Terminó
siendo Úslar Pietri quien desalojó a Pérez Jiménez de Miraflores (foto: Fundación Casa Úslar Pietri) |
De joven, cuando a mi madre se le
atribuía responsabilidad en algún problema, en alguna controversia, fuera en
casa o en el trabajo, ella siempre se defendía diciendo irónicamente: “La más pendeja”.
Nada como la ironía para decir lo que uno quiere decir diciendo lo contrario.
Claro que hace falta que el interlocutor quiera entender que estamos siendo
irónicos.
Al menos en Venezuela, cuando se
presenta una situación en que alguien pretende convencer a los demás de una
idea o de un hecho demasiado inverosímil, uno siempre termina pensando o, si se
siente ya muy ofendido, diciendo de frente: “¿Tú crees que yo soy pendejo?”.
Imagínese usted que viene, por ejemplo, un gobernante y dice: “Vamos a sanear
la administración pública, ya hemos comenzado a trabajar en un proyecto y,
caiga quien caiga, los corruptos van a ir a la cárcel”; es —usted lo sabe bien—
un discurso más que usual en todos los políticos del mundo, de todas las
tendencias, pero cuando tienen una semana en el poder; cuando ya han pasado
diez, trece, diecinueve años en el palacio de gobierno, está claro que ese
gobernante piensa que la gente es pendeja. (En Venezuela, por cierto, pasa a
menudo y la gente hace bien su papel, pero aquí no venimos los lunes a hablar
de sociología, sino de la lengua.)
Los lectores se van a sorprender cuando
les diga que el diccionario de la Academia no da señales de que en Venezuela la
palabra pendejo tenga un significado
singular y sólo en la mitad de las acepciones anota que es coloquial. Singular
es que en Perú no signifique ‘tonto’ o ‘cobarde’, como en todas partes, sino lo
contrario: ‘astuto’. Y singular es que en Andalucía sea equivalente a
‘calabaza’. Pero en ninguna parte como en Venezuela ha sido, en algún momento,
signo de pertenencia al selecto grupo de la gente honesta.
En 1989, el escritor Arturo Úslar
Pietri causó revuelo afirmando que en Venezuela casi no existe riesgo de ir a
la cárcel por ser ladrón, pero al hombre trabajador y honrado lo más probable
es que, en vez de aplaudirlo, se le insulte llamándolo pendejo. La opinión
pública se escandalizó por la insolencia de un intelectual de la altura de Úslar,
pero unos días después todos se autocalificaban de pendejos. Hasta se organizó
una “Marcha de los Pendejos”, que llegó a Miraflores, al Congreso y a la
Fiscalía, exigiendo que se luchara contra la corrupción. Un Solo Pueblo incluso
escribió una canción al respecto.
En todos estos años, la dichosa palabra
ha ido ganando y perdiendo prestigio según quien la utilice, quien desee bautizar
a los demás con ella o quien la crea propia y descriptora de su condición. En
el irónico tiempo presente venezolano, en que la vida de tanta gente pende de un pelo, ya no parece fácil que
nos creamos las pendejadas que nos cuentan los poderosos. Hay situaciones que
no se sostienen ni con palabras, y quizá sean las propias palabras las que
deban ponerse al frente para acabar con todo. Haría falta una sola cosa para no
darse cuenta: ser bien pendejo.
emalaver@gmail.com
Año VI / N° CCXLVII
/ 11 de febrero del 2019
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