lunes, 6 de mayo de 2019

¿Quién es la viudita, la hija del rey? (II) [CCLIX]

Edgardo Malaver



La ronda (1967), de Francisco Narváez. 
Plaza Bolívar de Porlamar



[Sigo, sin preámbulo, donde lo dejé la semana pasada]
         Una versión argentina (o más bien el verso final de una variante que se canta en Argentina) parece poner las cosas “en su santo lugar”, es decir, en manos del caballero, cuando cierra diciendo: “Con esta señorita me casaré yo”. Ésta confirma la hipótesis de que la joven no es princesa y mantiene la visión de que, en la sociedad y la época en que ha nacido el texto, el varón escoge mujer y no viceversa. ¿Qué tendría que decir este verso para que, sin alterar ritmo, rima y melodía, esta manifestación de la literatura oral diera señas de unas condiciones diferentes?
         Ya que hablamos del último verso, hablemos también del primero. Un rasgo bien curioso de la canción es el hecho de que comienza con la expresión arroz con leche, e inmediatamente, a mitad de verso, el muchacho cambia al tema que le interesa: su urgencia de casarse. ¿Qué tendrá que ver lo que luce (y casi sabe) como un postre tradicional con semejante situación? En realidad, no es tan difícil de adivinar, pero no queda uno muy satisfecho con la coherencia textual. Al remitir el término arroz con leche al campo de la gastronomía, no cuesta nada pensar que el caballero que busca esposa en la canción, recién salido de la Edad Media como está, también quiere tener en casa una cocinera. Y esto forma una cohesión clarísima con la mesa que la novia ha de saber poner en su santo lugar.
         Estirando un poco el alcance de las metáforas, puede pensarse también en una referencia a la pureza de sangre que, alrededor del siglo XVI, era imperativo conservar en las uniones matrimoniales. En este caso, el mozo caballero, que es blanco, metaforizado en la imagen del arroz, debe casarse con una doncella igualmente blanca, como la leche.
         Existen, a pesar de todo esto, versiones más bien revolucionarias en las cuales la joven, cual Marcela cervantina, lleva las riendas de su vida y aparece con una imagen incluso liberal, o así lo hace parecer el coro. En una de estas variantes, titulada La viudita del conde Laurel, durante el juego la niña que representa a la viudita canta que quiere casarse, a lo que el resto de los niños le responde: “Si quieres casarte y no encuentras con quién, pues escoge a tu gusto que aquí tienes cien”. La respuesta es tan liberal, que suena más contemporánea de lo que debe ser. Por cierto, el personaje masculino no tiene cabida en esta versión, que también es quizá la única que habla de “un beso en tu linda boca”, no está claro de quién.
         Al final de todas estas elucubraciones, descubrimos que, como en la viña del Señor, en este asunto hay para todos los gustos. Al final, la literatura “erudita” también sale favorecida, puesto que la diversidad de versiones orales da lugar a múltiples manifestaciones escritas. Federico García Lorca, tan formal y popular al mismo tiempo, nos dejó entre sus páginas su propia versión del drama de la viudita en su poema “Balada de un día de julio”, de 1919:

(...)
—¿Quién eres, blanca niña?
¿De dónde vienes?

—Vengo de los amores
y de las fuentes.

Esquilones de plata
llevan los bueyes.

—¿Qué llevas en la boca
que se te enciende?

—La estrella de mi amante
que vive y muere.

—¿Qué llevas en el pecho,
tan fino y leve?

—La espada de mi amante
que vive y muere.

—¿Qué llevas en los ojos,
negro y solemne?

—Mi pensamiento triste
que siempre hiere.

—¿Por qué llevas un manto
negro de muerte?

—¡Ay, yo soy la viudita,
triste y sin bienes,
del conde del Laurel
de los Laureles!
(...)

emalaver@gmail.com



Año VII / N° CCLXIX / 6 de mayo del 2019

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