¿La
Luz de los Andes no habrá sido afásica? Monumento a la loca Luz Caraballo, en Mérida, Venezuela |
Siguiendo
el rastro del profesor Edgardo, me topé con un rito que despertó un deseo que yacía acobijado en lo más profundo
de mi mente. Desde hace tiempo tenía la intención de escribir un rito dedicado a esos “regalos” que el
profesor Edgardo define como “un padre en menor grado”. Esa “aviola”, dicho en
latín, que para más de uno fue, o aún es, como una segunda madre. Esas personas
que tienen tanta historia para contar, tantos cuentos interesantes, tanta
sabiduría de la vieja escuela. Algunas llegan a una etapa, en la cual
entenderlas se torna un juego de acertijos y adivinanzas.
¿Qué
sería de nosotros sin la ayuda de la competencia pragmática? ¿Cómo
entenderíamos a aquella abuela octogenaria, que, para hablarte de una cosa, te
nombra otra? ¿Cómo entenderíamos a esa fruta arrugadita, a esa viejita que va
por el octavo o noveno piso y aparenta tener la fuerza para seguir subiendo más
escalones? ¿Cómo saber qué quiere decir ella con el calentador, o el reloj,
o el teléfono, cuando te está
hablando de un aparato diferente?
A
veces, pareciera que, para estos sabios veteranos, la tecnología es un aparato
multifuncional que puede ser denominado con múltiples nombres que siempre
representan el mismo objeto. Muchas otras veces, creo que toman uno de los
semas que componen el significado de una palabra y lo usan en lugar de ella.
Algo así como denominar un todo por un algo que lo caracteriza. De allí que le
digan calentador al microondas, solo porque calienta. En otras ocasiones, solo
pareciera que seleccionan, de manera aleatoria, una de las palabras de un mismo
campo de significación y la utilizan para representar cualquier otro objeto
perteneciente al mismo campo.
No
obstante, me topé con un concepto que, a mi opinión, representa lo que les
sucede a nuestros queridos abuelitos. Se trata de un trastorno lingüístico
(afasia) conocido como anomia o afasia amnésica o afasia nominal. Wikipedia lo define como “un desorden
neuropsicológico, caracterizado por la dificultad para recordar los nombres de
las cosas”. Dicho de otro modo, es una incapacidad selectiva para usar
determinadas palabras, un trastorno del lenguaje que impide llamar a las cosas
por su nombre. Suele producirse naturalmente alcanzada cierta edad, a partir de
la cual la persona comienza a sufrir un grado leve o moderado de anomia.
Anatómicamente, es un fenómeno asociado a la “zona de mediación”, aquella parte
del cerebro relacionada con los significados léxicamente codificados y con las
representaciones de las imágenes acústico-articulatorias.
Así
pues, me di cuenta de que mi abuela no se estaba volviendo loca, y descarté la
posibilidad de una enfermedad más grave. Solo se trata de un olvido selectivo y
no persistente, que nos hace poner en marcha nuestros procesos inferenciales
para lograr determinar a qué se quiere referir con su léxico particular.
Gracias a aquellas marcas ostensivas, a aquellos factores extralingüísticos que
maquillan el habla, es que logramos entender a ese viejito, que ha visto pasar
tantas décadas, tantas modas, tantas evoluciones tecnológicas, en fin, tantos
cambios, que los han hecho sentir extranjeros en su propio mundo.
Nosotros jóvenes vamos pa esa. ¿cuántos
de nosotros ya no padecemos de una afasia anómica prematura?
danielalejandro.alba@gmail.com
Año VI / N° CCXLIV
/ 21 de enero del 2019
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