viernes, 29 de septiembre de 2023

Despedida de Ana y Miguel [CDXXXII]

Edgardo Malaver Lárez

 

 

Ana y Cervantes se conocieron en la taberna del esposo de ella.
Óleo de Manuel Rodríguez de Guzmán para Rinconete y Cortadillo

 

 

 

         —Hombre, señor poeta, que hubierais podido defenderme de ese gañán que quiso cogerme las posaderas.

         —¡Que estaba armado, mujer!

         —¡¿Y vos no?! ¡¿No estáis vos armado también?! ¡¿No fue vuestra merced soldado en Lepanto y en África?

         —¿Pero queréis que haiga derramamiento de sangre en la taberna?

         —¡¿Y no es para tal menester que estáis prestos los hombres de armas?!

         —Yo he dejado la carrera de las armas.

         —Sí, ahora sois comediante...

         —¡Actor!

         —Ahora escribís comedias y sainetes que nadie quiere atender...

         —¡Que no son sainetes!

         —Pues son todos Arlequines y Colombinas lo que os rodean en el teatrino aquel donde simuláis trabajar.

         —No es un teatrino, Ana, y los que escribimos dramas somos dramaturgos, ¿no podéis nunca tener presente esta…?

         —¡No! ¡No quiero recordar ese venablo!

         —¡Vocablo, mujer...!

         —¡A fe mía que es más un venablo, un demonio, un maleficio que una palabra! ¿Acaso creéis vuestra merced, amigo mío, en la inocencia de las voces y vocablos que empleáis los poetas?

         —Voto a Dios que si tuvierais que discutir con Lope de Vega, correrían ríos de sangre por todo Madrid. Qué lengua tan afilada tenéis, ¡parece una espada sarracena!

         —Ah, otra vez la sangre. Que por ella es que os he pedido que con presteza os apersonarais en mi aposento.

         —¿Qué? ¿Queréis que os corra la sangre por las venas tan temprano? La taberna todavía está llena de hombres sedientos.

         —Está llena de mangarrianes como vuestra merce...

         —¿Insistís en que no trabajo, mi seño...?

         —¿Recitar todo el día versos y odas es, señor mío, trabajar?

         —Bah... La verdad... Apegándome a la pura verdad de Dios, no tengo yo talento ni maestría ninguna para las palabras ni los versos, contimenos existiendo Lope, que es un monstruo de la naturaleza.

         —El matarife que habéis mentado no ha nada.

         —¿Matarife?

         —Las gentes dicen que anda por las calles, callejones y callejuelas desafiando a los soldados, caballeros y hombres principales a duelos y pendencias sin número.

         —Sin haber ido a la guerra, es más aguerrido que un súbdito del Gran Moro. Pero basta de hablar de hombres sin conciencia ni comedimiento. Habéis dicho que me habíais llamado a vuestra alcoba por una razón.

         —Os decía, mi esclarecido señor don Miguel, que...

         —¡Don Miguel...!

         —Escuchadme. Os decía que ha aparecido un entuerto que debemos solventar prontamente.

         —Desveládmelo, os lo ruego.

         —Mi marido ha enviado carta, y ha de volver muy pronto a Madrid, y no ha de encontrarnos juntos, a menos que estemos puestos en el ánimo de darle a correr tu sangre o la sangre de...

         —¿Qué otra sangre debe correr más que la mía?

         —La mía... o la de entrambos...

         —No, yo no habré de permitir que te toque si nos...

         —Vos no debéis enfrentaros a Alonso. Hay riesgo sobre algo más que la vida de vuestra merced y la mía, pues en mi vientre crece una vida que debemos amparar y guardar de él y de todos.

         —¡¿Estáis esperando una criatura mía, mi amada Ana?!

         —¡Callad, mi señor, que pueden oíros los sirvientes de las mesas! Y no podré soportar que todo se descubra antes del plazo que he maquinado para salir airosa de este trance.

         —Pero es ahora menester que yo vele por vos y por la criatura.

         —¡No, vos debéis huir!

         —¡Jamás...! Mi honor me impide huir. ¡Yo no soy un cobarde! Enfrentaré a vuestro marido, si es preciso, y te llevaré lejos de aquí, a Italia, a Lisboa, donde haga falta para...

         —Callad, mi amado, callad. No podemos arriesgarnos a poner a la práctica semejante plan... Alonso nos alcanzaría do fuéramos, do nos escondiéramos.

         —Huyamos ahora, entonces, hoy mismo.

         —No. Huid vos solo, salvaros, preservaros para que un día...

         —¿Y vos? ¿Qué será de vos... de vosotros?

         —Yo he de convencer a mi marido de que este hijo es suyo, y vos estaréis a salvo y él y yo, también.

         —¿Adónde puedo ir yo, ahora que de esta guisa el destino me arranca de vuestro lado y separa a nuestro hijo de mí?

         —Huid al campo, id a Arganda del Rey, a Esquivias, a algún lugar de la Mancha. Que crean que os habéis ido lejos, estando cerca. Ocultaros una temporada. Partid ahora mismo, don Miguel.

         —Tan prestamente me desprendéis de vuestro seno...

         —Erráis, amado mío, me duele como si murierais.

         —Y vos, doña Ana de mi vergel, ¿permaneceréis con el que antaño fue mi amigo?

         —De él seré oíslo, de vos seré musa, luminosa y risueña...

         —Vos seréis mi viento fresco...

         —De él soy Galatea, de vos seré la dulzura de los besos, y vuestra memoria no cesará de palpitar en la pupila de mis ojos... Adiós, mi caballero andante, volved un amanecer y despertadme con la miel de vuestra voz.

         —Abur, mi soberana y alta señora.

         —Abur...

 

emalaver@gmail.com 

 

 


Año XI / N° CDXXXII / 29 de septiembre del 2023

ANIVERSARIO DEL NACIMIENTO DE CERVANTES

 



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