Laura Jaramillo
Uy, hermano, no vaya a
creer que aquí va a encontrar una barbaridad. No. Aunque sí hay que decir que
en todo el globo terráqueo hay falsos amigos, no solo en Colombia y Venezuela.
Pero en fin... Aquí usted lo que va a encontrar es un pequeño grupo de palabras
que, quizás por el parecido morfológico y fonético, uno cree que significan un
cosa pero al final son otra; los lingüistas decidieron llamar a esas palabras falsos amigos, solo por el hecho de que
son traicioneros… o sea, los significados.
El término es común en el
área de la traducción. Por ejemplo, en italiano existe la palabra burro, que en español equivale a mantequilla. Pero resulta que en español
también se da este fenómeno, si se puede llamar así, pues podemos encontrar
variedad de significados para una sola palabra a lo largo y ancho de América
(ah, sí, y de España también).
Quizás lo que describo se
pudiera considerar un caso de homografía, pero no, me gusta más la falsedad de
las palabras cuando oigo una canción o cuando veo una novela de Colombia. Es
que resulta que, a pesar de que tenemos tantas cosas en común, hay cosas
también que nos diferencian. Qué aburrido sería que todos nos pareciéramos.
Solo les voy a presentar
un bocadito de las tantas que nos pueden jugar una mala broma. Esto es válido
pa los colombianos también, porque ellos también tienen que saber que nosotros
hablamos tan sabroso como ellos. Así, tenemos que:
Guayabo no es el despecho de nosotros, es un ratón, o sea, la resaca.
Parche no es un pedazo de tela, es una cita, una rumbita por ahí, una
salidita, pues.
Patico no es el hijito de la pata, es un “elogio” a la mujer, pues es la
combinación de pantera, tigre y cocodrilo.
Matoneo suena como a que matan mucho, pero no, es el
chalequeo de nosotros.
Ahogao no es alguien que lamentablemente no sabía nadar, es nuestro sofrito.
Miscelánea es el nombre que le dan a esos lugares donde uno
consigue desde un bombillo hasta una curita, una quincalla, pues.
Abanico no es el sofisticado instrumento que usa mi Cucha
para los calorones de la edad; en la costa colombiana, el abanico es el
ventilador. No se sorprenda cuando oiga: “Mijo, prenda el abanico, que hace
calor”.
Arepera no es el lugar donde nosotros vamos a comer
arepas; es el equivalente a cachapera.
Perico no es el que tristemente se me fue hace un mes, en Medellín es un café
con leche.
Yo
no diría falsos amigos, diría más bien amigos maravillosos, expresivos y
sabrosos, tal cual como nosotros. Más que amigos, hermanos. ¡Eh, avemaría, hombre!
laurajaramilloreal@gmail.com
Año V / N° CLIII
/ 22 de mayo del 2017
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