La
conocida “Leyenda del horcón”, del argentino Juan Pablo López, dice en su sexta
estrofa:
Setenta años,
quién diría,
que vivo aquí
en estos pagos,
sin conocer más
halagos
que la gran
tristeza mía.
¡Qué problema para mí esa palabra pagos! La primera vez que en la adolescencia la oí, todo estaba
claro, todo era comprensible, pero vivir
en unos pagos me sonaba, esforzándome mucho, a ‘vivir endeudado’ o ‘vivir
pagando algo’, lo cual no compaginaba de manera alguna con la historia de amor
y dolor que contaba.
Por otro
lado, el 2 de septiembre me sucedió, como ya saben, un episodio con la palabra paisano, que apareció en Ritos CCLXXII. Y después de publicarlo,
seguí pensando sobre esas palabras que derivan de sustantivos comunes que
nombran lugares o accidentes geográficos: país,
villa, pueblo, etc. Y entonces saltó en mi memoria aquel verso gauchesco:
“que vivo aquí en estos pagos”, y cómo, por medio de él, aquella palabra había
adquirido en mi mente nuevo significado.
¿Qué es,
entonces, un pago? Hasta donde llegan mis lecturas recientes, pagus llamaban en latín a las aldeas, a
los bosques y hasta a las afueras de la ciudad. De modo que los habitantes de
esos lugares se llamaban paganus.
Cuando Roma se volvió cristiana —o cuando el emperador se convirtió al
cristianismo y ésta comenzó a ser la religión prestigiosa en el imperio, cosa
que comenzó a suceder en la segunda década del siglo IV—, los evangelizadores
descubrieron que los campesinos y aldeanos, los habitantes de las áreas
rurales, eran más duros para aceptar la fe de Cristo que dentro de la propia
capital, reputada de perversa. Así,
pronto la palabra que simplemente describía la condición de aldeano adquirió
también el matiz de ‘no creyente’, ‘no bautizado’, ‘infiel’, ‘hereje’ (incluso
‘gentil’, como decían los judíos).
Debe
haber sido luego, cuando, a su vez, el cristianismo llegó al poder, que paganus (y luego sus equivalentes en las
lenguas romances) se tornó despectivo y se vio solamente como vinculado a los
antiguos cultos grecorromanos y a las deidades de la naturaleza, reinantes en
los pueblos pequeños y lejanos. Y luego, dada la influencia del latín y del
catolicismo, pagano ha servido para
traducir ‘aquello que no pertenece a la religión principal’ de otros pueblos,
como la musulmana o las asiáticas. Curiosamente, en estos casos, pagano termina siendo equivalente a cristiano.
Al final
de la “Leyenda del horcón”, el hijo termina perdonando al padre que haya matado
a su madre y que se lo haya ocultado toda la vida. Los dos se liberan de un
dolor antiguo que los atormenta y prevalece el amor. En la esfera de las
palabras, unas van cediendo terreno a otras y van atrayéndose nuevos significados,
van oliendo a lo que huelen aquellas que desean conquistar o de las que desean
desembarazarse. Y, como si estuvieran frente a una hoguera contando una
leyenda, van haciendo camino para acercar o separar a los hombres.
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Año VII / N°
CCLXXVII / 28 de octubre del 2019
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