Alison Graü
A.
Una
de las razones por las que me motivé a escribir un rito es por el significado de esa palabra y lo que denota en el
habla.
La
Real Academia Española define la palabra de la siguiente forma:
1. m. Costumbre o ceremonia. 2. m. Conjunto de reglas establecidas
para el culto y ceremonias religiosas.
Luego de saber el contenido profundo que
guarda, esta ‘palabrita’, por muy simple que parezca, es extremadamente
compleja y digna de respeto.
El
rito evoca lo religioso, lo íntimo del ser humano con sus creencias, pero qué
más humano que el lenguaje, y qué más ritual que la materialización de la
lengua.
Cada
vez que le damos forma al pensamiento, por medio del habla o de la escritura,
invocamos los espíritus de la humanidad; resucitamos esos seres milenarios,
esas culturas antiguas, esas voces arquetipales; y al final ratificamos nuestra
especie como una congregación religiosa que tiene en común la veneración y
sumisión a su dios: el lenguaje.
“Las
palabras tienen alma”, dijo no hace muchos años Walt Whitman. Vaya que nuestro
poeta, poeta del aire, del agua, del hombre y mujer, del niño y anciano, tenía
muy claro el sentido de lo ritual. Las palabras se mueven, respiran, se
alimentan y reproducen, pero se diferencian del hombre en que estas primeras
prevalecen, son inmortales. Y como sabemos de su inmaterialidad, de su
espiritualidad casi tangible, nos hemos convertido en chamanes que evocan almas
de antepasados que en sí habitan desde siempre en nuestra voz.
alison_grau@hotmail.com
Año III / Nº LXXXVI / 14 de diciembre del 2015
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