Ariadna Voulgaris
Jano bifronte, el dios que abría y cerraba todas las cosas en Roma |
El niño iba caminando por las calles de Delfos. Delgado, descalzo y sin familia. Había luz y calor. Y Xifeo venía caminando también por aquellas calles, de vuelta del oráculo. Tanta luz tenía que ser anuncio de lo que debía encontrar hoy: calor para su familia. Entonces vio al niño que venía hacia él. Al mismo tiempo el niño lo vio a él. Xifeo oyó en su mente las palabras del oráculo: “Rapta al primer niño que aparezca mañana ante ti”.
—¿Deseas de vivir en Atenas? —le preguntó.
—¿Dónde es Atenas? —respondió el niño.
—Ven conmigo.
Y lo tomó de la mano. Cuando ponían pie en el barco, se le ocurrió preguntarle su nombre. El niño dijo: “Jano”.
Xifeo le llevó a Jano a su mujer, Creusa, hija del rey de Atenas, con quien no había podido engendrar hijos. Y con el paso del tiempo, descubrieron que el niño era en realidad el hijo que Creusa había tenido antes de conocer a su esposo y que el rey la había obligado a abandonar en Delfos.
Y con el tiempo también, Jano se convirtió en un guerrero audaz y sus victorias lo llevaron hasta Italia, donde fundó varias ciudades. Adquirió tanta fama que Saturno, cuando fue destronado por Júpiter, su hijo, fue a refugiarse en territorios de Jano. Agradecido por su protección, el dios le concedió el don de ver el pasado y el porvenir simultáneamente. Jano empleó con tanta sabiduría y justicia este poder que Saturno lo convirtió también en dios.
Jano entonces fue capaz de mirar al mismo tiempo el comienzo y el final de todas las cosas, y avistaba el solsticio de verano y el de invierno y, por tanto, la llegada de los hombres a esta vida y su partida. En su templo en Roma (construido por orden de Numa Pompilio, segundo rey de Roma, en el siglo VIII antes de Cristo), Jano era colocado en el mero centro para que observara la puerta del amanecer y la del ocaso. Por esta razón se le representaba con un rostro por delante y otro por detrás, a menudo uno joven y el otro de anciano. Jano es, pues, el dios de los umbrales, desde los cuales puede verse hacia adentro y hacia afuera, lo propio y lo extraño, lo íntimo y lo público. Es también la imagen del tránsito del caos a la civilización.
Y así, finalmente, en el año 45 antes de Cristo, cuando Julio César decidió reformar el calendario, agregó dos meses al principio de los diez que por siglos habían seguido los latinos y dedicó el primero de ellos al dios Jano. Lo llamó Ianuarius mensis (‘mes de Jano’), para que en adelante mediara, cual umbral, entre un año que termina y el que comienza. En español lo llamamos enero.
ariadnavoulgaris@gmail.com
Año VIII / N° CCCXXXIX / 11 de enero del 2021
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