Luis Roberts
¿La
traducción? Es la profesión del futuro, el sueño de todo robot sensible |
Geoffrey Hinton, un científico
británico de 75 años llamado “padrino de la IA”, se ha ido de Google para poder
hablar con calma de su miedo al futuro. En 2017 Hinton dijo: “Las máquinas
serán más inteligentes que las personas en casi todo, pero tardará mucho tiempo”.
Ese “mucho tiempo” han sido seis años. Él mismo lo admite en la entrevista que
dio al New York Times: “Algunos creían en la idea de que estas
cosas en realidad podrían volverse más inteligentes que las personas. Pero la
mayoría de la gente pensaba que estaba muy lejos. Yo mismo pensaba que estaba
muy lejos. Creía que faltaban entre 30 y 50 años o incluso más. Obviamente, ya
no pienso eso”. Yuval Noah Harari también ha dicho esta semana que “la IA ha
hackeado el sistema operativo de la civilización humana”.
Como pasó con la aparición de las
máquinas en la Revolución Industrial, y con la energía atómica, son muchos los
adversarios que hoy tiene la IA, por instinto de conservación, por miedo, por
lo que sea, pero el hecho es que ya está aquí entre nosotros y, por supuesto,
en la interpretación y en la traducción. Lo que nos toca es mirarla de frente,
los que ya la utilizamos y los que no, ver sus pros y sus contras y adecuarnos
a las nuevas maneras de ejercer la profesión de traductores e intérpretes.
Teodoro Petkoff contaba en “petit
comité”, en su época de ministro, que en sus viajes al exterior siempre llevaba
con él a “su” intérprete, la única capaz de interpretar, de transmitir, su rico
y campechano idiolecto venezolano a otro idioma. En uno de sus viajes, el
protocolo le impuso otra intérprete a pesar de su insistente oposición. A los
pocos minutos, esta intérprete impuesta tiró la toalla y no pudo, se declaró
incapaz, de seguir interpretando a Teodoro. Una vez sustituida por “su” intérprete,
Teodoro pudo transmitir normalmente su mensaje. Ya se está probando en varios
sitios, en varios foros, la utilización de aparatos de inteligencia artificial,
de IA, para sustituir a los humanos; es una cuestión de coste. Sólo si los
políticos, los científicos, los intelectuales defienden su derecho a exigir que
un humano transmita su mensaje, con sus nuances, sus sutilezas, su
intención, se salvará, no solo la profesión del intérprete, sino, tal vez,
errores de interpretación de consecuencias fatales.
En la traducción pasa otro tanto. Ya
desde 2017, en convenciones, foros, etc., se está intentando adoptar posturas
conjuntas y normar el uso de la IA en la traducción. Los traductores ya usamos
herramientas gratuitas para aumentar la productividad, reducir el tiempo y
aplicar nuestros conocimientos y experiencia para “corregir” los fallos de los
motores de traducción automática, para ofrecer a nuestros clientes un producto
de calidad. Pero, con la Iglesia hemos topado, Sancho. Hoy parece que la
calidad ya no es un valor importante, un valor preferencial, ni en el
supermercado, ni en la vivienda, ni en la traducción. Si el consumidor, el
lector, el espectador no exige calidad, no habrá calidad, porque primará
siempre la política empresarial de bajos costes y altos rendimientos. Si vamos
a usar la IA para aumentar la productividad, bienvenida sea, pero si va a ser
una herramienta para despreciar la calidad y abaratar las tarifas, tendrán que
encontrarnos en la trinchera. Eso dependerá del tipo de cliente, del tipo de IA
y de la transformación del traductor de calidad en un “poseditor” de calidad.
Ese será el tema de la segunda parte de este artículo.
luisroberts@gmail.com
Año
XI / N° CDXXII / 22 de mayo del 2023
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