Edgardo Malaver Lárez
Ana y Cervantes se conocieron en la taberna del
esposo de ella. Óleo de Manuel Rodríguez de Guzmán para Rinconete y Cortadillo |
—Hombre, señor poeta, que hubierais podido
defenderme de ese gañán que quiso cogerme las posaderas.
—¡Que estaba armado, mujer!
—¡¿Y vos no?! ¡¿No estáis vos armado también?! ¡¿No
fue vuestra merced soldado en Lepanto y en África?
—¿Pero queréis que haiga derramamiento
de sangre en la taberna?
—¡¿Y no es para tal menester que estáis
prestos los hombres de armas?!
—Yo he dejado la carrera de las armas.
—Sí, ahora sois comediante...
—¡Actor!
—Ahora escribís comedias y sainetes que
nadie quiere atender...
—¡Que no son sainetes!
—Pues son todos Arlequines y Colombinas
lo que os rodean en el teatrino aquel donde simuláis trabajar.
—No es un teatrino, Ana, y los que
escribimos dramas somos dramaturgos, ¿no podéis nunca tener presente esta…?
—¡No! ¡No quiero recordar ese venablo!
—¡Vocablo, mujer...!
—¡A fe mía que es más un venablo, un
demonio, un maleficio que una palabra! ¿Acaso creéis vuestra merced, amigo mío,
en la inocencia de las voces y vocablos que empleáis los poetas?
—Voto a Dios que si tuvierais que
discutir con Lope de Vega, correrían ríos de sangre por todo Madrid. Qué lengua
tan afilada tenéis, ¡parece una espada sarracena!
—Ah, otra vez la sangre. Que por ella
es que os he pedido que con presteza os apersonarais en mi aposento.
—¿Qué? ¿Queréis que os corra la sangre por
las venas tan temprano? La taberna todavía está llena de hombres sedientos.
—Está llena de mangarrianes como
vuestra merce...
—¿Insistís en que no trabajo, mi seño...?
—¿Recitar todo el día versos y odas es,
señor mío, trabajar?
—Bah... La verdad... Apegándome a la pura
verdad de Dios, no tengo yo talento ni maestría ninguna para las palabras ni
los versos, contimenos existiendo Lope, que es un monstruo de la naturaleza.
—El matarife que habéis mentado no ha nada.
—¿Matarife?
—Las gentes dicen que anda por las
calles, callejones y callejuelas desafiando a los soldados, caballeros y
hombres principales a duelos y pendencias sin número.
—Sin haber ido a la guerra, es más
aguerrido que un súbdito del Gran Moro. Pero basta de hablar de hombres sin
conciencia ni comedimiento. Habéis dicho que me habíais llamado a vuestra alcoba
por una razón.
—Os decía, mi esclarecido señor don
Miguel, que...
—¡Don Miguel...!
—Escuchadme. Os decía que ha aparecido
un entuerto que debemos solventar prontamente.
—Desveládmelo, os lo ruego.
—Mi marido ha enviado carta, y ha de volver muy pronto a
Madrid, y no ha de encontrarnos juntos, a menos que estemos puestos en el ánimo
de darle a correr tu sangre o la sangre de...
—¿Qué otra sangre debe correr más que
la mía?
—La mía... o la de entrambos...
—No, yo no habré de permitir que te
toque si nos...
—Vos no debéis enfrentaros a Alonso. Hay
riesgo sobre algo más que la vida de vuestra merced y la mía, pues en mi vientre
crece una vida que debemos amparar y guardar de él y de todos.
—¡¿Estáis esperando una criatura mía,
mi amada Ana?!
—¡Callad, mi señor, que pueden oíros
los sirvientes de las mesas! Y no podré soportar que todo se descubra antes del
plazo que he maquinado para salir airosa de este trance.
—Pero es ahora menester que yo vele por
vos y por la criatura.
—¡No, vos debéis huir!
—¡Jamás...! Mi honor me impide huir. ¡Yo
no soy un cobarde! Enfrentaré a vuestro marido, si es preciso, y te llevaré
lejos de aquí, a Italia, a Lisboa, donde haga falta para...
—Callad, mi amado, callad. No podemos
arriesgarnos a poner a la práctica semejante plan... Alonso nos alcanzaría do
fuéramos, do nos escondiéramos.
—Huyamos ahora, entonces, hoy mismo.
—No. Huid vos solo, salvaros, preservaros
para que un día...
—¿Y vos? ¿Qué será de vos... de vosotros?
—Yo he de convencer a mi marido de que
este hijo es suyo, y vos estaréis a salvo y él y yo, también.
—¿Adónde puedo ir yo, ahora que de esta
guisa el destino me arranca de vuestro lado y separa a nuestro hijo de mí?
—Huid al campo, id a Arganda del Rey, a
Esquivias, a algún lugar de la Mancha. Que crean que os habéis ido lejos,
estando cerca. Ocultaros una temporada. Partid ahora mismo, don Miguel.
—Tan prestamente me desprendéis de
vuestro seno...
—Erráis, amado mío, me duele como si murierais.
—Y vos, doña Ana de mi vergel,
¿permaneceréis con el que antaño fue mi amigo?
—De él seré oíslo, de vos seré musa,
luminosa y risueña...
—Vos seréis mi viento fresco...
—De él soy Galatea, de vos seré la dulzura
de los besos, y vuestra memoria no cesará de palpitar en la pupila de mis
ojos... Adiós, mi caballero andante, volved un amanecer y despertadme con la
miel de vuestra voz.
—Abur, mi soberana y alta señora.
—Abur...
emalaver@gmail.com
Año XI / N° CDXXXII / 29 de
septiembre del 2023
ANIVERSARIO
DEL NACIMIENTO DE CERVANTES
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