Leyendo, como a los 13 años, El
hombre que calculaba (1938), de Malba Tahan, conocí la palabra guarismo,
que me sonó desde el principio tan informal, tan misteriosamente llana y
cotidiana, que no lograba incluirla en el conjunto de lo numérico. Un guarismo
es una cifra, un número, y Beremís Samir, el protagonista, los utilizaba como
si él hubiera inventado la matemática. La palabra proviene del árabe, lengua en
que esta ciencia ha experimentado innumerables e inmensos avances durante toda
la historia, es decir, ninguna palabra más justa para Beremís, que habla poco
en la novela, pero cuando habla los sabios callan para escuchar.
Sólo ahora se me ocurre
utilizar la palabra guarismo para nombrar toda manifestación lingüística
propia de los nativos y habitantes del estado Lara, a quienes en toda Venezuela
llaman guaros. Existen guarismos muy expresivos que todos hemos oído: ah,
mundo —“¡Ah, mundo, Barquisimeto!, / dijo un barquisimetano...”—, vacié
—¿o bacié?—... y naguará.
¿Naguará? ¿No hay algo
extraño, curioso, intrigante, en esa palabra?
Tengo la hipótesis —en
este artículo de hoy casi todo es hipótesis— de que en aquellos días de los que
hablo esta expresión no estaba tan extendida como ahora por toda Venezuela.
Entonces era una forma de reconocer a los larenses; ahora lo utilizan hasta los
inmigrantes chinos. Y en esa diseminación por todo el territorio, ha ido
perdiendo sonidos. Todavía oye uno de vez en cuando: “Una guará”, que es, en mi
hipótesis, la forma de la expresión, el estadio de su evolución que, por alguna
razón, comenzó a repetir en algún momento toda Venezuela; pero esa u se
perdió —o se ha ido perdiendo— tal como, en contexto informal y oral, se
pierden sílabas iniciales en expresiones como natanseria en lugar de qué
vaina tan seria, o Ña Juana en lugar de doña Juana.
Mi hipótesis más osada,
sin embargo, es que antes de derivar en una guará, la conocida expresión
debe haber sido una guarada, es decir, algo típico, característico,
propio de los guaros, de los larenses. (Sucede, curiosamente, que es ahora al
final de la palabra donde se produce la frecuente elisión de una sílaba.) Es el
mismo tipo de construcción que aparece cuando, bromeando con los amigos,
decimos, verbi gratia, que este o aquel acto, esta o aquella conducta es
una marcelada, es decir, un acto o conducta propia de Marcela. Hasta hay
quien, en este contexto, diría que todo aquello que hace Pedro es una pedrada.
Quien dice entonces: “Naguará de hipótesis”, por ejemplo (aunque esta
formulación no parece muy larense), además de expresar sorpresa, está diciendo,
más o menos: ‘Esa hipótesis es una guarada, es como si fuera la hipótesis de un
guaro’.
Naguará, que ahora dudo de escribir
como una sola palabra, es pues un “guarismo”, y como aporte regional al acervo
del conjunto de la lengua, enriquece, en número y en belleza, la que se habla
en Venezuela. Su uso cotidiano y la reflexión consciente sobre su significación
es para los venezolanos una ocasión más para saborear, como saboreaba Beremís
Samir la delicia de los números y sus relaciones, la dulzura de las palabras en
las que nos movemos y existimos.
emalaver@gmail.com
Año II / Nº XXII / 15 de septiembre del 2014
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