Aurelena Ruiz
Todo el mundo ya conoce la difícil
situación que se vive en Venezuela y que ha obligado a cientos de familias a
mirar hacia otras latitudes y, por supuesto, mi familia no fue la excepción.
Hace un año tomé la difícil decisión de dejar mi trabajo, mi hogar y a mis
seres queridos; pero decidir irse no es lo único difícil, elegir a dónde ir es
también un proceso complejo. En mi caso hubo dos variantes que me llevaron a
elegir mi destino final, Argentina. Lo primero fue la familia, estaba segura de
que quería ir a un lugar donde tuviese familia o amigos porque no podría lidiar
con tanta soledad. Por otro lado, el idioma era importante, porque a pesar de
que también hablo inglés y alemán, no quería causarle un impacto mayor a mi
hija de cinco años, así que un país hispanohablante era lo ideal, o al menos
eso creía yo.
Unos días antes de irnos empecé a
explicarle a Arianna que iríamos a otro país y que allí algunas cosas se decían
diferente. Le dije que, por ejemplo, al cambur lo llamaríamos banana y a la fresa, frutilla, también le mostré una foto de
una chaqueta que le compró mi mamá y le dije que eso se llamaba campera. Por supuesto, también le dije
que aquí la gente dice vos y que
nunca, nunca, nunca, debía decir concha
porque eso era una mala palabra.
Después de un curso intensivo pensé que
estábamos listas, porque además todo el mundo me decía: “Los niños se adaptan
más rápido”, y era cierto, lo que no me imaginaba era el lío que eso iba a
representar en mi cabeza.
Desde el mismo día que llegamos empezó
la confusión. Llegamos a finales del invierno en un día muy lluvioso, así que
todos me decía insistentemente que Ari necesitaba un piloto. Yo pensé: ¿será como una especie de guía? Pero no, el
piloto es simplemente un impermeable.
Aquí es común desayunar facturas, que son una variedad de masas
dulces que venden en todas las panaderías. Hasta ahí todo iba bien porque eso
ya lo sabía y resulta fácil de diferenciar cuando alguien quiere una factura
para comer o una factura fiscal; el verdadero problema es elegir, porque cada
una tiene un nombre y yo todavía no me los sé. Sé que hay medialuna de manteca
y de grasa, pero casi nunca recuerdo cuál es cuál. También hay cañoncitos,
vigilantes, de membrillo, de batata, y unos tantos otros. Yo todavía digo: “Me
da uno de ese, dos aquel y tres más de ese de allá”.
Sin duda, el asunto de los alimentos es
lo más difícil. La mantequilla de
aquí es nuestra margarina, y la manteca
es mantequilla. Las frutas y las verduras también me tienen la cabeza hecha un
lío; más de una vez le he dicho a un verdulero: “Dame un kilo de pimentón y dos
de parchita”, y el pobre señor se me queda mirando con cara rara y para no
quedar mal me dice: “De eso no me queda”, a pesar de que lo estoy viendo. Ahí
es cuando recuerdo que debo llamarlos morrón
y maracuyá.
El autobús aquí es colectivo; perfecto, eso lo sabía. Lo que no sabía es que en el
lenguaje coloquial es bondi, cuando
es el escolar, el de viajes largos es micro
y los pequeños son combis. Además, un día se espichó un caucho y yo no tenía
idea de a dónde debía ir aunque pasé por el frente de varias gomerías.
Ser parte de una conversación con
chicos (sí, ahora digo chicos y no muchachos ni chamos) es todo un reto, primero porque hablan a una velocidad y un
ritmo imposible de seguir, pero además dicen cosas como: “Posta, el guacho prefirió
a la cheta esa y yo tipo ¿me estás cargando?”. Se lo juro,
es muy muy difícil.
Por si todo esto fuera poco, también
está el lunfardo, que es una manera muy particular de hablar entre los porteños
y que tiene su origen en la jerga carcelera. Hace poco más de un siglo, los
reclusos usaban esta manera de hablar para no ser entendidos por los policías y
hoy en día es común muy entre los bonaerenses. Consiste en usar términos
diferentes para referirse a algo, por ejemplo: guita para el dinero, fiaca
para la flojera. Pero esto es muy fácil de descifrar así que se les ocurrió
cambiar el orden de las sílabas de ciertas palabras, entonces si oyes: “A la jermu del hombre con tegobi la está matando el lorca porque se quitó el lompa”, es que te dijeron que a la mujer
del hombre con bigote la está matando el calor porque se quitó el pantalón.
En conclusión, al cabo de un año,
Arianna habla con un cantadito que para mí es reargentino, pero que para los
argentinos es otra cosa. Mientras, yo me concentro cada vez que voy al súper para decir correctamente lo que
necesito y aunque la mayor parte del día hablo en inglés por mi trabajo, ya se
puede notar cómo ahora llamo de vuelta a
las personas, o les respondo con un no,
por favor después de hacerles un favor, las cosas me parecen geniales y le recuerdo a Ari que tiene
que arreglar su mochila por las noches.
10 de septiembre de 2017
aurelena.ruiz@gmail.com
Año V / N° CLXX
/ 18 de septiembre del 2017
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