Edgardo Malaver Lárez
Comencé a
escribir el artículo de la semana pasada con la idea de hablar de algunos
eufemismos, partiendo de uno que oigo ahora todos los días: no manches, güey,
pero el texto tomó su propio camino y terminé hablando de la prolongada influencia
del español mexicano, sobre todo el utilizado en productos audiovisuales, en el
español actual de Venezuela y en general de América.
Oigo en
casa la expresión no manches, güey, unas 20 veces al día. La trae mi
hija de 10 años de la escuela, pero también la encuentra en Internet, que la ha
llevado a todas partes a una velocidad mayor que las telenovelas y los movimientos
migratorios mexicanos. Después de meses de parecerme gracioso que use la dichosa
expresión, apenas hoy se me ocurre explicarle que en realidad es un eufemismo
(o por lo menos tengo yo la hipótesis de que lo es). Como ya conoce el concepto
de eufemismo, le explico de una vez que puede ser una fórmula que pretende
esconder la vulgaridad de no mames, la cual, a su vez, es una “suavización”
casi imperceptible de no jodas. Quizá sea en realidad traducción coloquial
de no bromees, que también es sinónimo de joder, pero no soy tan
ingenuo ni quiero que ella lo sea. Me imagino a los niños mexicanos de hace
tiempo, como hace mi niña en la actualidad, buscando formas de disfrazar las
palabras “maleducadas” que uno les enseña a los niños a no usar. Y me imagino
la alegría de encontrar esta expresión que se parece tanto pero no es. “¡No
manches, mamá, no es lo mismo!”, habrán dicho los primeros que la usaron.
¡Cuántas
cosas decimos que en realidad son lo que no deseamos decir! Cuántas palabras
hemos aprendido que ya eran “disfraces” que generaciones anteriores habían
diseñado para palabras que la educación, la cortesía, el pudor les indicaban
que no era adecuado usar en ciertas circunstancias. Pienso, por ejemplo, en caramba,
tan inocente que la vemos y resulta que es un “adecentamiento” de otras, mucho
menos limpias, como carajo o cipote, que queremos que expresen desprecio
hacia alguien, negación o anulación figurada de alguna cosa desagradable, pero primordialmente
se refieran al órgano sexual masculino. Son lo que propiamente habría que
llamar eufemismos de eufemismos.
Hubo una
telenovela en Venezuela hace un tiempo en que uno de los personajes, que era
mecánico, tenía un taller llamado “Toño el Amable”, que era la expresión que
más utilizaba el susodicho cada vez que algo o alguien le molestaba. No es
difícil adivinar a qué expresión vulgar hacía referencia, que no es un eufemismo,
pero me permite reflexionar que, a veces, los hablantes, queriendo crear un
eufemismo, simplemente arriban a nuevas vulgaridades en las que, en lugar de
cambiar la parte indecorosa u ofensiva de la expresión, cambian otra que puede
ser incluso noble y amable. El mejor ejemplo es la sustitución de coño de la
madre por coño de la pepa (como sustantivo o como expresión).
El lenguaje
de lo “políticamente correcto” está poblado de eufemismos que puede ser
absurdos e incluso más ofensivos que las palabras o expresiones que pretende
suavizar, adecentar o despojar de desprecio o discriminación. Quién pudiera
mostrarles una caricatura de Pedro León Zapata que una vez vi en El Nacional
en que un personaje le decía a otro algo así como: “No, amigo, a mí llámeme
negro, que yo estoy orgulloso de serlo”. Y hay también términos “políticamente
correctos” que más parecen absurdos eufemismos de eufemismos que reivindicaciones
a favor de grupos desfavorecidos. El término trabajadora sexual, por
ejemplo, creado para no decir prostituta, que existe para no decir puta,
es un eufemismo de otro eufemismo que, a pesar del esfuerzo democratizador, termina
siendo discriminatorio.
Los
eufemismos son, entonces, unos trucos muy ingeniosos que nos permiten decir
palabras que se supone que no debemos decir porque hieren el oído o la sensibilidad
de nuestros interlocutores. Y ojalá fueran sólo eso. Las fulanas palabras
malsonantes en realidad hablan peor de nosotros que de las cosas que nombran o
aluden. En realidad es para cuidar nuestra imagen ante los demás que en algunas
situaciones evitamos usar esas palabras, y para esas ocasiones nos vienen bien
los eufemismos. Pero la lengua hace de las suyas con nosotros y a veces terminamos
necesitando eufemismos de los eufemismos.
emalaver@gmail.com
Año XII / N° CDLI / 11 de marzo del 2024
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