miércoles, 8 de junio de 2022

Puerta abierta, justo peca [CCCLXXXV]

Edgardo Malaver Lárez

 

 

 

La Puerta de Brandenburgo, cerrada para justos y pecadores
desde 1961 hasta 1989



 

         Parece una máxima latina, que son siempre mínimas. Y quién sabe si proviene de aquellos tiempos. Es como si dijéramos ars longa, vita brevis o amor omnia vincit o memento mori. Puerta abierta, justo peca dice todo lo que quiere decir en cuatro palabras. Y se explica sola: si usted deja una puerta abierta, puede pasar cualquier cosa. En la demora está el peligro, diría don Quijote. Esta versión, que es la que yo aprendí en la infancia, tiene insinuaciones lujuriosas y todo: cualquiera que, por mí que intente ser decente, encuentra una puerta abierta, puede ceder a la tentación. Es lo que tienen los refranes: que pueden perder palabras, pero eso como que les aumenta el significado.

         En España tienen, según el Centro Virtual Cervantes, otra versión que hace implicaciones igualmente graves: en arca abierta, el justo peca. Parece referirse solamente a la tentación del dinero, pero da lo mismo: aunque a Dante le parezcan más degradantes los de la carne, pecado es pecado. Y en una segunda versión española que cambia arca por casa, todas las posibles faltas se reúnen bajo un mismo techo.

         Su forma compacta, su limitado número de sílabas, que la hacen concentradamente sabia y enormemente atractiva, termina siendo aplicable a cantidad de situaciones porque su brevedad le deja espacio a todo. Cuide usted los detalles, porque lo que puede perder es grande. Entre más pienso en ella, más me parece latina y, por eso, misteriosamente comprobada por la experiencia. No me cuesta nada imaginar al emperador Claudio, por ejemplo, dando órdenes para que se cierren todas las puertas en la noche, porque donde hay una puerta abierta, cualquiera derrama sangre.

         El Centro Virtual Cervantes pone que la expresión puerta abierta, justo peca se usa poco. Es verdad, nunca la oigo, a menos que yo mismo les responda con ella a mis hijas o a mis alumnos cuando una puerta, real o metafórica, que ha debido cerrarse ha quedado abierta. Me doy cuenta de repente de que, sin proponérmelo, estoy heredando a la generación que me sigue una frase que me llega de antepasados tan remotos que no los puedo recordar.

         Cierro los ojos y oigo con claridad estas palabas de labios de mi tía Teresa, que tantas veces tomaba la última palabra de lo que uno acababa de decir para comenzar a cantar o para recordar alguna expresión de su madre, mi bisabuela. Una tarde nos metimos todos en el carro, y antes de arrancar, mi primo Miguel, su hijo mayor, dijo: “Hay una puerta abierta”. Y ella entonces recitó por primera vez para mis oídos: “Puerta abierta, justo peca”. Y yo, que disfrutaba tanto escucharla hablar y cantar y contar y preguntarle y buscarle palabas en el diccionario, he guardado sus palabras hasta hoy para ponerlas, por fin, aquí.

 

emalaver@gmail.com

 

 

 

Año X / N° CCCLXXXV / 8 de junio del 2022

 

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