Ariadna Voulgaris
El busardo augur oriental vive
en la zona ecuatorial de África. Foto: F. Atasalan |
El
emperador César Augusto nació con el nombre de Cayo Octaviano en el año 63
antes de Cristo. Julio César, su tío-abuelo, lo había adoptado como hijo y
heredero poco antes de ser asesinado en el año 44, pero el Senado,
prudentemente, le impidió heredar el cargo de cónsul debido a su juventud, a él,
a Octaviano, no le quedó más camino que aliarse con Marco Antonio para establecer
una dictadura. Después se pelearon, sobre todo porque Marco Antonio, enamorado
de Cleopatra, quería “egiptizar” Roma y eso no le olió bien a nadie en la ciudad
eterna. Finalmente, en el 27, el Senado que antes lo había rechazado lo nombró Augustus
(Augusto), que quiere decir ‘consagrado por augurio’. Equivalía a divinizarlo, y,
de hecho, se puede decir que con este acto quedó fundado el Imperio Romano.
Nos
damos cuenta de una vez de cómo la palabra augusto se parece tanto a augurio.
Este era en Roma un título religioso y no únicamente político, así que el
pueblo, el supersticioso pueblo romano, debía aceptarlo así porque esto era cuestión
de los dioses, de predestinación. Un augur era una especie de sacerdote adivinador
que, según la creencia arraigada, decía lo que le revelaban los signos naturales.
Si en las altas esferas del poder, a alguien se le daba el título de Augusto,
no era cosa que se pudiera discutir.
Vean
también que un agüero es un presagio sobre un hecho que no se puede
evitar, pero normalmente es un acontecimiento muy negativo. Existe la expresión
ave de mal agüero, pero no creo que nadie haya visto volar muchas aves
de “buen agüero”. ¡Ah!, no les he dicho que el vuelo de las aves era de las señales
favoritas de los augures, y por eso agüero también proviene de aquella misma
raíz.
Al auge
de César Augusto —no, mis queridos, aunque lo parezca, auge no es de ese
grupo, pues proviene del árabe— duró más de 40 años, y después de él todos los
emperadores quisieron llamarse César. Él inauguró un período que
terminaría 503 años más tarde en Occidente... ¡y 1.480 en Constantinopla! Y claro
que sí, inaugurar, si lo dividimos en prefijo y lexema, es decir, in-augurar,
se observa fácilmente que significa ‘dejar atrás los augurios para comenzar con
la realidad’, ¿no les parece?
Pero...
¿por qué les estoy hablando de César Augusto? Ya estaba augurado: porque
a su muerte, para rendirle honores perdurables, el Senado decidió poner su
nombre al octavo mes del año, que hasta ese entonces se llamaba SEXTILIS.
Y para que la figura del gran Octaviano no desluciera ante la de su egregio padre
adoptivo, le agregaron a este mes un día que le robaron a febrero.
ariadnavoulgaris@gmail.com
Año IX / N° CCCLXIV / 30 de agosto del 2021
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