Edgardo
Malaver
Inauguración del Arco del Triunfo de Carabobo (1921) |
Han pasado, con el de hoy, 73.049 días
desde que se libró la Segunda Batalla de Carabobo, en 1821. ¿La segunda? Sí, la
segunda, porque la primera fue el 28 de mayo de 1814, es decir, hace 75.633 días.
Cuando yo estaba en primaria, todos mis
maestros recitaban de memoria lo que parecía la única descripción concebible de
la Batalla de Carabobo: “la acción militar que selló la independencia de
Venezuela”. Sin embargo, la Guerra de Independencia fue un tira y encoge tan
prolongado, un subibaja tan acelerado de triunfos y derrotas que incluso la
batalla que habría de “sellarla” fue superada por el enemigo, y resultó no ser
cierto —descubrí después, como en sexto grado— que aquella guerra hubiera
terminado en Carabobo.
Siempre
cuando tocaba hablar de la Batalla Naval del Lago de Maracaibo, que ocurrió el 24
de julio de 1823 (hace 72.289 días, para no romper la uniformidad), los
maestros decían que había sido “consolidación definitiva de la independencia”, y
yo parecía ser el único niño que se preguntaba: “Pero bueno, ¿y entonces la
Batalla de Carabobo, dos años antes, no fue la última de la guerra?”. Pues no,
porque en 1822, los realistas habían logrado tomar Maracaibo y la disputa
continuó. Lo que es más, después de la Batalla del Lago, a pesar de terminar
con victoria para la causa republicana (que ya estaba establecida desde 1819 y
se llamaba Colombia), no iba a ser tampoco el final de la guerra porque todavía
faltaba liberar Puerto Cabello. No sería la Guerra de los Cien Años, pero sí
fue la guerra del nunca acabar.
Simón Bolívar estuvo al frente de ambas
batallas de Carabobo. En la primera, el Libertador, líder ahora de la Segunda
República, se enfrentó al mariscal de campo Juan Manuel de Cajigal, que no sólo
debió huir a Apure sino que perdió más de 500 soldados y 700 quedaron heridos.
Bolívar, por su lado, reportó inicialmente una pérdida de apenas 12 hombres, con
40 heridos, pero después se calculó que habría sido diez veces mayor.
La Segunda Batalla de Carabobo parece
haber sido la última en que participó como soldado además de como comandante en
jefe. Soldados fueron también en aquella ocasión multitud ciudadanos comunes,
campesinos, esclavos, manumisos, artesanos, pequeños comerciantes y, entre los
casi 7.500 hombres que lograron reunir Páez y Bolívar, 14 mujeres que nadie en
el Ejército Libertador pudo disuadir de armarse y combatir.
Bolívar fue el único de los cuatro
oficiales de alto rango que resultó ileso en la refriega. Páez fue herido, Ambrosio
Plaza quedó muerto en la explanada y Manuel Cedeño murió al día siguiente a
causa de las heridas de la batalla. Y si es de hablar de muertos, hubo menos de
300 bajas patriotas, mientras que las fuerzas españolas perdieron diez veces
más hombres.
Curiosamente, en la Segunda Batalla de
Carabobo muchos españoles nacidos en España lucharon del lado patriota, y la
mayoría de los soldados del bando realista eran venezolanos de nacimiento.
También había soldados británicos, franceses, holandeses, antillanos y de otros
países de América. Y si es por curiosidades, se puede agregar que el ejército
de Páez contaba con 3.000 reses, casi mil más que caballos, porque los
llaneros viajaban todo el tiempo bien preparados para que no les faltara de
comer.
La Segunda Batalla de Carabobo —he
comprendido a pesar de mis maestros de primaria— no fue la última batalla de
aquella larga guerra, pero tampoco fue simplemente la reedición, siete años
después, de un baño de sangre en una sabana suficientemente amplia para una
revancha. Esta batalla permitió liberar la capital de Venezuela, nada menos,
donde había comenzado todo once años antes.
Cien años más tarde, hace 36.525 días, Juan
Vicente Gómez —un caudillo que se llamaba a sí mismo
general, pero ni siquiera era militar y que había nacido, como Bolívar un 24 de
julio y que moriría, como Bolívar, un 17 de diciembre—, inauguró lo que pronto
se convertiría en uno de los símbolos de Venezuela y de la cultura venezolana:
el Arco del Triunfo de Carabobo.
Y otros cien
años más tarde, hemos llegado tan desnudos, tan desnutridos, tan desanimados a
esta fecha, que, como si la historia nos hubiera elegido para construir una
metáfora despiadada, la situación, proporcionalmente, no dista mucho de la que
dejó la guerra.
emalaver@gmail.com
Año IX / N° CCCXLIX / 24 de junio del
2021
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