Efraín Gavides Jiménez
Las palabras
son abstracciones que “fijan” o “congelan” una realidad (y a nosotros dentro de
ella) que está en continuo movimiento.
Guillermo
Sucre, La máscara, la transparencia
Debo
este rito a un creciente interés por
asuntos etimológicos. Entre otras inquietudes he visto que son innumerables las
veces en que las palabras nos llegan cuando somos ignorantes tanto de su origen
como del rumbo que pueden imponernos, aunque las manejemos con cierta
familiaridad. Lo que quiero decir es que la razón
de ser primigenia de las palabras y su interpretación, el fundamento que
tienen y su inmediata interpretación[1],
aunque suelen ser arbitrarios, crean símbolos de uso cotidiano. Sabemos, por
ejemplo, que nada tiene que ver la palabra bola
(un cuerpo esférico) con la interjección ¡qué
bolas! (expresar rechazo). De la misma manera, capacho (una espuerta; una planta, o su raíz) con la expresión
peyorativa viejo capachero. Además
sabemos que, en principio, las lenguas ejercen tal dominio por la necesidad que
de ellas tenemos: la necesidad de un sistema de expresión y comunicación.
He
dicho que desconocemos el rumbo que pueden imponernos las palabras porque ante
ellas, muchas veces, estamos en una situación de expectativa-realidad. Se
ignora, se repele o se olvida una palabra debido a que no se logra conectarla
con la experiencia como hablante. Sin embargo, no pocas personas (y en no pocas
ocasiones) mantienen la esperanza de establecer la mencionada conexión, sea
arbitraria o sea con una justificación conforme a la razón.
Nuestra
palabra guarapo (en rigor una bebida)
denota algo cuya relación con su origen (warapu,
del quechua) no nos desesperanza tanto: zumo, jugo o aguardiente de caña. Pero
el símbolo guarapo (o warapu) es independiente a la imagen de
la bebida. Un poco más cercana a la realidad (aunque compartiendo la suerte de
las anteriores) está la sonora e iluminadora palabra traquetear, cuya mera articulación ya representa y recrea al objeto
que refiere (¿una silla, una cama, un baúl?).
La
literatura, sobre todo la poesía y en general el lenguaje poético (desde la
escritura y en la oralidad) es capaz de mitigar la arbitrariedad de las
palabras como símbolo, como signo lingüístico[2].
Las razones de esto, en mi próximo rito.
gavidesjimenez@gmai.com
[1] Sigo aquí la definición de
“etimología” del Diccionario de la lengua
española: «origen de las palabras, razón de su existencia, de su
significación y de su forma». Madrid: Real Academia Española, 2016. Diccionario
en línea. Disponible en: http://dle.rae.es/?id=DgIqVCc. Consulta: noviembre, 08
de 2016.
Año IV / N° CXXXIII / 5 de diciembre del 2016
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