Edgardo Malaver
Ay, luna que sales... Ay, luna
mala... Ay, triste luna, dice García Lorca en Bodas de sangre (1933) |
Estoy
en la sala de mi casa y oigo que un niño pequeño emite sonidos en el pasillo.
Oigo a su madre decirle palabras cariñosas. Parece que está aprendiendo a
caminar. En cierto momento, parece que cae al piso dando pasos hacia su casa. “¡Ay!”,
dice claramente. Es la primera palabra inteligible que le oigo decir desde hace
rato. La madre, aparentemente, lo toma en brazos para consolarlo y entra con él
en su casa. Vuelve a decir “Ay” mientras ella cierra la puerta.
Ay. Un
niño que está aprendiendo a caminar pierde el equilibrio, cae sentado y le dice:
“¡Ay!”. Un obrero se pisa un dedo con el martillo y exclama: “¡Ay!”. Una
persona mayor se entera de la muerte de un familiar y lanza un doloroso “¡Ay!”.
Los vendedores de verduras de Sevilla en el siglo XIV, Juana la Loca pariendo a
Carlos V, los bailarines del ballet de Buenos Aires, los pescadores de Yucatán
y de Güiria, los abuelos que se reúnen al leer el mismo periódico por turnos, las
secretarias de los empresarios cafetaleros, el ingeniero que construye una
carretera... todo aquel que haya estado expuesto a los sonidos de la lengua
española, aunque sea unos pocos meses, como mi pequeño vecino, encuentra en estas
dos vocales la expresión fiel y precisa de la sensación física que experimenta
en la piel, en el corazón o en el espíritu. Dolor, soledad y tristeza —y también,
a veces, alegría— salen de nuestros labios convertidos en un sonoro ay,
que no admite competencia, ni en fuerza ni contenido, por parte del anodino
motivo de la brevedad vocal.
Lo natural
—que no todo en la lengua es cultural—, lo socialmente natural, lo
espiritualmente natural en esta lengua del flamenco y del galerón, el idioma de las
canciones de cuna y el discurso científico, el habla de García Lorca y de
García Bacca, lo natural, digo, si caminamos descalzos por la casa y tropezamos
con la pata de la mesa, es el simplísimo ¡ay! de las primeras palabras que
aprendimos de nuestras madres, antes de aprender a caminar. Todo el castellano
de mi madre y de sus abuelos cabe en esa gota mínima de un ay. ¿De dónde
trajeron ese fulano auch! que dicen tanto?
emalaver@gmail.com
Año
XI / N° CDXXVII / 26 de junio del 2023
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Ay, Edgardo, qué bueno este artículo! (Ay de alegría)
ResponderBorrarSaludos
Anica
¡Ay! ¡Anica! ¡Muchas gracias! Me da mucho gusto saber que nos lees, Gracias, gracias.
BorrarUna cosa sí es cierta, un obrero que se pise el dedo con un martillo jamás va a pronunciar un simple "Ay". Recurrirá a otras, diferentes y más poderosas (catárticas), formas de uso del lenguaje.
ResponderBorrarSí, sí. Ciertamente.
ResponderBorrarEn verdad, tu pregunta final es muy válida. Últimamente se escucha y se lee "auch!" en boca de los jóvenes y usuarios de "guasap".
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