Leonardo Laverde B.
—Los escritores son seres solitarios
e introvertidos...
—Eso es un falso mito.
—¿Y eso no es una redundancia?
Se suele decir que la expresión
“falso mito” es incorrecta porque es redundante, pues se supone que los mitos son
falsos por definición. Así, al emplear el adjetivo estaríamos repitiendo información
innecesariamente.
¿Es siempre correcta esta apreciación?
Según el DRAE, en su edición de 2001, la palabra mito tiene cuatro acepciones:
1. m. Narración maravillosa situada fuera del tiempo histórico y protagonizada
por personajes de carácter divino o heroico.
2. m. Historia ficticia o personaje literario o artístico que encarna algún aspecto
universal de la condición humana. El mito de don Juan.
3. m. Persona o cosa rodeada de extraordinaria admiración y estima.
4. m. Persona o cosa a la que se atribuyen cualidades o excelencias que no tiene.
Su fortuna económica es un mito.
En las acepciones 1 y 2, la
idea de falsedad, o, mejor dicho, de ficción, sí está implicada (para decirlo en
términos lingüísticos, es uno de los semas que componen los sememas), pero no agota
su significado. De hecho, observemos que en la acepción 1 no se emplea el adjetivo
falsa, ni siquiera ficticia, sino maravillosa. Lo que se narra
en un mito cosmogónico no ocurrió en realidad, pero eso no es relevante, pues el
mito se sitúa “fuera del tiempo histórico”.
En la acepción 3, la idea de
falsedad no está presente en absoluto. Cuando alguien afirma que “Simón Díaz es
un mito de la música venezolana”, no quiere decir que el entrañable Tío Simón no
haya existido; por el contrario, resalta el lugar privilegiado que ocupa su música
en la cultura venezolana.
La acepción 4 es la única que
tiene la idea de falsedad como componente principal. Y aun en este caso, mito
no es sinónimo absoluto de mentira, pues implica un rasgo adicional: se trata
de una creencia ampliamente aceptada.
En el discurso, lo que determina
la acepción o connotación que debe activarse en las palabras polisémicas es el contexto.
Si oponemos la palabra mito a otra que incluya la idea de veracidad, el contraste
hará que resalte su carácter ficticio (como en la frase “¿mito o realidad?”). Si
un ateo afirma que “el Evangelio es un mito”, probablemente intenta descalificar
el relato bíblico, pues existe la opinión generalizada de que dichos libros tienen
una base real. En cambio, un antropólogo que dicta una conferencia sobre “el mito
bíblico de la creación” propone cierto tipo de acercamiento neutro a dicha narración,
no cuestionar su historicidad. Por último, un sintagma como “Di Stéfano, mito del
fútbol mundial”, solo tiene connotaciones positivas (a menos que el hablante se
proponga cuestionar la existencia o el talento de dicho jugador).
Calificar al sustantivo mito
con el adjetivo falso será redundante o no según la situación discursiva.
Por ejemplo, si yo presento una narración original como un mito antiguo, o bien
exagero las cualidades de algún personaje real, podré ser acusado de estar forjando
un “mito falso” sin incurrir en redundancia. En cambio, si utilizo la palabra mito
con el significado de “falsa creencia ampliamente difundida”, añadirle el adjetivo
falso sí será redundante. ¿Es, pues, una incorrección?
En español, no es inusual que
los adjetivos explicativos (también llamados epítetos), sean redundantes y meramente
enfáticos, sobre todo cuando se anteponen al sustantivo. El pleonasmo puede ser
un vicio que atenta contra la economía del lenguaje, pero también, cuando se usa
conscientemente, un recurso estilístico para añadir expresividad. ¿Cuántas veces
no hemos oído hablar del “inmenso mar” y el “brillante sol”? Con todo, hay algunos
pleonasmos, como el famoso “funcionario público”, en los que el argumento estilístico
es difícil de sostener.
A veces la redundancia puede
ayudar a reducir el riesgo de ambigüedad. Por ejemplo, en el sintagma “falsos mitos
de la literatura venezolana”, podríamos argumentar que el uso del adjetivo aclara
que nos referimos a creencias falsas y no a grandes escritores. Sin embargo, también
existe una solución menos conflictiva (“mitos sobre la literatura venezolana”)
que nos evita el riesgo de parecer ignorantes.
¿Cuál es mi conclusión? No
use la expresión “falsos mitos”. Evítese problemas. Sin embargo, si por desgracia
se le escapa alguna vez, no se preocupe demasiado. Siempre puede exclamar, como
el Chapulín Colorado: “¡Lo hice intencionalmente!”.
llaverde2@gmail.com
Año II / Nº XV / 21 de julio del 2014
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