Edgardo Malaver Lárez

El nacimiento de Jesús (1296),
de Pietro Cavallini
Ya llegó hace semanas la
época del año en que comienzan los eruditos de Internet a pretender enseñarnos
a los ignorantes —es más, a los crédulos— que Jesús, el protagonista de la Navidad
nuestra de cada año, no nació en Navidad, es decir, que no nació el 25 de
diciembre, como todos ingenuamente creemos o hemos dejado que nos engañen. Yo me
fastidié de esos mensajes incluso antes de que apareciera Internet; pero este
año algunos de estos sabelotodos hicieron una innovación bien original: este
año la moda es afirmar con firmeza que, en realidad, a pesar de lo que nos han
hecho creer por tantos siglos, Jesús sí nació el 25 de diciembre.
Ariadna Voulgaris comentó
este “fenómeno” en la edición de hace cuatro años, titulada DECEMBRIS, y una de sus conclusiones es la misma a la que yo pretendo llegar hoy:
que no importa. En teoría literaria —y los Evangelios son también textos
literarios— se entiende que aquello que no es mencionado por el narrador
sencillamente no existe; y, no sólo no existe, sino que tampoco vale la pena
ponerse a analizarlo, porque al no estar presente no constituye símbolo ni
imagen ni valor apreciable para nuestra interpretación del texto. Si Homero,
por ejemplo, no nos dice que Odiseo es rubio, alto y musculoso, sino que es “rico
en ardides”, debe ser que lo que interesa que el lector sepa y se imagine sobre
el personaje es que es un hombre astuto, cosa que se ocupa de decir o dejar
claro muchas veces en el texto. Si a usted le hace ilusión ponerles color a los
cabellos de Odiseo o figurarse si tiene más estatura que usted o si la fuerza
de sus brazos era de temer, seguramente encontrará en el texto suficientes
datos para hacer un dibujo del personaje, pero igualmente lo que importa de
veras para comprender su historia y lo que ella significa para los seres
humanos será tener en mente que Odiseo era un hombre capaz de urdir estrategias,
maquinaciones y componendas suficientes, por ejemplo, para ponerle fin a una
guerra.
Será bastante poco lo que
logre con las elucubraciones sobre su color de pelo, su estatura o su fuerza
física. Además, sin contar que sería una frivolidad, es más bien simple imaginárselo
sin buscar mucho en el texto: era europeo, rey y soldado... pero no importa. Homero
no se detuvo a darnos esos datos porque no son los relevantes. De igual forma,
los narradores de los Evangelios no se detuvieron nunca a decirnos, ¡nada menos!,
la fecha en que se iniciaba la biografía que nos ponían en las manos porque era
ocioso hacerlo. Ni siquiera lo hizo el único evangelista que revela que antes
de escribir dedicó un tiempo a investigar con cuidado la vida del protagonista
de su relato.
Otra buena razón para la
ausencia de la fecha del nacimiento de Jesús en las primeras y principales
fuentes sobre su existencia es el hecho de que en sus tiempos y en la cultura
en que vivió no era costumbre celebrar el cumpleaños. Ni siquiera parece que
hubiera sido importante anotar, recordar, tener presente la fecha en que se
nacía. Ya he mencionado esto antes en Ritos, y lecturas más recientes me
lo confirman, pero ahora sé que en realidad eran pocos y de clase alta los que
celebraban el cumpleaños. Y Jesús, según su propio testimonio, “no tenía ni dónde
reclinar la cabeza”.
La costumbre de celebrar
el cumpleaños era tan poco frecuente y tan elitesca que en toda la Biblia
apenas aparecen dos: uno en el Antiguo y otro en el Nuevo Testamento. Y en
ambos casos el personaje homenajeado ordena matar a alguien durante la fiesta,
con lo cual tampoco le quedarían al pueblo judío ni a los primeros cristianos muchas
ganas de adoptar semejante costumbre. El primer caso aparece en el Génesis,
donde el faraón de Egipto al que servía el casto José, durante su cumpleaños,
mandó colgar a su panadero. El segundo, contado por Marcos y por Mateo, es
Herodes, que durante un banquete por su cumpleaños, víctima de los enredos de
su mujer, ordenó decapitar a Juan el Bautista.
Entonces, ¿necesitamos
conocer la fecha en que nació Jesucristo? Para disfrutar, entender, analizar e
interpretar el texto del Evangelio, y particularmente la celebración en que
está involucrado hoy, esta noche, el mundo entero, no. Ni siquiera hace falta
para detenerse a pensar si uno cree en Dios, si duda de su existencia, si confía
en él o desconfía, si lo niega, si lo contradice. Lo importante es otra cosa. Si
la talla de sandalia de Jesús fuera importante, lo sabríamos; si era zurdo, si tenía
color favorito y cuál era, si tenía una cicatriz en un muslo, como Odiseo, san
Mateo nos lo habría dicho y ese minúsculo detalle contaría para algo en la comprensión
del mundo espiritual, que sí es algo de lo que Jesús no paraba de hablar.
Total, que ahora están
diciendo que Jesús sí nació el 25 de diciembre —falta la hora—, como hemos
celebrado hasta este primer cuarto del vigésimo primer siglo, aun teniendo la
certeza de que no sabíamos la fecha precisa. Y dicen incluso que en esa fecha
lo celebraban en los primeros siglos del cristianismo. Pues muy bien, pero igualmente
es lo de menos y da lo mismo.
emalaver@gmail.com
Año XIII / N° DXXX / 24 de diciembre del
2025
EDICIÓN DE NOCHEBUENA
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