Edgardo
Malaver Lárez
Hay gente para todo: gente
que come moscas, gente que colecciona botellas de refresco, gente que se congela
para esperar la resurrección. Y gente que recoge curiosidades lingüísticas.
En español, las curiosidades
son muchas. Por ejemplo, la palabra oía tiene tres sílabas en tres letras.
La palabra menstrual es la más larga con sólo dos sílabas. El vocablo cinco
tiene a su vez cinco letras, coincidencia que no se registra en ningún otro número.
La palabra electroencefalografista, con 23 letras, se ha convertido en la
más extensa de todas las admitidas por la Real Academia Española en su diccionario.
En plural, serían 24. La palabra pedigüeñería tiene los cuatro firuletes
que un término puede tener en nuestro idioma: la virgulilla de la eñe, la diéresis
sobre la u, la tilde del acento y el punto sobre la i. El vocablo reconocer
se lee lo mismo de izquierda a derecha que viceversa. Y hay una curiosidad que más
bien parece un insulto creado por los argentinos para lanzarse entre sí cuando no
gana el candidato de su preferencia en alguna elección: alterando el orden de sus
letras, la palabra argentino sólo puede ser transformada en ignorante.
Todo esto está en el nivel
lexical, pero llevando este empeño al terreno de la morfosintaxis, encontramos una
palabra cuya pronunciación requeriría, si la encontráramos escrita, que nos detuviéramos
por lo menos un instante a pensar. ¿Cómo pronunciaría usted la forma verbal salle,
el singular del imperativo sálganle o salidle? Tendría que ser ‘sal-le’,
en contra de lo que parece indicar la ortografía.
La semántica, finalmente, también
nos ofrece sus aportes. París, por ejemplo, tiene fama de ciudad romántica, pero
el nombre de ciudad que aparece al leer al revés la palabra amor es Roma.
¿Cuál otra se le ocurre a usted?
emalaver@gmail.com
Año I / Nº III / 10 de abril
del 2013
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