Edgardo Malaver
Doña Bárbara (personificada por Marina
Baura) y Juan Primito
(Arturo
Calderón) en la versión de RCTV (1975) |
Existe
un poema de Aquiles Nazoa titulado “Marilyn en la morgue”, en que la voz del
poeta dice: “Visto harapos de vagabundo, / mi equipaje es mi corazón, / viajo
en los trenes de la noche, / no tengo un diez para un hot dog”. No sé si antes o después de conocer yo este texto, una
muchacha española que pagaba su entrada en el cine antes que yo le ofrecía al
taquillero, para facilitar la entrega del vuelto, “dos dieces”. ¿Qué es un diez? En el caso de Nazoa, tendría que
ser una moneda de diez centavos de dólar. En el de la muchacha del cine, eran billetes
de diez bolívares. O sea, los números también tienen sus plurales. Para un
hablante del español de Venezuela, aquello fue toda una revelación.
El
diccionario me lo confirmó un día. El plural de dos (el número, el billete de cualquier moneda y cualquier cosa que
numeremos con el 2) es doses. Y el
plural de doce es doces. Qué divertido. Muchos se preparan
durante meses para los veinticuatros y
treintaiunos de diciembre. Todos
esperan con ansiedad los quinces (y
los últimos, que pueden ser los veintiochos,
los veintinueves, los treintas u, otra vez, los treintaiunos, depende
del mes). En países como Cuba se llama quinces
a las fiestas de décimo quinto cumpleaños de las niñas. Aún no nos decidimos,
pero también, a veces, llamamos cuarentas,
sesentas, noventas a las décadas de los siglos.
Otro
autor venezolano, Rómulo Gallegos, menciona en su obra más conocida, Doña Bárbara, un apellido, Mondragón, cuyo plural les da a aquellos
hermanos una figura terrible en nuestra imaginación. Los Mondragones están, en
efecto, sometidos a la “autoridad” de la protagonista y le obedecen ciegamente,
por lo que, aunque sean sólo tres, parecen un batallón. Algunos apellidos tienen,
aun en singular, apariencia de plural, como Cervantes, Cortés, Borges y hay
otros que, aunque no terminen con las marcas típicas de plural, suenan a
muchos: Rodríguez, González, Martínez; sin embargo, todos aquellos que, fuera de
la heráldica, son sustantivos o adjetivos en singular, pueden ser pluralizados
con enorme facilidad cuando nos referimos a una familia: los Crespos, los Castillos,
los Borbones.
En Venezuela, muchos lugares reciben
como nombres los apellidos de las familias que los fundaron o los habitaron por
primera vez. En Margarita, son notorios Las Giles, Los Millanes, Las Marvales, apellidos
que ya no volverán a su forma singular. En Los Salias, Miranda; en Los Ruices y
en la esquina de Avilanes, Caracas, en San Juan de las Galdonas, Sucre, comprenden
muy bien esta práctica.
Otro terreno invadido por los plurales
es la forma de hacer las cosas. Uno puede entrar a un lugar a hurtadillas, a gatas, a tientas... Los
niños hacemos cosas a escondidas y jugamos
con objetos de mentiritas, sobre todo
si nos los dan a manos llenas. García
Márquez en Cien años de soledad dice
que a José Arcadio hijo hubo que enterrarlo “a las volandas”.
A
sabiendas de todas estas cosas, a las
tontas y a las locas, para comprobarme a mí mismo que no andaba tan mal de entendederas, en estos días me he puesto
a buscarle plural a todo —¿qué es más plural que el singular todo?—, intentar decirlo todo en plural
y, a todas estas, me he topado con
una tropa —¡mira, singular otra vez!— de singulares sin los cuales no habría
podido decir nada. El intento se ha quedado a
medias, pero como sé que la lengua es así, me parece que esto resultó a las mil maravillas.
emalaver@gmail.com
Año IV / N° CXVIII / 1° de agosto del 2016
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