Edgardo Malaver
Este atelopus varius, aunque parezca un grafitti,
es una rana que nunca echará pelo
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Uno comienza confiando en el
conocimiento de los demás para no tener que decirlo todo, y una generación más
tarde, todos hemos olvidado lo que se había omitido. Uno comienza diciendo, por
ejemplo, “A palabras necias...”, porque confía en que nadie necesita que le repitan
el refrán completo cada vez, y apenas pasa un siglo, ya no es tan conocido
porque, al recortarlo, hemos contribuido a que se olvide lo que, por retórica,
no se dijo.
Don José María Iribarren
(1906-71) publicó en 1954 un libro titulado El
porqué de los dichos. Sentido, origen y anécdota de los dichos, modismos y
frases proverbiales de España con otras muchas curiosidades, que aun hoy es
un manantial de lo que María Fernanda Palacios llamaría sabor y saber de la lengua. ¿A usted se le ocurre preguntarse, por
ejemplo, por qué algunas personas valen
lo que pesan? Don José María lo sabe. ¿Usted quiere saber cuál fue, con
precisión, “la época de María Castaña”? Don José María lo pone en su libro.
¿Quiere averiguar quién es ese Pedro que anda por todas partes como si
anduviera por su casa. Don José María se lo dirá, pregúntele.
Este libro, en su página 582 (de la edición del 2002 de Suma
de Letras), contiene una breve reseña de lo que el autor llama “refranes
podados”. Toma el término de otro autor, Luis Martínez Kleiser (en Refranero
general ideológico español, 1953), y en
realidad se limita a reproducir, parece que incompleta, una lista de estos
refranes, que, de tan certeros, de tan cotidianos, de tanto ser utilizados en
las situaciones más claras, ya no necesitan (o no necesitaban en los años 50)
ser recitados hasta el final. O son fácilmente reconocibles sin esa segunda
parte, que en los más de los casos rima con la primera, o los hablantes
simplemente han olvidado cómo terminaba el refrán. Una, dos, tres generaciones
han nacido oyendo el refrán podado y ahora el que lo oye no se repite
mentalmente el final (porque no lo conoce tampoco)... y al final ni hace falta.
Se han convertido así en expresiones idiomáticas.
Iribarren enumera éstos:
por dinero baila el perro (no por el son que toca el ciego); en todas partes cuecen habas (y en mi casa a calderadas); cada loco
con su tema (y cada llaga con su postema);
el paño en el arca se vende (más el malo
verse quiere); una de cal y otra de arena (y la obra saldrá buena); quien tiene boca se equivoca (pero quien tiene seso no dice eso).
Sin duda estos truncamientos son posibles y se originan del
hecho de que son imágenes tan expresivas y visibles, casi concretas y
palpables, que su brevedad, atributo infaltable en un refrán, puede seguir
reduciéndose con el uso y a pesar del paso del tiempo. Alejo Carpentier dice en
El adjetivo y sus arrugas (1980) que las ideas —¿las imágenes?— nunca
envejecen cuando son las palabras concretas las que conservan todo el potencial
poético de lo dicho.
En Venezuela tenemos frases que parecieran ir camino de
convertirse en refranes podados, porque pocas veces decimos lo que sigue:
una cosa piensa el burro...; no por levantarse antes...; el que se mete
a redentor...; dime con quién andas...; el que nace barrigón...; el que a buen
árbol se arrima...; si del cielo te caen limones...; árbol que nace doblado...;
a caballo regalado...; en casa de herrero...; donde hubo fuego...
Al verlos escritos, a uno
pudiera quedarle la duda, pero en la oralidad la entonación resuelve lo que
pudiera quedar indeciso en el camino.
Sin embargo, tenemos también algunos refranes cuya segunda
parte no recordamos. Vamos a ver si usted conoce la segunda parte de estas
expresiones:
Cuando la rana eche pelo...
¿Cuándo no hay pascua en
diciembre...?
Morrocoy no sube palo...
Agárrame ese trompo en la uña...
emalaver@gmail.com
Año IV /
N° CXII / 20 de junio del 2016
agárrame ese trompo en la uña a ver si taratatea, o al menos así lo dicen en el corrìo de florentino y el diablo.
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