Edgardo Malaver
El horror
y la maravilla suelen vivir juntos. La miseria (1886), de Cristóbal Rojas |
La muy contemporánea expresión annus
horribilis —que apareció, a pesar de su apariencia de antigüedad romana, en
1891, pero la acaba de popularizar, en 1992, la recién fallecida Isabel II—
tiene, como era de esperar, una contraparte positiva. Es agradable comprobar
que esta, la positiva, es más antigua y que tuvo un origen literario.
Aunque construida en latín, las dos
expresiones nacieron en la lengua inglesa, y annus mirabilis, en un
poema de John Dryden (1631-1700), poeta, dramaturgo y traductor. Dryden, que siendo
aún joven se convirtió en el modelo de escritor del período de la Restauración,
publicó en 1667 un poema que enriqueció su reputación hasta el punto de obtener
un cargo en la corte real. El poema se titulaba justamente así: “Annus
mirabilis”, que al español habría que traducir como ‘año milagroso’ o ‘de los
milagros’, ‘año maravilloso’ o ‘de las maravillas’. Curiosamente el texto trataba
acontecimientos terribles que habían sucedido en el año anterior: la Gran Peste
y el Gran Incendio de Londres. El poeta incluso comenzó a escribir el poema en
el campo, donde se había confinado para huir de la epidemia de peste bubónica.
Varios autores reflexionan que quizá el “milagro”, la “maravilla” a los que
Dryden se refiere sean el hecho de que muchos lograron salvarse de tantas
tragedias.
Sin embargo, hubo también sucesos favorables
para Inglaterra en aquel momento, como la victoria militar británica en la
Batalla de los Cuatro Días, en junio, y la del Día de Santiago, en julio. Otros
autores mencionan que el Incendio de Londres, que dejó a 70.000 personas sin
hogar, trajo una renovación de la ciudad, emprendida por el rey Carlos II (¡oh,
sí, el Carlos anterior al que acaba de heredar el trono de Isabel!), y aquello
había que celebrarlo. Otro que, gracias al confinamiento, tuvo tiempo de
estudiar y reflexionar mucho fue Isaac Newton, quien durante aquel período
desarrolló la teoría de la gravitación universal y otras cuantas.
Más esotéricamente, muchos relacionaron
el año 1666 con el número 666 del Apocalipsis o con la atractiva escritura de
aquel número en caracteres romanos, MDCLXVI, en que se utilizan todas las
cifras posibles y en orden descendente. Creyendo que estas coincidencias
confirmaban ineludiblemente el fin del mundo, mucha gente dejó atrás vicios y conductas
reprochables, lo cual, sin ser seguramente el propósito del poeta, puede
decirse que cantaba como milagro.
Después de aquella fecha, diversas
otras han sido “bautizadas” como annus mirabilis. El año 1905 es uno de
ellos, a partir del hecho de que el físico Albert Einstein publicó ese año una
serie de artículos que terminaron generando una nueva visión de la ciencia en
general.
Y aun hoy en día sigue haciendo
maravillas la herencia de Dryden. Quizá se sorprenderán de saber que el nombre
Mirabel, que este año ha sido tan popular, proviene también de la palabra
latina mirabilis. No es descabellado pensar que haya sido intencional
que en la película Encanto, de Byron Howard y Jared Bush, la
protagonista haya recibido ese nombre, precisamente, porque ella, que no tiene
ningún poder mágico especial, es en quien reside la magia; es decir, Mirabel es,
en esa historia, la magia misma, el milagro hecho niña.
No es extraño que de forma a veces imperceptible
el pasado de la lengua salte al presente o que el pasado de una de ellas
termine salpicando al presente de las demás. Ni extraña tampoco que por
momentos parezca que todas las piezas de una situación, de un momento, vuelvan
a encajar unas con otras, como si estuviéramos repitiendo el mismo cuento, pero en
otro orden. Y resulta que la lengua despliega todas esas historias delante de
nosotros todo el tiempo.
emalaver@gmail.com
Año
X / N° CCCXCII / 12 de septiembre del 2022
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