Luis Roberts
Lascivia
venezolana. Macu, la mujer del policía
(1987), de Solveig Hoogesteijn |
Mi amigo Simón es sesentón. Sobrelleva
su vida y su tos gracias a su sentido del humor y una muleta. Es traductor.
Aceptó en mala hora formar parte de la junta de condominio de su edificio. Vive
en un pequeño apartamento de su propiedad en una torre conocida de Caracas. La
presidenta de la junta está casada con un militar que disfruta de una sinecura
(enchufado) y de una “camionetota”. La junta decidió hacer una inversión en el
inmueble con las aportaciones de los propietarios. Una abogada miembro de la junta
puso en el grupo de Wasap que esa inversión era encomiable, pero la ley exige
consultar con los propietarios. Mi amigo le dio la razón en ese grupo. Así
iniciaría Faulkner el relato.
Hace unos días, cuando mi amigo se
dirigía, llaves en mano, al ascensor del estacionamiento para subir a su
apartamento, la “camionetota” del militar frenó bruscamente, expelió del
interior al susodicho, que se dirigió a Simón como un energúmeno endemoniado,
ayudado por su, al parecer, cara de reptiliano, le dio un manotazo que dio con
las llaves en el suelo, mientras le gritaba, acusándolo de haber insultado
gravemente a su santa esposa, por tan baladí comentario en el Wasap de la
comunidad. Le dijo que le cortaría la cabeza y que le escoñetaría la vida. Mi
amigo, intentaba en vano recoger las llaves del suelo, y pensaba, sólo podía
pensar, pues el insigne militar no le dejó hablar, que qué sería más oportuno,
si decirle que no le podría escoñetar la vida ya más de lo que estaba, o si le
cortaría la cabeza antes o después de escoñetarle la vida. Lo trató de maricón
y de “mujeringa”, palabra esta que impactó a mi amigo más que las amenazas —traductor
al fin y al cabo—, por desconocida. Se puso a investigar y al parecer es una
palabra de uso limitado a los Andes chilenos, y de uso muy minoritario y
cuartelero aquí. Investigó y al parecer se usa con la acepción de alguien que
vive entre las faldas de las mujeres, a lo que Simón, militante activo de la
lascivia, no tuvo más remedio que exclamar: “¡Ojalá!”. Así, más o menos, continuaría
Gabo este relato.
Hace 50 años, la única referencia que
teníamos de la inteligencia artificial, era la relacionada con la militar. El
ilustre Groucho Marx nos recordaba en una película el oxímoron de “inteligencia
militar” (“o inteligencia o militar”) y el no menos ilustre Aldous Huxley nos
decía: “Existen tres clases de inteligencia: la inteligencia humana, la
inteligencia animal y la inteligencia militar”. Huxley probablemente no conocía
la frase de Groucho, pero la intuía, eso es seguro.
Y así concluyo yo este artículo,
anunciando que tendrá continuación próximamente para llevarnos a la
inteligencia artificial en nuestros día: la IA.
luisroberts@gmail.com
Año
XI / N° CDXIII / 20 de marzo del 2023
¡Qué simpático Rito! Estaré atenta a su continuación. Aplaudo tu prosa, Luis R.
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