lunes, 9 de enero de 2023

El que se va de villa [CDVI]

Edgardo Malaver Lárez

 

 

 

Puente de los Suspiros, Barranco, Lima

 

 

         No habré sido yo el único que mil veces se preguntó, siendo niño, qué significaba “irse de villa” en el muy conocido refrán el que se va de villa pierde su silla, que es como lo oía yo cuando era pequeño y como sigo oyéndolo hoy en Venezuela. Tampoco habré sido el único que, un poco más grande, pensó, tratando de entender, que lo más probable era que originalmente se dijera el que se va de la villa... —ya comenzaba a sonar colonial, ¿no?—, y que el oído colectivo, arbitrariamente, ajustaría la métrica a siete sílabas, en contra del popular verso octosílabo. Y después, muchos habrán, como yo, concluido que esa villa tenía que ser Sevilla. ¿Qué otro nombre de ciudad española se iba a parecer más?

         El problema persistía porque era forzado decir: “El que se va de Sevilla pierde su silla” en momentos en que alguien se levanta y otro que ha estado de pie mucho tiempo aprovecha la oportunidad para sentarse —o cuando alguien descuida un negocio o un asunto que le interesa y luego lo lamenta al ver que ha sido desplazado—. Alguna vez me he propuesto comenzar a decir más bien: “El que se va a Sevilla...”, que resolvería la disparidad en el número de sílabas, pero no, con la lengua no hay quien pueda: sigue sonado como una guitarra con cinco cuerdas.

         Hoy me he tropezado en Internet con un libro que dejé en Caracas, El porqué de los dichos (1955), de José María Iribarren (1906-71), y echándole un vistazo rápido, me di en la frente con el refrán Quien se fue a Sevilla perdió su silla. Como no hace falta señalar las sutiles diferencias y por el mero placer de oír de una voz sabia la ansiada respuesta, voy a reproducir aquí lo que dice Iribarren:

 

Quien se fue a Sevilla perdió su silla

 

[Se emplea este dicho cuando alguien se ausenta momentáneamente de un lugar, por lo general una habitación, y, cuando regresa, otra persona ha ocupado su sitio. En sentido más amplio, indica que la ausencia puede ocasionar un perjuicio]

Este dicho debió de originarse del siguiente hecho histórico que refiere Diego Enríquez del Castillo en su Crónica del rey Enrique IV (caps. 26 y 54). En tiempos de Enrique IV le fue concedido el arzobispado de Santiago de Compostela a un sobrino del arzobispo de Sevilla, don Alonso de Fonseca, y como el reino de Galicia estaba muy alterado, creyó el electo que el tomar posesión iba a costarle Dios y ayuda. Se lo pidió a su tío, y este convino en que iría él a Santiago a pacificar Galicia, y que mientras tanto su sobrino se quedase en el arzobispado de Sevilla.

Don Alonso de Fonseca restableció el sosiego en la revuelta diócesis de Santiago; pero cuando trató de deshacer el trueque con su sobrino, este se resistió a dejar la silla hispalense.

Hubo necesidad, para apearle de su resolución, no solo de un mandamiento del papa, sino de que interviniese el rey y de que algunos partidarios del sobrino de Fonseca fuesen ahorcados después de breve proceso.

Monláu, que refiere esto en su libro Las mil y una barbaridades (Madrid, 1869), concluye: «Dedúcese que el refrán debe decir que la ausencia perjudica, no al que se fue a Sevilla, sino al que se fue de ella».

 

         Y le faltó decir que, además de todo esto, el sobrino, que se llamaba igual que el tío, no abandonó la hermosísima Catedral de Sevilla sino a punta de espada. La tensión se disipó en 1469. Es fácil imaginar que al terminar ese siglo, cuando los españoles acababan de llegar a América, o un poco después, a ambos lados del océano habría quien recordara que aquella situación había puesto en labios de la gente común la ahora archiconocida expresión. Los niños del siglo XX hemos tenido que investigar para saberlo.

         Además, en muchos lugares hay variaciones. Hoy mismo he leído que en Ecuador tienen su propia versión del refrán: El que se fue a Quito perdió el banquito. En algunos lugares de España dicen más bien Quien fue a Sevilla perdió su silla, y quien fue a Granada no perdió nada. No he oído, sin embargo, versión más creativa y graciosa que la peruana, probablemente para referirse jocosamente a la bohemia del barrio limeño de Barranco. Aquí, cualquier que oiga decir la versión sevillana del refrán automáticamente responderá: “Y el que se fue a Barranco perdió su banco”. E inmediatamente, aunque sea un desconocido, alguien replicará con la ingeniosa coda: “Y si viene de Lima, se sienta encima”.

 

emalaver@gmail.com

 

 

 

Año X / N° CDVI / 9 de enero del 2023

 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario