lunes, 23 de septiembre de 2019

¿Qué hay de nuevo, viejo? [CCLXXV]

Edgardo Malaver


 
Peralta


         En el 2004, cuando entré a trabajar como traductor en El Universal —cuando aquello era aún El Universal—, volví a encontrarme con José Peralta, a quien ya había conocido en la Escuela de Idiomas Modernos, aunque no muy de cerca sobre todo porque en mis primeros tiempos el humor lingüístico y las referencias culturales que él hacía eran sencillamente inaccesibles para mí. José creyó que yo no sabía que él escribía poesía (o que al menos lo había intentado alguna vez), así que un día me lo confesó como quien revela, en un cuento de Edgar Allan Poe, que ha conocido a la mujer más sublime del mundo pero que, aun enamorada, ella debe irse a vivir en otro mundo. José pensaba que yo no percibía la felicidad que le producía que en el periódico le hubieran pedido traducir aquel fragmento de La isla del día de antes con el que lo encontré afanado mi primer día en la redacción. Pero yo me daba cuenta.
         Todo estos años he recordado e incluso comentado con mis alumnos aquella observación que me hizo una tarde, mirando el pedacito de la avenida Urdaneta que nos correspondía, sobre la frase más célebre de Bugs Bunny, “¿Qué hay de nuevo, viejo?”. Verdaderamente es esta una traducción ingeniosa. En inglés, me dijo, a la expresión “What’s up, doc?”, además de la entonación que le daba Bugs, intercalada entre mordisco y mordisco a la zanahoria, y la familiaridad (diríase el malandrismo suave) implícitas en el vocativo doc, no le veo precisamente señales de mucha creatividad; me hizo ver entonces la oposición (y la feliz coincidencia) entre la expresión ¿qué hay de nuevo?, buen equivalente de what’s up?, y el vocativo viejo, cuyo nivel de coloquialidad es semejante al de doc. Al final, ni viejo tiene nada que ver con la edad del interlocutor, ni doc, con su nivel académico; pero la sencilla acrobacia que había hecho el traductor en español superaba de modo palpable la habilidad creadora del autor.
         Una vez pisado el territorio de la traducción audiovisual, vino el comentario sobre el deseo, el proyecto, la ambición de emprender una investigación sobre la traducción de las series de televisión de los años 50 y 60: los nombres de los personajes, las frases fijas, los neologismos, los títulos de las series, los topónimos, etc. Yo apenas me atreví a aportar que cada uno de esos puntos por sí solo alcanzaba para un trabajo de grado.
         Después de aquel comentario de José, casi no puedo ver una serie de aquella época sin pensar que toda una generación de traductores audiovisuales, llamativamente creativa, construyó el paisaje lingüístico de la siguiente generación de espectadores en todo el mundo de habla española. Por ejemplo, compare usted el nombre Pedro Picapiedra, sagaz traducción de Fred Flintstone, con Twilight Sparkle, equivalente a... Twilight Sparkle. (La sola serie de Los Picapiedras es una manantial de adaptaciones de los nombres de todo, excepto quizá los de Pebbles y Bam Bam, curiosamente los más jóvenes). El zapatófono del Superagente 86, la Gatúbela de Batman, la Robotina de los Jetsons (ay, perdón, los Supersónicos), la Rana René de los Muppets, el Sargento Matute de Don Gato, Pierre Nodoyuna, la Tortuga D’Artagnan, el Profesor Locovich, Tiro Loco McGraw, Leoncio y Tristón, el Lagarto Juancho, etc. Todos ellos tienen otros nombres en su lengua original, que han sido modificados en español para “encajar” de la mejor manera posible en la cultura de llegada, aunque apenas sea en el nivel fonológico de la lengua. Dicho así, los traductores audiovisuales del pasado parecían servidores públicos, ¿verdad?
         Creo que he debido doblar a la izquierda en Albuquerque. José me hizo prometerle que no le iba a robar la idea de aquella investigación. Solo me atrevo a mencionarla ahora que no queda más remedio y porque es justo que se sepa que José Peralta, además de ser traductor, es decir, además de acariciar la lengua para darle su forma más prístina al comunicarse con los demás, vivió siempre encendiendo la llama de la reflexión. Ahora que, desde la semana pasada, ya no está entre nosotros, la memoria de su conversación serena será, al menos para quienes lo tratamos, un brillo que ennoblezca nuestra visión de la traducción como oficio y como actitud ante los hechos.

emalaver@gmail.com



Año VII / N° CCLXXV / 23 de septiembre del 2019




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