Los argentinos Ana Clara Carranza y Mariano González como Clitemnestra y Egisto en Orestíada (foto: A. Gamboa) |
Hoy fui a comprar un matamoscas, porque
el que había en mi casa desde hace años murió a fuerza de usarlo. Caracas está
infestada de moscas, toda Venezuela lo está. La basura desperdigada por las
calles, objeto del deseo de una creciente masa de gente hambrienta, que se
lleva hasta las bolsas porque el plástico escasea y sacan unos dineros por
ellas; las aguas negras brotan de las calzadas sin dolientes activos, las
autoridades, pero sí pasivos, los que sufrimos las moscas. Y el matamoscas me
llevó a recordar mi descubrimiento de Jean Paul Sartre en mi primera juventud,
su teatro, concretamente Huis-clos y Les mouches, las moscas. Al filósofo lo
descubrí poco después.
Sartre utiliza un mito griego como
metáfora para burlar la censura —objetivo colateral de muchas metáforas— y
reflexionar sobre el existencialismo y la situación de la Francia ocupada por los
nazis en 1943. El tema es el siguiente: Argos, una ciudad sombría bajo un sol
ardiente, está infestada por las moscas, los remordimientos la abruman. Quince
años antes, Clitemnestra, la esposa del rey Agamenón, lo asesinó a su regreso
de Troya con la complicidad de Egisto. Este tomó el poder e instituyó cultos
extraños que mantienen a sus ciudadanos en una abyecta humillación. Orestes, el
hijo del rey asesinado, vuelve a su patria; no aspira a vengar a su padre, le
horroriza la sangre, pero está harto de su vida en el exilio, quiere recuperar
su sitio en su país. Electra misma, su hermana, lo rechaza: el usurpador la ha
reducido a la categoría de esclava y disimula su vergüenza en sueños de
venganza y de odio. No reconoce al joven Orestes, dubitativo y tímido, dulce
como una doncella, como al liberador que ella esperaba. El final lo dejo a la
curiosidad de los lectores, no vaya a ser que la censura comprenda la metáfora.
Sólo diré que Orestes se va llevándose
de la ciudad a todas las moscas, pues las moscas eran la Erinias, las Furias
romanas, las diosas de la venganza, que seguirán zumbando alrededor de su
cabeza. Pero Orestes no se arrepentirá. Las Erinias tenían la insaciable
necesidad de vengar todo tipo de injusticias que los dioses y los mortales
cometían entre ellos dentro del seno familiar.
Uno de los análisis más interesantes de
esta obra, de estas moscas vengadoras, es el que hace el psicólogo Carl Gustav
Jung, considerándola como un arquetipo, en su propio léxico, de “la
responsabilidad colectiva”. Y domesticando, o familiarizando, que queda más
bonito, la metáfora de Sartre, ¿nos atrevemos a desentrañar sus claves en clave
de aquí y ahora? ¿Qué es Argos? ¿Quién es Egisto? ¿Quién o qué colectivo es
Electra? ¿Quién o qué grupo puede ser Orestes? Cada cual tendrá su propia
respuesta, para mí está clara, al menos eso pienso mientras las moscas me
siguen atormentando, pues al primer “matamoscazo” que le he endilgado a una, el
arma mosquicida se ha cuarteado cual bombillo chino. Un décimo de un salario mínimo
al garete, qué le vamos a hacer: hiperinflación, escasez, colas y ninguna
calidad. Y en cuanto a la “responsabilidad colectiva” de Jung, que cada palo
aguante su vela , y en lo que a mí respecta, las moscas vengadoras siguen en
Argos.
luisroberts@gmail.com
Año VI / N° CCXVIII / 23 de julio del 2018
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