica planta encontré que se recomienda para pacientes con Alzheimer, pues resulta muy buena para la memoria; esta característica me llamó mucho la atención, no solo por haber tenido un familiar con esta enfermedad, sino también por la relación que esto pudiera tener con la expresión.
         En este punto de mi investigación ya tenía varios datos que podrían ser útiles:

1.    El romero es una planta con muchas bondades
2.    La planta es de origen europeo y es difícil de hallar en Latinoamérica
3.    Los venezolanos, o los latinos en general, creemos ciegamente en cualquier té, mejunje o mata que nos recomienden

         Con estos tres elementos parecería bastante lógico pensar que la expresión alude a lo difícil que es encontrar la milagrosa planta por estos lares; pero, aunque es una hipótesis bastante sólida, no es la única opción.
         Resulta que Rangel (2009) asegura que hay un cuento de camino que habla de un tal Arturo Romero que vivía en algún pueblito de los Andes; al parecer, este señor era muy flaco y por eso le decían “Palito” y un día en un bar se peleó con un gringo que pisoteaba la bandera de Venezuela y lo mató. Después de eso el señor se fue del lugar y se escondió muy bien para que la policía no lo encontrara y, así, nace la segunda hipótesis del origen de la expresión, que sugiere que esta viene de un apellido y no de la planta.
         Pero seguí buscando un poquito más y me enteré de que en Ecuador existe una expresión que reza: “Buscar algo con palito de romero” e inmediatamente la relacioné con esa cualidad que tiene el romero de ayudar a la memoria. Isan (2013) explica que el aceite de romero aumenta la memoria entre un 60 y un 75 por ciento, lo cual sustenta con algunos estudios hechos en el Reino Unido y lo que dice Shakespeare en alguno de sus escritos.
         Entonces, es posible que años atrás las personas usaran la esencia o el incienso de romero para “recordar” dónde habían puesto eso que buscaban, lo que pudo haber dado origen a la expresión ecuatoriana y esta, a su vez, haber migrado de “con palito de romero” a “como palito e romero” que usamos en Venezuela, que es la tercera hipótesis del origen de la expresión.
         Hasta el momento no he podido comprobar cuál de estas tres teorías es la correcta o si quizás se debe a una cuarta, pero confieso que todo esto me ha parecido interesantísimo y aunque quizás alguno de los lectores se sientan decepcionados porque no resolví el enigma, esto es más bien una invitación para que con palito de romero en mano continúen conmigo buscando el origen verdadero de dicha expresión.

“There’s rosemary, that’s for remembrance; pray you, love, remember; and there is pansies, that’s for thoughts...”.

William Shakespeare


Referencias
Isan, A. (2013). “El olor a romero aumenta la memoria hasta un 75%”. Ecología verde. [Disponible en http://www.ecologiaverde.com/el-olor-a-romero-aumenta-la-memoria-hasta-un-75/]
Rangel, R. (2009). [Comentario]. En Pabellón con Baranda. “Buscar ‘con palito e’ romero’”. [Disponible en http://pabellonconbaranda.blogspot.com/2007/04/buscar-como-palito-eromero.html]

Caracas, 2 de abril de 2015

aurelena.ruiz@gmail.com



Año III / Nº LIV / 27 de abril del 2015

martes, 21 de abril de 2015

¿Y a ti?, ¿se te movió el tucungo? [LIII]

Mahuampy Ruiz e Isabel Matos


         En nuestra familia es una tradición que cuando alguien experimenta un leve escalofrío, como a todos nos ha pasado alguna vez después de un estornudo, de un beso de los pequeños de la casa o una caricia, le digamos: “Se te movió el tucungo”. Al parecer, en casa, la frase viene de hace ya varias generaciones, papá la aprendió del abuelo y este a su vez de su abuela, siempre para referirse al ya mencionado escalofrío.
         Una rápida búsqueda en Internet nos arroja unos resultados bastante curiosos: un tweet que se queja sobre la existencia de una canción que dice: “Se me cayó el tucungo, pero me quedó el tuquito”; el perfil de Facebook de Alexander Peralta Tucungo y la entrada de un diccionario en línea que define tucungo como un animal de orejas caídas. En una breve encuesta por Whatsapp sólo una de seis amigas disponibles dio la respuesta más cercana a la definición familiar.
         El tucungo es definido por nuestro árbol genealógico, como el trocito de cola que le queda a los perros luego de cortárselo por razones estéticas (como se le hace a los poodles y rotweillers, entre otros). Imagine entonces que al llegar a casa nuestro fiel compañero canino nos recibe con el divertido y alegre movimiento de su tucungo, que se asemeja al pequeño temblor que hace sentir en nosotros ese escalofrío.
         Nuestro hermano mayor fue el único que dio al primer intento con la definición utilizada en este lado de la familia, al fin y al cabo él es veterinario y sabe bien cómo cortar un tucungo.
         No deja de asombrarnos cómo utilizamos la capacidad de la lengua para construir nuestras realidades, sean sociales, económicas o familiares. Este escalofrío generalmente es una reacción al placer. Podemos entonces aprovechar la ocasión y ofrecer una especie de proverbio, así que ya sabes: “no te vayas a dormir sin que se te haya movido el tucungo“.

acarantair01@hotmail.com / isabelmercedes@gmail.com




Año III / Nº LIII / 20 de abril del 2015

lunes, 13 de abril de 2015

¿Que en español no se declina? [LII]

Camila Guette


Son las palabras los embriones de las ideas, el germen del pensamiento, la estructura de las razones...

Alex Grijelmo

            Y ¿qué hay del nominativo: yo, , él...; del acusativo: me, te, se... o del dativo: a mí, a ti, a él? Siempre se nos dice: “Primero dominen y luego cuestionen su funcionamiento”, pero es inevitable detener el espíritu crítico que nos invade ante lo extraño. Preguntar “¿cómo?, ¿para qué?” y no “¿por qué?”, he allí la solución. No existe respuesta a “¿por qué el verbo al final en alemán?, ¿por qué ich heirate dich (yo te caso) y no, como en español, “yo me caso contigo”?
            Cada lengua nos presenta una manera de narrar el mundo, las diferentes perspectivas con las que cada civilización fue dibujando con palabras su realidad. No debemos dejar de cuestionarnos, solo debemos repensar nuestras preguntas. Dando cabida ahora a un “¿por qué?”: ¿por qué debemos evitar comparar la lengua extranjera con nuestra lengua materna? Permítanme la osadía de pasar por alto las teorías psicolingüísticas y argumentar a favor de la importancia de comparar las lenguas y traducir mientras aprendemos un idioma nuevo.
            Al que aprende alemán por primera vez se le enseña que, a diferencia del español, el alemán es una lengua de casos. Si bien el español no es una lengua desinencial, debe existir alguna razón por la cual decimos “para ti” y no “para tú”, “a ti” y no “a tú”, “la rosa roja” y no “la rosa rojo”. Si el aprendiz de alemán comprende estas variaciones del español, comprenderá más fácilmente el funcionamiento de los casos en alemán. ¿Para qué declinamos en alemán? Para lograr una armonía sintáctica, morfológica y hasta fonética, de la misma manera que en español evitamos decir “la agua” o “con tú”. No olvidemos que tanto el español como el alemán aún conservan en lo más profundo de sí el genio del latín, el germen del pensamiento romano.

camila.guette@gmail.com




Año III / Nº LII / 13 de abril del 2015

lunes, 6 de abril de 2015

Magullar o mallugar o como sea... [LI]



            Hace unos días, compartiendo con algunos compañeros de combate, surgió este dialogo:
            —Sí, esos morados no son por golpes sino por magullamiento, mallugamiento, o como se diga...
            A lo que uno de ellos replicó:
            —Magullamiento o mallugamiento... ¿pero... cómo se dice?
            Haciendo honor a mi consabida curiosidad, inmediatamente agarré mi teléfono no tan inteligente y busque en el DRAE magullar y dice así:

(De magular, quizá por cruce con abollar). 1. tr. Causar a un tejido orgánico contusión, pero no herida, comprimiéndolo o golpeándolo violentamente. U. t. c. prnl.

Entonces le digo a mi compañero: “Como que la palabra es magullar”, pero inmediatamente me dio por buscar mallugar y copio textualmente el DRAE:

1. tr. Ven. magullar. U. t. c. prnl.

            Es decir, el diccionario señala la palabra como un venezolanismo y nos direcciona a magullar para leer su definición... El caso es que nos quedamos con la duda de cuál era la palabra “origen”, como la llamó mi compañero.
            Yo le explicaba que la lengua es una cosa viva y que si bien es cierto que hay palabras que dan origen a otras eso no es tan importante como el uso y la frecuencia que tengan las mismas. En este caso parecía que aparte de ser un venezolanismo, la palabra correcta era magullar. Pero... si buscamos en la misma página web de la RAE, encontramos que en el Diccionario esencial de la lengua española la palabra mallugar no existe, mientras que magullar se define como:

magullar. TR. Causar a alguien o algo contusión. U. t. c. prnl.

            Por otra parte, en el Diccionario panhispánico de dudas si uno busca mallugar también lo direcciona a magullar:

magullar. ‘Producir contusiones [a algo o a alguien]’: «Magulló a patadas al director» (Cabada Agua [Méx. 1981]). En el área centroamericana, México y Venezuela, es frecuente en la lengua popular la forma mallugar, especialmente referida a la fruta: «Si no compra, no mallugue» (Flores Siguamonta [Guat. 1993]). Pero en la lengua culta es mayoritaria la forma magullar.

Por lo que podríamos inferir que esta es la palabra primigenia.
            Como dato adicional si buscamos en el Dirae (Diccionario inverso basado en el Diccionario de la lengua española de la RAE), encontramos que magullar tuvo su primera aparición en el Diccionario de autoridades de la RAE en 1734 y que tiene una frecuencia de uso en el CREA (Corpus de Referencia del Español Actual) de 0.03, mientras que mallugar, apareció por primera vez en 1927 en el Diccionario manual e ilustrado de la lengua española, también de la RAE, y no tiene frecuencia de uso disponible.
            Así pues, para cerrar y para sacarnos a todos de la duda, citaré lo que señala la página web de la Academia Mexicana de la Lengua:

Magullar o mallugar. Ambas formas son correctas. Los verbos magullar y mallugar son sinónimos.

¿Qué tal?


egc.designers@gmail.com



Año III / Nº LI / 6 de abril del 2015

lunes, 30 de marzo de 2015

La comida del ganado en nuestra lengua [L]



         Muchas son las veces que hablamos y no nos detenemos a pensar o analizar de dónde salió tal palabra, frase o expresión popular, solamente la usamos y listo, mientras nos ayude a expresar claramente lo que queremos transmitir, está bien usarla.
         Tal es el caso de nuestra muy popular expresión hablar paja, que significa hablar, hablar y hablar, y, al final, no decir nada, nada importante o de trascendencia. No obstante, es gracioso las vueltas del lenguaje, ya que la paja en su significado base es una especie de tallo seco, y algunas veces hueco, que se recolecta de plantas como el trigo y puede servir de alimento al ganado o a los caballos, incluso, estos últimos la utilizan de cama en las caballerizas.
         Ahora bien, como el lenguaje es metafórico, y sobre todo el español, quizás la asociación que se hace, y que pudo dar origen a nuestra expresión, es la relación de lo seco y hueco de la paja con el vacío de las palabras, o del discurso, que emite una persona... aunque, si fuese así, hay casos contradictorios, pues se llega a hablar más paja que libro de primaria.
         Lo curioso de la expresión está, por un lado, en el giro semántico que dio la palabra (en Costa Rica, paja significa riachuelo), pues sería más lógico que el hablar paja fuera algo importante o productivo; por otro lado, en lo vulgar en que se convirtió la expresión, pues a muchas personas causa cierto desagrado, lo cual genera variantes, como por ejemplo, hablar gamelote, pero es igual, o sea, el mismo musiú con diferente cachimbo.
         La comida del ganado no es lo único que está presente en nuestra lengua, tenemos vegetales (se armó un berenjenal en el mercado) y frutas (el examen estuvo papaya). En fin, mejor me voy con mi música para otro lado y dejo de hablar tanta...

laurajaramilloreal@yahoo.com




Año III / Nº L / 30 de marzo del 2015

lunes, 23 de marzo de 2015

Pero... ¿qué guarandinga es esa? [XLIX]

Elizabeth Cornejo


            Una conversación que nunca falta y se repite entre todos aquellos a quienes nos encantan las letras, las palabras y afines es esa de... ¡que palabra tan fea! Por supuesto, esto siempre nos lleva a mencionar cuáles son las palabras que nos gustan o disgustan de nuestro idioma.
            Edgardo, el padre de este blog, que pareciera estar muy atento a este asunto, siempre les pregunta a sus invitados, amigos y alumnos: “¿Cuál es la palabra más hermosa de la lengua española?”. Y yo, siempre que lo escucho, pienso invariablemente: guarandinga. Pero hay una cosa cierta, y es que ese asunto del gusto es algo completamente personal. Yo amo la guarandinga y hay quienes la detestan.
            Guarandinga es como el buen vino: tiene cuerpo, color y fuerza —prueben a decirla en voz alta y sabrán a qué me refiero—. Es polisémica, divertida, elegante sustituta de nuestra obscena (?) “vaina” y para complemento de su belleza no aparece registrada en el DRAE, así que también es rebelde e irreverente. Esto aumenta su encanto, ya que sigue estando en la boca de muchos aunque los académicos se nieguen a reconocerla.
            Será por esa misma razón que cuando buscamos el origen de la palabra guarandinga este no aparece por ningún lado. En la red encontramos que es una “palabra proveniente de la zona de Barquisimeto que nombra una situación o estado”, y, a duras penas, en el reciente Diccionario histórico del español de Venezuela de Francisco Javier Pérez se reseña así:

guarandinga ƒ Voz del español de Venezuela que se origina a comienzos del siglo XX y cuyo uso se mantiene hasta el presente [...] usándose para designar todo tipo de cosas o asuntos y como forma de auxilio para aludir genéricamente a algo cuyo nombre se ignora o no se quiere señalar.

Así mismo, el autor también documenta varios usos de la palabra desde 1920 hasta el 2006, citando que hasta para nombre de torta fue usada. Sin embargo, de su origen, nada...
            Cabe mencionar que, al menos aquí en la capital, la palabra ya no se escucha como antes y hay quienes afirman que está “extinguida (sic) por completo en el léxico caraqueño actual”; sin embargo, yo la sigo escuchando en boca de algunas personas mayores que por “cuestiones de la decencia” se niegan a decir “malas palabras”.
            En mi casa, recuerdo que cuando mi abuela se molestaba con nosotros nos increpaba —y valga la expresión— “decentemente” con un ¿qué guarandinga es esa?, o en su defecto, ¡Niños! ¡Dejen la guarandinga!... Por supuesto que con ese regaño taaaan sofisticado nadie hacía ningún caso hasta que la viejita furibunda gritaba a todo gañote:

¡Que dejen la vaina, pues!


Referencias
Calatrava, Alonso (1999). Obituario de voces caraqueñas. Caracas: Universidad Católica Andrés Bello.
https://books.google.co.ve/books?id=es3IARgS4XAC&lpg=PA97&ots=007x0jtHAU&dq=guarandinga%20origen&pg=PA97#v=onepage&q&f=false [consultado en enero, 2015].
Castro Pumarega, Daniel (s./f.). Diccionario de venezolanismos. Signum.
http://projetbabel.org/internet/venezonalismos [consultado en enero, 2015]
Pérez, Francisco Javier (2012). Diccionario histórico del español de Venezuela. Vol. I. Caracas: Bid&Co.-Fundación Polar.


egc.designers@gmail.com




Año III / Nº XLIX / 23 de marzo del 2015

lunes, 16 de marzo de 2015

Los zapatos que se vendían solos [XLVIII]



A propósito de un rito de Laura Jaramillo

            ¡Ah, la semántica! Esa entidad inaprehensible que levita, como una nube negra, perturbando la elegancia de los análisis formales... ¡Cuántas veces el analista se atasca en la interpretación de una oración, temeroso ante la amenaza de un aparente absurdo!
            Por ejemplo, ¿cómo es posible que la oración Se venden zapatos sea correcta, si los zapatos no se venden solos? Es más, ¿cómo es posible que la frase Se vende zapatos sea correcta también?
            En este dilema en particular subyace la frecuente confusión entre sujeto (constituyente sintáctico) y agente (papel semántico). El sujeto es aquel de quien se predica algo, lo cual se marca a través de su concordancia con el verbo; el agente (y no el sujeto, como se suele creer) es quien ejecuta la acción del verbo. Con frecuencia, ambas categorías coinciden, es el caso de la voz activa; pero esto no sucede en la llamada voz media (en la que el sujeto experimenta, más que ejecuta) o en la voz pasiva.
            Se venden zapatos es un caso, precisamente, de voz pasiva (pasiva refleja, porque se construye con pronombre reflexivo). Zapatos es sujeto (concuerda con el verbo), pero no agente: recibe la acción, no la ejecuta.
            ¿Y qué ocurre en Se vende zapatos? Aquí zapatos no es el sujeto; como se ve, no concuerda con el verbo.
            Y entonces, ¿cuál es el sujeto? No lo hay: es una oración impersonal refleja. Sin duda, debe haber un agente, la persona que vende los zapatos, pero no está expresado sintácticamente.
            Podríamos decir que las oraciones Se venden zapatos y Se vende zapatos son semánticamente equivalentes. En ambos casos, los zapatos son vendidos. Sin embargo, como acabamos de ver, las oraciones son sintácticamente diferentes.
            Hay otros casos de confusión (y colaboración) entre la sintaxis y la semántica, pero prefiero dejarlos como inspiración para futuros ritos...
            —¿Cómo va el negocio? —le pregunto a mi amigo el zapatero.
            —Muy bien. ¡Los zapatos se venden solos!
            Ah, la semántica otra vez...

llaverde2@gmail.com



Año III / Nº XLVIII / 16 de marzo del 2015

lunes, 9 de marzo de 2015

El guayabo de la ausencia [XLVII]

Miguel Ángel Nieves





Se puede reducir todo el enigma del trópico a la fragancia de una guayaba podrida.

Gabriel García Márquez


         En Venezuela se le suele llamar guayabo al estado de tristeza, melancolía y dolor que causa la pérdida de un amor; también es costumbre llamar a ese estado con el nombre de despecho. El DRAE lo describe así: “(Del lat. despĕctus, menosprecio). 1. m. Malquerencia nacida en el ánimo por desengaños sufridos en la consecución de los deseos o en los empeños de la vanidad”. ¡Vaya usted a saber! La palabra, en nosotros, se define por sí sola. Lo cierto es que en nuestro país al despecho se le conoce también como estar enguayabado o enguayabao, de acuerdo a su grado de inclinación ante lo popular.
         La palabra tiene sus variantes en los predios de la patria grande, pues también se usa, sobre todo en Colombia, para nombrar un estado de pesadez, letargo y decaimiento, producido por la ingesta excesiva de tragos, que nosotros acostumbramos mentar con el nombre de ratón o resaca, pero nunca guayabo, ni siquiera en el caso de que el exceso de alcohol haya sido por causa de las cuitas y congojas que nos causó la perfidia. “Mátame, aguardiente, que el amor no pudo”.
         En el Diccionario de la irreal Academia Española se consigue el término incluso en forma de verbo: “guayabar. 1. intr. coloq. Ec. mentir (decir lo contrario de lo que se sabe, cree o piensa)”. Sofismas lo llamaba Píndaro. Yo guayabo, tú guayabas, nosotros guayabamos. Cuánto de guayabar tenemos en nuestros siglos. También se nos muestra como sustantivo para nombrar al árbol que da el fruto de la guayaba, ícono de son y sabor en el Caribe y en América; ya bien decían Rubén Blades y Willie Colón en Siembra: “Me fui pal monte buscando guayaba / por la vereda del ocho y del dos / y aunque encontré una casa dorada / esa guayaba no la hallaba yo”. Símbolo del ideal y la mujer.
         La estudiosa borinqueña María Baquero de Ramírez nos muestra, en un estudio titulado Español de América y lenguas indígenas, cómo Gonzalo Fernández de Oviedo en el Sumario que redactara en 1526 en la ciudad de Madrid, da testimonio de algunas palabras arahuacas, entre las cuales hallamos guayabo (a), así como sabana y cazabe. Podemos dar fe de que en los tiempos del cronista existía ya lo que hoy nosotros llamamos ratón, pues es conocido el añejo hedonismo de Anacreonte y su amor al vino así como las pistas que Petronio aporta sobre las grandes comilones y bebezones de los romanos en su Satiricón. Sin embargo, la voz que registrara el cronista en nada alude al malestar postbarranco. Resulta auspicioso imaginar a los Taurepanes de Kumaracapay tomando kachire —que es una bebida a base de yuca amarga y batata, fermentados— ya en los tiempos de Canaán, Cam y Noé.
         La siembra del Gabo en terrenos certificados por los médicos invisibles nos dejó un poco desalentados y melancólicos, con una sensación como de enratonamiento, de guayabo, de cuitas y congojas, como cuando nos deja un amor y, miren qué curioso, en este caso, la ida del Gabo hermanó todos los significados y los hizo uno solo.
         Por otro lado, el DRAE señala que despecho quiere decir también destete. Debe querer decir que ya nos hicimos grandes, que aprendimos las lecciones del viejo maestro vallenatero, que debemos asumir con mayor conciencia nuestra realidad descomunal. Las voces indígenas y nuestra literatura seguirán su curso con la impronta indeleble del tiempo. Parece que hoy en día aquel texto que leyó en Zacatecas ya no es tomado solo como una guachafita. Probablemente, a pocos días de una nueva edición del DRAE, se empiece a reconocer en el olor de la guayaba el símbolo que empalma tierra Caribe, irreverencia y la infinita sensualidad de los enredos amorosos.

lanubeyeldromedario@gmail.com



Año III / Nº XLVII / 9 de marzo del 2015