Edgardo Malaver Lárez
Los
números, al final, también son palabras
No existe
forma de eludir este dilema. Apenas comienza uno a ganar confianza en la
escritura, se da en la frente con la dura piedra de cómo escribir las cantidades
de cualquier cosa: ¿en números o en letras? Y por fortuna, es un asunto
sencillo, porque existen otros que ni Aristóteles que “resucitara sólo para ello”.
En realidad,
no debería ser tan difícil resolverlo. Lo difícil es poner de acuerdo a la
multitud de gente que ha propuesto soluciones y a los que adoptan esta y
aquella. ¿Y lo peor de todo? Que muchas de estas soluciones son buenas.
Primero hay
que considerar que, en cuanto a su escritura, al menos los números enteros pueden
ser divididos en dos grandes grupos: los que pueden escribirse como una sola
palabra y los que tienen que ser escritos en varias. Comenzando por el
principio, del 1 al 30 todos se expresan mediante una sola palabra: del uno
al treinta. En este caso me gusta la “norma” de la Academia que recomienda
escribirlos así: toda cantidad que se pueda expresar con una sola palabra, que
se escriba con una sola palabra; lo que no, en números. Lo que no me gusta es
que en los ambientes científicos es mejor violar esa norma —habrán observado
las dóciles comillas que le puse a la palabra— en nombre de la precisión
matemática. No me gusta a mí, pero es innegable que tiene sentido.
Después del
30, comienza la alternancia. Inmediatamente viene el treinta y uno, y
sigue así hasta que tropezamos con el cuarenta. Y se repite el ciclo con
cada decena hasta el 100. Tiempo atrás era regla escribir treintiuno, cuarenticinco,
sesentinueve, etc., con lo cual los primeros 100 números de cuantos existen
formaban un solo grupo; del 101 en adelante, hasta el 1.100, se escribían en
dos palabras (ciento veintiuno, novecientos cincuentiséis, mil
setentidós). Más allá, se iba incrementando, lentísima y alternativamente,
la cantidad de palabras necesarias, era después de esto que comenzaban las comprensibles
complicaciones. En el presente comienzan antes.
También me
gusta la “norma” más habitual en el mundo del periodismo, que dice que del 1 al
10 se escriban las cantidades en palabras y de ahí en adelante en números. El
problema, otra vez, es que no nos ponemos de acuerdo, sobre todo porque todos
tenemos razón y los demás no han estudiado suficiente.
En el mundo
de la redacción jurídica, judicial e incluso policial existe la manía de usar
los números y “aclararlos” entre paréntesis: “El inquilino pagará 550
(quinientos cincuenta) bolívares cada mes...” (a veces lo veo al revés), como
si fuera posible leer 550 de alguna manera que ‘quinientos cincuenta’.
Tengo un primo que estudió derecho que dice que esto “se hace por el temor de
que nos hagan la trampa que estamos tratando de hacer nosotros”. Verdaderamente,
otro mundo.
Otra manía,
mucho más llamativa, porque es padecida por el mundo en que uno supone que las
cosas están más claras con respecto a la lengua, es la de cambiar (o prestarse
para cambiar) el signo que hemos utilizado en español desde hace siglos para
separar las unidades, decenas y centenas de las unidades, decenas y centenas de
mil (y más allá). Siempre hemos utilizado el punto para ese fin... y la coma para
los decimales. La razón que pone la Academia para poner el mundo al revés
parece infantil (o peor, adolescente): que en el mundo entero la mayoría lo
hace así. Tanto escándalo que hicimos cuando los fabricantes de computadoras
quisieron eliminar la eñe de los teclados, ¿y ahora vamos a cambiar la coma por
el punto y el punto por la coma como si fuéramos ovejitas a las que les da lo
mismo el perro que les ladre?
En suma,
aunque parece menos sencillo ahora que hace unos 80 años clasificar los números
para decidir si se escriben con una, dos, tres o más palabras, sigue siendo razonablemente
sencillo saberlo comando en cuenta que hay un orden que es también bastante razonable.
Y ese orden tiene la ventaja de coincidir con la forma lexical de las palabras
que nombran el número. Números y palabras existen para aclararnos el mundo: lo
que no debería pasar es que nos perdamos.
emalaver@gmail.com
Año XI / N° CDXLVII / 12 de febrero del 2024
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