“¿Hay algo más real que las
palabras?”,
se preguntaba Oscar Wilde
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Por la única razón que, en efecto, incita a uno a hacer
cualquier pregunta: simple curiosidad, me dispuse a estudiar el trasfondo de un
verbo empleado, con gran frecuencia, en actos de justificación o
arrepentimiento. Acogido por mi ignorancia, y, como dije, llamado por mi
curiosidad, me preguntaba: ¿por qué al verbo disculpar se le añaden los pronombres reflexivos me y se,
en ocasiones enclítico, y otras veces de forma independiente y antecediendo al
verbo, cuando se trata de lamentarse o excusarse de una ofensa o falla cometida
por uno mismo? Consideraba como todo un acto de pedantería el decir “me
disculpo ante usted…”.
Detallando este acto de habla minuciosamente y en un nivel primario,
me hacía figurar una suerte de soberbia y vanidad, pues ¿quién es uno para
atribuirse la potestad de perdonarse? Su estructura es básica, gira en torno al verbo disculpar, conjugado en primera persona, antecedido por un
pronombre reflexivo, y precedido, generalmente, por una cláusula subordinada
circunstancial causal, que justifica la razón de la contrición. Si vamos más
allá de la gramática de la oración, y nos adentramos en un nivel más profundo,
donde yace el sentido de la proposición, parece que el enunciado encerrara un
significado fatuo y presuntuoso, pues, en sí, es el propio emisor (sujeto de la
oración) quien se toma la inmodestia de perdonarse por una falta cometida por
sí mismo, por un error perpetrado por su persona.
¿Cuántas veces ha de parecernos que, personajes del día a
día pasan de ser individuos plenos de modestia y humildad a sonar soberbios y
arrogantes? Es por ello que decidí iniciar este rito con aquella frase que señala que desconocemos el valor de las
cosas, pues por valor me refiero, en este sentido, a significados y
etimologías, y por cosas, a las palabras que componen la lengua; siendo la
unión entre estos dos términos lo que añade sentido a los enunciados que
emitimos. Así aclaro que el uso de estos sintagmas verbales no es tan arrogante
como parece en primera instancia; al contrario, su sentido va más dirigido a
aclarar que la falta cometida escapa de sus propósitos.
¿Pero qué significa disculpar?
¿De dónde proviene? Este verbo, perteneciente al primer grupo, procede del sustantivo
femenino disculpa, palabra derivada
de la unión entre el prefijo latino dis-,
lo que significa ‘negación o contrariedad’, y del sustantivo culpa, el cual nos presenta un abanico
de acepciones, de las cuales tomé las que se refieren a continuación: “f.
imputación a alguien de una determinada acción como consecuencia de su
conducta”; “f. psicol. acción u omisión que provoca un sentimiento de responsabilidad
por un daño causado” (Diccionario de la
Lengua Española, 2017). Por lo que podemos resumir que disculpa significa no tener culpa o responsabilidad de algo. Yendo
un poco más allá de su etimología, podemos concretar que dicho verbo representa
la acción de justificar un hecho, ofreciendo pruebas, razones o argumentos que excluyen
a un individuo de tener culpa o responsabilidad sobre ello. Dicho de otro modo,
es la razón que se da para argumentar o excusar alguna falta en la que se ha
caído. Por ende, el disculparse no es un acto de petulancia ni soberbia, sino
un hecho de autojustificación. En otras palabras, es un modo de prevenir o
remendar un error o fallo cometido por uno mismo, a través de razones que
aclaran que lo sucedido o dicho fue sin culpa alguna, es decir, sin ninguna
intención.
Lo mismo ocurre, con los
verbos excusarse, perdonarse, absolverse e indultarse,
verbos que suenan un poco engreídos al añadirle las partículas me o se,
las cuales precisarían que la acción del verbo es concebida por el propio
sujeto.
Este extraño y peculiar
fenómeno no solo sucede en nuestra lengua castellana, sino en otras lenguas
romances como el francés, por ejemplo. Je
m’excuse es el arrogante equivalente a nuestro me disculpo. Algunos de los enunciados que aminorarían este parecer
altivo en nuestro idioma pueden ser discúlpeme o ¿podría disculparme?
En
resolución, traigo a escena una cita del escritor irlandés Oscar Wilde, que nos
viene a la perfección en esta ocasión, y nos sirve de cierre para este “descortés”
episodio; dice así: “¡Palabras! ¡Simples palabras! ¡Qué terribles son! ¡Qué
claras, y vívidas, y crueles! Uno no puede escapar de ellas. Y sin embargo,
¡qué sutil magia hay en ellas! Parecen servir para dar una forma plástica a
cosas sin forma, y tener música por sí mismas […]. ¡Simples palabras! ¿Hay algo
más real que las palabras?” (El retrato
de Dorian Gray, 1890, traducción propia). Dicho esto, no cabe duda de que la riqueza y el
valor de las palabras establecen pronunciadas diferencias en el sentido de las
proposiciones, de allí que suene vanidoso decir me disculpo, y cortés decir discúlpeme.
¿Y las diferencias entre disculparse
y perdonarse? Este par lo dejaremos
para otro rito.
danielalejandro.alba@gmail.com
Año VI / N° CCXIV / 25 de junio del 2018
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