Edgardo Malaver
A la
incontable multitud de estudiantes que, demasiado jóvenes aún,
han muerto en las calles de Venezuela en los últimos 60 días
Santiago Mariño (1788-1854) liberó Cumaná en 1813, lo que permitió la fundación de la Segunda República |
Milagros Socorro publicó la
semana pasada un artículo en la revista Clímax
en que afirma con verdad: “Está claro que el lenguaje es una conducta”.
Ciertamente, así como uno comunica, expresa, dice algo al hacer las cosas, también
está uno haciendo algo al decir cualquier palabra que diga. El artículo de
Socorro trata del atrevimiento del gobernador Henrique Capriles contra el
presidente de la República. El acto de habla de Capriles, el de insultar,
equivalió —y no sólo en la visión de la autora— a lanzar una piedra a la frente
del gobierno en medio de las cotidianas y enormemente desproporcionadas
agresiones de los cuerpos de seguridad del Estado contra los manifestantes en
la calles de Venezuela durante todo el mes de abril y el mayo que ya va a
terminar. Lanzando gases, chorros de agua, metras, puños, culatazos y balas, el
gobierno informa al pueblo que no
tiene derecho a exigir derechos —ni aun a la vida— y, lanzando una palabra, la oposición intenta
descargarse de la rabia, la tristeza y el dolor de la muerte. De lejos quizá no,
pero en el asfalto o junto a la tumba de un hijo, ese desbalance —el político y
el lingüístico— es una daga punzante.
En medio de este reguero
de sangre, el presidente ha convocado a una asamblea constituyente, con lo cual
retrocedemos, cuando menos, a 1999. Ese año comenzó a construirse, más
discursiva que jurídicamente, una “noción” que se ha llamado “quinta
república”. El recién contratado presidente de aquel momento argumentó que como
se iba a redactar una nueva constitución, nacía una nueva república en la que
pretendía erradicar los vicios de la anterior. Lo había anunciado en la campaña
electoral, de modo que no le fue difícil implantar la idea en las encandiladas
mentes de las mayorías. Lo apoyaba la mayoría, también cegada por el relámpago
de la novedad, que tenía el exsoldado —¡ja!— en su Asamblea Constituyente. (Lo
que es más, dijo que el país iba a llamarse “República Bolivariana de
Venezuela” y al principio la Constituyente lo discutió y no lo aprobó, pero él
refunfuñó y al día siguiente lo complacieron.) Pura creación de la lengua: toda
una situación concreta, que modificaba radicalmente la vida de millones y
millones de personas, salida de un par de palabras de un solo hombre.
Cada vez que en los últimos
20 años he oído decir algo como “Esto no era así en la cuarta”, he intentado introducir
la idea, casi nunca escuchada, de que aún estamos en la cuarta república, la
que nació al disolverse la Gran Colombia en 1830. Los poquísimos que me han
escuchado me han respondido: “Pero hay una nueva constitución”. De ser así, la
actual sería en realidad la vigésima sexta república. ¿Dónde está la falacia? ¿Qué
marca el fin de una república y el comienzo de otra?
La Primera República,
fundada con la adopción de la Constitución Federal de 1811, se extinguió el 25 de julio
de 1812, con la Capitulación de San Mateo ante el general español Domingo Monteverde.
(Esto significa que murió la república, el intento de echar adelante una nación
nueva, ya no existía más.) La Segunda, nacida el 3 de agosto de 1813, cuando Santiago Mariño liberó Cumaná, pereció en la Quinta Batalla de Maturín el 11 de
diciembre de 1814. (Otra vez dejó de existir Venezuela como país.) La Tercera se
instaló en Angostura el 18 de julio de 1817 y desapareció el 17 de diciembre de
1819, al sumarse, por decisión del Congreso, a la recién fundada República de Colombia.
(O sea, por tercera vez, Venezuela retrocede a la condición de provincia de
otro Estado, ahora republicano.) Finalmente, el 6 de mayo de 1830, principalmente
por influencia de José Antonio Páez, Venezuela reestableció sus instituciones
republicanas y amaneció la Cuarta República. Desde entonces, por más
laberíntica que haya sido la historia constitucional, no ha habido interrupción
en la existencia de la república, ni siquiera de horas. Guerras civiles, vacíos
de poder, gobiernos de facto, juntas de gobierno, democracia, alianzas cívico-militares,
fraudes electorales, intentos de invasión, crisis económicas, presidencias
efímeras y prolongadas, buenas y malas épocas, idas y vueltas, nada ha causado la
ruptura ni el cese de la Cuarta República en 187 años.
Aunque está claro que es
un asunto que deben respondernos ante todo los profesionales del estudio
científico de la historia y del derecho, parece fácil entender que lo que sucedió en 1999 había
sucedido también en 1857, en 1858, en 1864, en 1874, en 1881, en 1891, en 1893,
en 1901, en 1904, en 1909, en 1914, en 1922, en 1925, en 1928, en 1931 (estas últimas
seis, por cierto, aprobadas para complacer a un solo presidente: Juan Vicente
Gómez), en 1936, en 1947, en 1953 y en 1961. Probablemente en algunos casos, o
en todos, la necesidad de adoptar una nueva constitución fue disfrazada de urgencia
de “abolir los viejos vicios del pasado”, pero nunca se abolió la república jurídicamente
ni se creó una nueva. En 1999 tampoco.
La conclusión es que la “quinta
república” existe apenas en el discurso político, adoptado con demasiada
facilidad por la mayoría, incorporado activamente a su habitual “conducta”,
como dice Socorro, aunque la historiografía aún ponga en duda la existencia de
tal período histórico.
Como ya sabemos, lo que
llega al discurso, no se va de la mente de los hablantes y se propaga de
generación en generación. Pero el problema no es el discurso, sino la poca
reflexión que se hace al respecto. Y ahora que se ha convocado una nueva
constituyente, aunque 79,9 por ciento de los venezolanos no la cree necesaria o
se opone a ella, hay quienes han comenzado a hablar de la “sexta república”. Más
palabras, pero... ¿más conciencia? Más lenguaje para crear más conductas. El
peligro ahora, incalculable por incierto y por inmenso, es que esta vez, si
termina realizándose, lo que puede llegar a convertirse en puro y simple discurso,
vacío de significado y sin representación concreta en la realidad, es la
república misma, sin números ordinales.
emalaver@gmail.com
Año V / N° CLIV
/ 29 de mayo del 2017
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