lunes, 12 de noviembre de 2018

La vida secreta de las palabras [CCXXXIV]

Luis Roberts 


Al final de la película, de 1964, Strangelove lo revela todo:
“Mein Fuhrer, I can walk!”


         La vida secreta de las palabras, además de ser una espléndida película de Isabel Coixet, es un secreto, el de que las palabras tienen vida, compartido por todos aquellos que manipulamos, jugueteamos, trabajamos, mordisqueamos y amamos las palabras. No hay palabras neutras, todas tienen una intención, una dirección, son como un dardo, como el Dardo en la palabra del académico Lázaro Carreter. Desde que gracias a la palabra nace la idea, esta le devuelve el favor a aquella, a veces flaco favor, usando la palabra como un pelele en manos de las caprichosas veleidades de las cambiantes ideas.
         Por un lado, surge lo que ahora algunos llaman “el perímetro” de la palabra, su límite semántico, el concept creep, o deslizamiento del concepto, de la acepción. ¿Qué significan hoy palabras como violencia, feminismo, machismo, libertad, democracia, dictadura? Bueno, depende. ¿Depende de qué? De las circunstancias. ¿De qué circunstancias? De quién las diga, en qué lugar y en qué momento y, sobre todo, cómo están estructuradas y repartidas las neuronas del que las dice. Hay palabras que cambian de uso y se convierten en algunos casos en latiguillos que pueden chocar a gente que comparte el idioma, pero no su uso. Se ven caras de estupor en el metro de Madrid, donde la juventud mayoritariamente ya no acepta insultos homófobos, oyendo a jóvenes venezolanos llamarse cariñosamente marico y marica, igual que en el colectivo, el ómnibus, de Buenos Aires. O a uno ya no le sorprende el familiar cabrones de los mexicanos.
         En el campo de la política, y entro en materia, el espectáculo es más desolador. No sé si la anunciación de Fukuyama, la muerte de las ideologías, se ha cumplido, de lo que no cabe duda es que las dos grandes ideologías (concepciones del mundo) de los siglos XIX y XX, el marxismo y el cristianismo, uno se ha diluido, y el propio Marx, dialéctica en mano, lo ratificaría, y la otra se ha convertido en una religión a la carta en un restorán minimalista y con mala reputación. Al no haber ideología, quedan ideas, o sentimientos, que se cosen, como un patchwork, retazos, retales, y al final, pura retórica. Resucita el nominalismo y el eufemismo. Gente que se envuelve en una bandera, abjura de la libertad de expresión, discrimina al otro, etc., es, ¡toma eufemismo!, la alt right, la derecha alternativa. Lo vemos con honda preocupación en Estados Unidos, en Brasil, en Hungría, en Polonia, en Austria, en Italia, en Francia, en Holanda, en Suecia, en España.
         Quienes hayan visto la genial e histórica película de Kubrick Dr. Strangelove (y quienes no, véanla inmediatamente) recordarán la desternillante escena de Peter Sellers, intentando evitar su gesto automático de levantar el brazo en el saludo nazi. Pues esto les ocurre hoy a muchos personajes de estos países, unos ostentando el poder, otros acechándolo. En la acera de enfrente nos topamos con otros eufemismos: empoderamiento, autoritarismo, democracia social, antiimperialismo, poder comunal (todo el poder para los soviets de Lenin, sólo hace 100 años), etc. El Pueblo, la Patria, la Nación, la Democracia, son conceptos mayúsculos que, a pesar de la mayúscula, son tan evanescentes y minúsculos en sus bocas, que los usan tanto unos como los otros, con distinta intención, obviamente. Tanto los que tienen que hacer un esfuerzo para no levantar el brazo con la mano extendida, como aquellos que lo levantan y cierran la mano mostrando el puño: “los mismos perros con distintos collares”, dice el refrán español.
         Y hablando de refranes, recordemos dos más: “Las cosas claras y el chocolate espeso” y “al pan, pan y al vino, vino”. ¿Y eso? Porque hoy el insulto máximo y generalizado en política es llamar “fascista” al otro, al que no comulga con mis creencias, y uso este sustantivo con todas sus consecuencias. ¿Pero de verdad saben qué es el fascismo? ¿O se han quedado anclados, como en tantas otras cosas, en el referente histórico? Para no extenderme, me remito al maestro, tristemente desaparecido, Umberto Eco, con quien me identifico absolutamente, en esta y en otras muchas cuestiones, para aplicar las 14 claves para identificar de verdad, verdad, a un fascista y al fascismo y dejarnos de tonterías infantiles. Véanlo aquí con una didáctica introducción.
         ¿Lo vieron? ¿Quedó claro? ¿A que reconocen a mucha gente y ya pueden catalogarlos? Pues a partir de ahora dejemos de usar la palabra fascista como insulto y hagámoslo como descripción, como calificativo preciso. Lo malo es que me temo que la vamos a usar más que antes.

luisroberts@gmail.com



Año VI / N° CCXXXIV / 12 de noviembre del 2018



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