lunes, 21 de marzo de 2016

Ilación (II) [C]

Edgardo Malaver Lárez


Aristóteles (384-322 antes de Cristo) no sólo creó
el término silogismo, sino que también estructuró
el primer sistema lógico que se conoce



Y se estuvieron mirando
por el cristal de las lágrimas.
Y el amor, entre sus ojos,
hilaba.

“La hilandera”, Andrés Eloy Blanco


         En febrero del 2013, publicamos como primer número de Ritos simplemente la definición de la palabra ilación del diccionario de la Academia: “Trabazón razonable y ordenada de las partes de un discurso”, dice en segunda acepción. Para el que sabe mucho de eso, muy bien, pero a uno lo desorienta esa palabra trabazón, ¿no es cierto? ¿Qué es lo que se traba?
         Vamos a buscarla también en el diccionario. Primero dice: “Juntura o enlace de dos o más cosas que se unen entre sí”. Aunque digamos que no, esta imagen no dista mucho de la enredadera organizada de hilos que produce una tejedora. Dos acepciones más tarde, dice: “Conexión de una cosa con otra o dependencia que entre sí tienen”. Pues ya no parece tan difícil de comprender.
         Sin embargo, es la tercera acepción de ilación (pero también, bastante, la primera) la que pone por fin las cosas en terreno más bien indiscutible. Las circunscribe a la filosofía, pero es sencillo relacionarlas con la lógica. ¿A usted no le suena “Enlace o nexo del consiguiente con sus premisas” a lo que Aristóteles llamaría silogismo? Si un silogismo es un razonamiento en el cual se llega a una conclusión a partir de dos afirmaciones (premisas), entonces la ilación ha de tener con él alguna relación, cuando menos alguna semejanza, algún hilito que los mediovincule.
         Ciertamente, un texto entero (una enciclopedia o un artículo de El Nacional) o incluso un solo párrafo (como los de Víctor Hugo o como los de Ednodio Quintero), aunque no tenga pretensiones extraordinarias, deberían exhibir esos elementos, esos mecanismos de pensamiento, por medio de los cuales el lector u oyente llega con el autor a las mismas deducciones, a las mismas convicciones, a las mismas conclusiones, más allá de que no esté de acuerdo con él. Es a partir de este “diseño”, y gracias a él, que el texto puede producir ideas nuevas.
         Si las partes de una cosa se traban, si se enredan, si cooperan unas con otras, el conjunto va a ser un todo cohesionado y firme. De repente, se me conecta todo con la idea de cohesión, esa propiedad de todos los textos (sin la cual, según los teóricos, no deberíamos llamarlos así) que, internamente, muestran relaciones entre sus partes: la concordancia, las referencias anafóricas y catafóricas, elipsis, etc., hilos que van amarrando unos elementos a otros, unas ideas a las demás, para hacer un solo ovillo sin cabos sueltos.
         En resumen, todo texto, a riesgo de dejar de serlo, tiene que tener cohesión, es decir, tiene que ser una especie de silogismo dentro de sí... tener ilación.


emalaver@gmail.com



Año IV / N° C / 21 de marzo del 2016

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