Mahuampy
Ruiz e Isabel Matos
En nuestra
familia es una tradición que cuando alguien experimenta un leve escalofrío,
como a todos nos ha pasado alguna vez después de un estornudo, de un beso de
los pequeños de la casa o una caricia, le digamos: “Se te movió
el tucungo”. Al parecer, en casa, la
frase viene de hace ya varias generaciones, papá la aprendió del abuelo y este
a su vez de su abuela, siempre para referirse al ya mencionado escalofrío.
Una rápida búsqueda en Internet nos
arroja unos resultados bastante curiosos: un tweet que se queja sobre la existencia de una canción que dice: “Se
me cayó el tucungo, pero me quedó el tuquito”; el perfil de Facebook de
Alexander Peralta Tucungo y la entrada de un diccionario en línea que define tucungo como un animal de orejas caídas.
En una breve encuesta por Whatsapp sólo una de seis amigas disponibles dio la
respuesta más cercana a la definición familiar.
El tucungo es definido por nuestro
árbol genealógico, como el trocito de cola que le queda a los perros luego de
cortárselo por razones estéticas (como se le hace a los poodles y rotweillers,
entre otros). Imagine entonces que al llegar a casa nuestro fiel compañero
canino nos recibe con el divertido y alegre movimiento de su tucungo, que se asemeja al pequeño
temblor que hace sentir en nosotros ese escalofrío.
Nuestro hermano mayor fue el único que
dio al primer intento con la definición utilizada en este lado de la familia,
al fin y al cabo él es veterinario y sabe bien cómo cortar un tucungo.
No deja de asombrarnos cómo utilizamos
la capacidad de la lengua para construir nuestras realidades, sean sociales,
económicas o familiares. Este escalofrío generalmente es una reacción al placer.
Podemos entonces aprovechar la ocasión y ofrecer una especie de proverbio, así
que ya sabes: “no te vayas a dormir sin que se te haya movido el tucungo“.
acarantair01@hotmail.com / isabelmercedes@gmail.com
Año III / Nº LIII / 20 de abril del 2015
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