Edgardo Malaver
Pensamientos que dibujan palabras. Bahía Pampatar (1930),
de Francisco Narváez |
Apenas
voy a decir dos cosas: una, que es una muletilla, y dos, que, como muletilla,
es ilógica.
Cuando
comencé mi quinto año de bachillerato, no teníamos profesor de Castellano —situación
sin duda insuperablemente más provechosa que repetir con la profesora del año
anterior—, y como en la cuarta semana, nos consiguieron a un profesor de pelo
largo y tan recién estrenado que, como a nosotros, para decirlo con palabras de
mi abuela, aún le chorreaba de los labios la leche la madre. El muchacho
parecía más hippy que Joan Báez, pero a mí lo que me desagradó de él fue que
intentara hablar como esos intelectuales rebeldes que pretenden contradecir
todo lo que ha hecho la civilización, pero partiendo y desembocando en la misma
cultura, en lo mismo que se ha hecho siempre. Pues él... Él decía cada dos
oraciones cosas como “Yo estaba pensando… ¿verdad?”. Desde la primera vez que
lo dijo, yo me pregunté cómo pretendía que nosotros supiéramos si había
sucedido aquello y que le confirmáramos si él había hecho lo que decía haber
hecho.
Y me
sucede cada que vez que oigo, desde entonces, esta forma, ilógica a mi parecer,
imposible, de retorcer la comunicación. Sabemos que las muletillas tienen el
fin de detener al interlocutor para que no nos robe el turno de habla, para asegurarnos
de que vamos a poder seguir, a pesar de que por segundos no estamos muy seguros
de cómo continuar. Yo tenía un tío a quien con frecuencia, a mitad de oración, se
le iba de la mente lo que quería decir y se podía atascar en una sola sílaba
durante varios segundos. Decía, por ejemplo: “Después del accidente, el cliente
no encontraba la... la... la... la... la...”. “¡Luis Eduardo...!”, le gritaba
mi abuela, “¡¿la qué?, ¿qué es lo que no encontraba?!”. “La póliza, la póliza, no
la encontraba y no podía cobrar el seguro”. Mi tío buscaba que no lo
interrumpieran mientras él recordaba la palabra.
Lo que
me pasa, lo que me molesta, de esta estrategia de la ¿verdad? atravesada
es que, en el fondo y en la superficie, si quisiera responderse, sería una
solicitud de ayuda o de confirmación que imposibilita la solidaridad. No puedo
saber si de verdad tú pensaste esto, si hiciste aquello, si sentiste lo otro. Nadie
espera que se le responda si es o no es verdad lo que está diciendo, pero justamente
por eso, ¿no habría que recurrir a una expresión que fuera más coherente?
Ni siquiera
intento ocultar que me cae gorda la expresión. Me pasa con todas las
muletillas. Creo que no hay que hacer con ellas otra cosa que podarlas de
nuestra habla. Atención, disciplina, lógica. No puedo olvidar que o mis palabras
son imagen de mi pensamiento o mi pensamiento da a luz palabras que me dibujan.
¿Comienzo por dentro o comienzo por fuera? Por donde comience, algo tengo que
hacer para aclararme la escena, que tengo que comprender yo primero para poder expresarla
a los demás.
Ya no
recuerdo si aquel profesor de Castellano terminó con nosotros el año escolar. Pero
lo que había que hacer era deshacerse de él. Buena cosa que estaba enseñando a
sus alumnos. Lo que sí ha permanecido en el tiempo es la manía de interrumpir lo
que se está diciendo para preguntar: “¿Verdad?”, como si los demás supiéramos y
pudiéramos confirmar. Pero ya prometí al principio que apenas iba a decir que
es una muletilla y que, por eso, es ilógica... en el pensamiento y en la
expresión.
emalaver@gmail.com
Año X / N°
CCCLXXXVIII / 29 de agosto del 2022
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