Edgardo Malaver Lárez
La Puerta
de Brandenburgo, cerrada para justos y pecadores desde 1961 hasta 1989 |
Parece una máxima latina, que son siempre mínimas. Y quién sabe si proviene de aquellos tiempos. Es
como si dijéramos ars longa, vita brevis o amor omnia
vincit o memento mori. Puerta abierta, justo peca dice todo lo que quiere decir
en cuatro palabras. Y se explica sola: si usted deja una puerta abierta, puede
pasar cualquier cosa. “En la demora está el peligro”, diría don Quijote. Esta versión, que es la que yo aprendí en la infancia, tiene insinuaciones lujuriosas y todo: cualquiera que,
por mí que intente ser decente, encuentra una
puerta abierta, puede ceder a la tentación. Es lo que tienen los refranes: que pueden
perder palabras, pero eso como que les aumenta el significado.
En España tienen, según el Centro Virtual
Cervantes, otra versión que hace implicaciones igualmente graves: en arca
abierta, el justo peca. Parece referirse solamente a la tentación del
dinero, pero da lo mismo: aunque a Dante le parezcan más degradantes los de la
carne, pecado es pecado. Y en una segunda versión española que cambia arca
por casa, todas las posibles faltas se reúnen bajo un mismo techo.
Su forma compacta, su limitado número
de sílabas, que la hacen concentradamente sabia y enormemente atractiva,
termina siendo aplicable a cantidad de situaciones porque su brevedad le deja
espacio a todo. Cuide usted los detalles, porque lo que puede perder es grande. Entre más pienso en ella, más me parece latina y, por eso, misteriosamente
comprobada por la experiencia. No me cuesta nada imaginar al emperador Claudio,
por ejemplo, dando órdenes para que se cierren todas las puertas en la noche,
porque donde hay una puerta abierta, cualquiera derrama sangre.
El Centro Virtual Cervantes pone que la
expresión puerta abierta, justo peca se usa poco. Es verdad, nunca la
oigo, a menos que yo mismo les responda con ella a mis hijas o a mis alumnos
cuando una puerta, real o metafórica, que ha debido cerrarse ha quedado abierta. Me
doy cuenta de repente de que, sin proponérmelo, estoy heredando a la generación
que me sigue una frase que me llega de antepasados tan remotos que no los puedo
recordar.
Cierro los ojos y oigo con claridad
estas palabas de labios de mi tía Teresa, que tantas veces tomaba la última palabra
de lo que uno acababa de decir para comenzar a cantar o para recordar alguna
expresión de su madre, mi bisabuela. Una tarde nos metimos todos en el carro, y
antes de arrancar, mi primo Miguel, su hijo mayor, dijo: “Hay una puerta
abierta”. Y ella entonces recitó por primera vez para mis oídos: “Puerta abierta, justo
peca”. Y yo, que disfrutaba tanto escucharla hablar y cantar y contar y
preguntarle y buscarle palabas en el diccionario, he guardado sus palabras
hasta hoy para ponerlas, por fin, aquí.
emalaver@gmail.com
Año
X / N° CCCLXXXV / 8 de junio del 2022
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