Edgardo Malaver Lárez
Quién
tuviera lápiz y papel para jugar stop, ¿verdad? Los hijos de los barrios (1967), de César Rengifo |
Hoy, viernes, llega mi niña de la
escuela, entusiasmada con un juego nuevo que ha conocido en el recreo. Dice que
se llama tutti frutti, pero, apenas comienza a explicarme cómo se juega,
adivino que se trata de nuestro recordado stop de los viejos tiempos. Y,
después de almorzar, jugamos varias partidas. Es entonces cuando comienza la
verdadera diversión, gracias a las trampas que hacemos los dos: ella preguntándonos
a su mamá y a mí en voz baja algunas respuestas y yo saboteándoles el juego a las
dos... porque no hay mejor modo de jugar stop que saboteándolo.
¡¿Qué?! ¡¿Cómo se atreven a decir que no
hay que sabotear el juego?! ¿Cuántas partidas son capaces de jugar ustedes respondiendo
solamente, guiados por el impoluto rigor alfabético y ortográfico, nombre con
A, Andrés; apellido con F, Fernández; ciudad con M, Maturín, etc.? Eso puede
funcionar e inyectarle a uno algo de adrenalina durante tres o cuatro partidas,
pero a partir de entonces se acaba el combustible.
El stop no es divertido si uno no hace
trampa, y hay que entender trampa como picardía, como buen humor, como
imaginación para tratar de demostrar que una respuesta es correcta, a pesar de
que tengan todos claro que no lo es. También requiere que los demás se den cuenta
de que lo que uno quiere es bromear, jugar por encima del juego. Por ejemplo, después
de cantar ¡Stop!, el que está de turno pregunta: “¿Fruta con E?” (acaso lo más difícil
de encontrar en la historia mundial del stop), y primos, tías y amigos
responderán: “Ay, no se me ocurrió ninguna”, y usted, que se ha guardado para
responder de último, lanza: “¡El tamarindo! ¡Gané!”. La persona más seria del
mundo se va a reír, y ganamos todos. Preguntan: “¿Lugar con E?”, y su hermana
mayor dice: “Ecuador”, y su tío: “Escocia”, y su amigo José: “¡El Tigre, estado
Anzoátegui!”, y usted: “En un lugar de la Mancha...”, y eso ya termina de
romper la bicicleta. Es decir, los que se quieran molestar se van a ir y los
que quieran sumarse a la risa, van a comenzar a modificar sus respuestas para
causar carcajadas. Y si alguno decide permanecer en el juego, sus protestas van
a divertir a todos... y a él mismo.
En la partida de hoy cuando tocó poner
un país con H, yo puse Olanda, y mi niña no me la quería aceptar argumentando
que ese nombre comenzaba con H. Yo, honestamente, no había oído nombrar esa
letra antes en toda mi vida. Tampoco quería aceptar “Gordo” como animal con P.
Yo le conté que una vez había conocido a alguien que tenía una mascota que se
llamaba Gordo, y la mascota era un perro, y perro comienza con P. ¿No
vale?, ¡¿por qué?!
Haciéndome el loco con respecto a vuestra
respuesta, voy a comentarles que fuera de Colombia, Venezuela, Puerto Rico, República
Dominicana, Nicaragua y Costa Rica (o sea, la mitad del Caribe), no se utiliza
el término stop para este juego que, por lo que leo, nació en Alemania
en el siglo XIX. Un poco más allá, en México y Guatemala, por la información
que me susurran, se popularizó como ya basta. Más acá, en Chile —a menos
que alguno de mis conciudadanos venezolanos me corrija—, lo llaman pare el
carrito, autopéncil, cancelado y... ¡bachillerato!, ¡como
en francés! Los ecuatorianos pueden llamarlo chantón o párame la mano.
En Perú, como ya oyeron, lo llaman tutti frutti, pero también lo hacen
en Uruguay, Paraguay y Argentina. Es el único caso en que no logro comprender el
porqué del nombre. Ah, en España le dicen alto el lápiz...
...Que es lo que voy a hacer ahora
mismo, detener el lápiz, porque así es el stop, de un instante a otro, alguien
grita: “¡Stop…!”, y se acabó.
(30
de septiembre del 2022)
emalaver@gmail.com
Año
X / N° CCCXCVI / 10 de octubre del 2022
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