En el 2004, cuando entré a trabajar como
traductor en El Universal —cuando
aquello era aún El Universal—, volví
a encontrarme con José Peralta, a quien ya había conocido en la Escuela de
Idiomas Modernos, aunque no muy de cerca sobre todo porque en mis primeros
tiempos el humor lingüístico y las referencias culturales que él hacía eran
sencillamente inaccesibles para mí. José creyó que yo no sabía que él escribía
poesía (o que al menos lo había intentado alguna vez), así que un día me lo
confesó como quien revela, en un cuento de Edgar Allan Poe, que ha conocido a
la mujer más sublime del mundo pero que, aun enamorada, ella debe irse a vivir
en otro mundo. José pensaba que yo no percibía la felicidad que le producía que
en el periódico le hubieran pedido traducir aquel fragmento de La isla del día de antes con el que lo
encontré afanado mi primer día en la redacción. Pero yo me daba cuenta.
Todo estos años he recordado e incluso comentado
con mis alumnos aquella observación que me hizo una tarde, mirando el pedacito
de la avenida Urdaneta que nos correspondía, sobre la frase más célebre de Bugs
Bunny, “¿Qué hay de nuevo, viejo?”. Verdaderamente es esta una traducción
ingeniosa. En inglés, me dijo, a la expresión “What’s up, doc?”, además de la
entonación que le daba Bugs, intercalada entre mordisco y mordisco a la
zanahoria, y la familiaridad (diríase el malandrismo suave) implícitas en el
vocativo doc, no le veo precisamente
señales de mucha creatividad; me hizo ver entonces la oposición (y la feliz
coincidencia) entre la expresión ¿qué hay
de nuevo?, buen equivalente de what’s
up?, y el vocativo viejo, cuyo
nivel de coloquialidad es semejante al de doc.
Al final, ni viejo tiene nada que ver
con la edad del interlocutor, ni doc,
con su nivel académico; pero la sencilla acrobacia que había hecho el traductor
en español superaba de modo palpable la habilidad creadora del autor.
Una vez pisado el territorio de la
traducción audiovisual, vino el comentario sobre el deseo, el proyecto, la
ambición de emprender una investigación sobre la traducción de las series de
televisión de los años 50 y 60: los nombres de los personajes, las frases
fijas, los neologismos, los títulos de las series, los topónimos, etc. Yo
apenas me atreví a aportar que cada uno de esos puntos por sí solo alcanzaba
para un trabajo de grado.
Después de aquel comentario de José,
casi no puedo ver una serie de aquella época sin pensar que toda una
generación de traductores audiovisuales, llamativamente creativa, construyó el
paisaje lingüístico de la siguiente generación de espectadores en todo el mundo
de habla española. Por ejemplo, compare usted el nombre Pedro Picapiedra, sagaz
traducción de Fred Flintstone, con Twilight Sparkle, equivalente a... Twilight
Sparkle. (La sola serie de Los Picapiedras
es una manantial de adaptaciones de los nombres de todo, excepto quizá los de
Pebbles y Bam Bam, curiosamente los más jóvenes). El zapatófono del Superagente 86, la Gatúbela de Batman, la Robotina
de los Jetsons (ay, perdón, los Supersónicos), la Rana René de los Muppets, el Sargento
Matute de Don Gato, Pierre Nodoyuna,
la Tortuga D’Artagnan, el Profesor Locovich, Tiro Loco McGraw, Leoncio y
Tristón, el Lagarto Juancho, etc.
Todos ellos tienen otros nombres en su lengua original, que han sido modificados
en español para “encajar” de la mejor manera posible en la cultura de llegada,
aunque apenas sea en el nivel fonológico de la lengua. Dicho así, los
traductores audiovisuales del pasado parecían servidores públicos, ¿verdad?
Creo
que he debido doblar a la izquierda en Albuquerque. José me hizo prometerle
que no le iba a robar la idea de aquella investigación. Solo me atrevo a mencionarla
ahora que no queda más remedio y porque es justo que se sepa que José Peralta,
además de ser traductor, es decir, además de acariciar la lengua para darle su
forma más prístina al comunicarse con los demás, vivió siempre encendiendo la
llama de la reflexión. Ahora que, desde la semana pasada, ya no está entre
nosotros, la memoria de su conversación serena será, al menos para quienes lo
tratamos, un brillo que ennoblezca nuestra visión de la traducción como oficio
y como actitud ante los hechos.
emalaver@gmail.com
Año VII / N°
CCLXXV / 23 de septiembre del 2019
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Gracias, Edgardo, por tan sublime reseña. Nadie podría hacerlo mejor que tú. Un abrazo.
ResponderBorrarConchita
Maravilloso...
ResponderBorrarGracias, Edgardo.
ResponderBorrarProfesor Edgardo, que hermoso este artículo. Que buena fuente de referencia. Brillante...
ResponderBorrarMuchas Gracias Edgardo.
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