lunes, 28 de octubre de 2019

Pagano [CCLXXVII]

Edgardo Malaver


 
En 1979 Luis Edgardo Ramírez grabó su versión
de “La leyenda del horcón” en Venezuela



         La conocida “Leyenda del horcón”, del argentino Juan Pablo López, dice en su sexta estrofa:

Setenta años, quién diría,
que vivo aquí en estos pagos,
sin conocer más halagos
que la gran tristeza mía.

¡Qué problema para mí esa palabra pagos! La primera vez que en la adolescencia la oí, todo estaba claro, todo era comprensible, pero vivir en unos pagos me sonaba, esforzándome mucho, a ‘vivir endeudado’ o ‘vivir pagando algo’, lo cual no compaginaba de manera alguna con la historia de amor y dolor que contaba.
         Por otro lado, el 2 de septiembre me sucedió, como ya saben, un episodio con la palabra paisano, que apareció en Ritos CCLXXII. Y después de publicarlo, seguí pensando sobre esas palabras que derivan de sustantivos comunes que nombran lugares o accidentes geográficos: país, villa, pueblo, etc. Y entonces saltó en mi memoria aquel verso gauchesco: “que vivo aquí en estos pagos”, y cómo, por medio de él, aquella palabra había adquirido en mi mente nuevo significado.
         ¿Qué es, entonces, un pago? Hasta donde llegan mis lecturas recientes, pagus llamaban en latín a las aldeas, a los bosques y hasta a las afueras de la ciudad. De modo que los habitantes de esos lugares se llamaban paganus. Cuando Roma se volvió cristiana —o cuando el emperador se convirtió al cristianismo y ésta comenzó a ser la religión prestigiosa en el imperio, cosa que comenzó a suceder en la segunda década del siglo IV—, los evangelizadores descubrieron que los campesinos y aldeanos, los habitantes de las áreas rurales, eran más duros para aceptar la fe de Cristo que dentro de la propia capital, reputada de perversa.  Así, pronto la palabra que simplemente describía la condición de aldeano adquirió también el matiz de ‘no creyente’, ‘no bautizado’, ‘infiel’, ‘hereje’ (incluso ‘gentil’, como decían los judíos).
         Debe haber sido luego, cuando, a su vez, el cristianismo llegó al poder, que paganus (y luego sus equivalentes en las lenguas romances) se tornó despectivo y se vio solamente como vinculado a los antiguos cultos grecorromanos y a las deidades de la naturaleza, reinantes en los pueblos pequeños y lejanos. Y luego, dada la influencia del latín y del catolicismo, pagano ha servido para traducir ‘aquello que no pertenece a la religión principal’ de otros pueblos, como la musulmana o las asiáticas. Curiosamente, en estos casos, pagano termina siendo equivalente a cristiano.
         Al final de la “Leyenda del horcón”, el hijo termina perdonando al padre que haya matado a su madre y que se lo haya ocultado toda la vida. Los dos se liberan de un dolor antiguo que los atormenta y prevalece el amor. En la esfera de las palabras, unas van cediendo terreno a otras y van atrayéndose nuevos significados, van oliendo a lo que huelen aquellas que desean conquistar o de las que desean desembarazarse. Y, como si estuvieran frente a una hoguera contando una leyenda, van haciendo camino para acercar o separar a los hombres.

emalaver@gmail.com



Año VII / N° CCLXXVII / 28 de octubre del 2019

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