La
vida secreta de las palabras, además de ser una espléndida película de
Isabel Coixet, es un secreto, el de que las palabras tienen vida, compartido
por todos aquellos que manipulamos, jugueteamos, trabajamos, mordisqueamos y
amamos las palabras. No hay palabras neutras, todas tienen una intención, una
dirección, son como un dardo, como el Dardo
en la palabra del académico Lázaro Carreter. Desde que gracias a
la palabra nace la idea, esta le devuelve el favor a aquella, a veces flaco
favor, usando la palabra como un pelele en manos de las caprichosas veleidades
de las cambiantes ideas.
Por un lado, surge lo que ahora algunos
llaman “el perímetro” de la palabra, su límite semántico, el concept creep, o deslizamiento del
concepto, de la acepción. ¿Qué significan hoy palabras como violencia, feminismo, machismo, libertad, democracia, dictadura? Bueno,
depende. ¿Depende de qué? De las circunstancias. ¿De qué circunstancias? De
quién las diga, en qué lugar y en qué momento y, sobre todo, cómo están
estructuradas y repartidas las neuronas del que las dice. Hay palabras que
cambian de uso y se convierten en algunos casos en latiguillos que pueden
chocar a gente que comparte el idioma, pero no su uso. Se ven caras de estupor
en el metro de Madrid, donde la juventud mayoritariamente ya no acepta insultos
homófobos, oyendo a jóvenes venezolanos llamarse cariñosamente marico y marica, igual que en el colectivo, el ómnibus, de Buenos Aires. O a
uno ya no le sorprende el familiar cabrones
de los mexicanos.
En el campo de la política, y entro en
materia, el espectáculo es más desolador. No sé si la anunciación de Fukuyama,
la muerte de las ideologías, se ha cumplido, de lo que no cabe duda es que las
dos grandes ideologías (concepciones del mundo) de los siglos XIX y XX, el
marxismo y el cristianismo, uno se ha diluido, y el propio Marx, dialéctica en mano,
lo ratificaría, y la otra se ha convertido en una religión a la carta en un
restorán minimalista y con mala reputación. Al no haber ideología, quedan
ideas, o sentimientos, que se cosen, como un patchwork, retazos, retales, y al final, pura retórica. Resucita el
nominalismo y el eufemismo. Gente que se envuelve en una bandera, abjura de la
libertad de expresión, discrimina al otro, etc., es, ¡toma eufemismo!, la alt right, la derecha alternativa. Lo
vemos con honda preocupación en Estados Unidos, en Brasil, en Hungría, en
Polonia, en Austria, en Italia, en Francia, en Holanda, en Suecia, en España.
Quienes hayan visto la genial e
histórica película de Kubrick Dr. Strangelove
(y quienes no, véanla inmediatamente) recordarán la desternillante escena de
Peter Sellers, intentando evitar su gesto automático de levantar el brazo en el
saludo nazi. Pues esto les ocurre hoy a muchos personajes de estos países, unos
ostentando el poder, otros acechándolo. En la acera de enfrente nos topamos con
otros eufemismos: empoderamiento, autoritarismo, democracia social,
antiimperialismo, poder comunal (todo el poder para los soviets de Lenin, sólo
hace 100 años), etc. El Pueblo, la Patria, la Nación, la Democracia, son
conceptos mayúsculos que, a pesar de la mayúscula, son tan evanescentes y
minúsculos en sus bocas, que los usan tanto unos como los otros, con distinta
intención, obviamente. Tanto los que tienen que hacer un esfuerzo para no
levantar el brazo con la mano extendida, como aquellos que lo levantan y cierran
la mano mostrando el puño: “los mismos perros con distintos collares”, dice el
refrán español.
Y hablando de refranes, recordemos dos
más: “Las cosas claras y el chocolate espeso” y “al pan, pan y al vino, vino”. ¿Y
eso? Porque hoy el insulto máximo y generalizado en política es llamar
“fascista” al otro, al que no comulga con mis creencias, y uso este sustantivo
con todas sus consecuencias. ¿Pero de verdad saben qué es el fascismo? ¿O se
han quedado anclados, como en tantas otras cosas, en el referente histórico? Para
no extenderme, me remito al maestro, tristemente desaparecido, Umberto Eco, con
quien me identifico absolutamente, en esta y en otras muchas cuestiones, para aplicar
las 14 claves para identificar de verdad, verdad, a un fascista y al fascismo y
dejarnos de tonterías infantiles. Véanlo aquí con una didáctica introducción.
¿Lo
vieron? ¿Quedó claro? ¿A que reconocen a mucha gente y ya pueden catalogarlos?
Pues a partir de ahora dejemos de usar la palabra fascista como insulto y hagámoslo como descripción, como
calificativo preciso. Lo malo es que me temo que la vamos a usar más que antes.
luisroberts@gmail.com
Año VI / N° CCXXXIV
/ 12 de noviembre del 2018
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