Edgardo Malaver Lárez
Vicente
Gerbasi a los 10 años, en 1923 Foto: Fundación Gerbasi |
Ustedes no
lo van a creer, pero acabo de descubrir que el poeta, el archiconocido poeta
Vicente Gerbasi... ¡también escribió cuentos! Quizá mañana me entero de que el
único que no lo sabía era yo, pero es que si me hubieran preguntado ayer, me
habría puesto de rodillas para afirmar con toda convicción que no, que un poeta
que escribe como Gerbasi, a quien parece que los ángeles le dictaran los poemas,
no podía haber cometido el desliz de descender al tosco suelo de la narrativa.
Habría apostado a Rosalinda a que no, era impensable para mí.
Y he aquí
que me habría equivocado. Preparándome para mi clase de Lengua Española II, que
esta semana tenía que tratar de las vanguardias del siglo XX en Venezuela, me
encuentro (¿cómo no la he encontrado en los cinco años anteriores?) la página
de la Fundación Vicente Gerbasi, donde descendientes del poeta reúnen miles de
textos, fotos, videos, avisos de eventos, etc. Y yo me quedo paralizado cuando
mi vista cae en una pestaña que dice “Muestras de cuentos y artículos”. ¡¿Qué?!
Artículos, indudablemente. Como todos los escritores del mundo, le atrae el
periódico, y a los periódicos les gusta vestirse de literatura al menos una vez
a la semana... pero ¡¿cuentos?! ¡¿Gerbasi?! ¿De cuándo acá, si Gerbasi es poeta,
única y solamente poeta?
Ilusionado
con la posibilidad de leer algo nuevo, pero sobre todo curioso, de un autor harto
conocido, hago clic. Y se abre una sección que quizá no está muy ordenada pero que
incluye, ciertamente, al menos cuatro cuentos que me pongo a leer con emoción
sin esperar ni un segundo más. Se titulan “Pluma” (¡que pone como inédito!), “Cometa”
(al que apellidan de infantil), “Cuento sobre Reverón” (que quizá no sea un
cuento pero lo parece) y el que juzgo el mejor y que está muy bien logrado: “Regreso
a la aldea”, publicado en Papel Literario ¡en 1954! ¡Setenta años y no
me habían avisado!
“Pluma”,
que es el apodo cariñoso del niño protagonista, aunque casi no participa en la
acción, es un cuento de buena ley que tiene el adorno de ponernos, de una vez,
del lado de los más débiles y, sobre todo, de aquellos que luchan para dejar de
serlo. Como era de esperar en Gerbasi, que en poesía está rodeado de noche, de
misterio ancestral, del enigma indescifrable de la vida, la historia de Pluma
(o más bien la de sus padres) termina mal, pero el cuento se mantiene en pie
porque no le concede ni un centímetro al sentimentalismo. Y ni siquiera se
puede decir que termina sorpresivamente porque en el camino el narrador nos va
dando datos sobre el final, aunque mientras leemos no captamos esas
insinuaciones porque estamos ocupados... pues leyendo. A pocas frases para el
final del cuento, sopla el viento de la tragedia, y el protagonista ve arder su
mundo y, con él, sus esperanzas. Venía de la noche y hacia la noche iba.
Por otro
lado, el cuento “Cometa”, que comienza de manera encantadora porque habla de
esa fascinación que hemos sentido todos por los papagayos, lamentablemente no
está completo. El final llega de repente en un punto en que aún no se ha
asomado el desenlace... ni siquiera casi el conflicto que los personajes tienen
que resolver. Sin embargo, está clarísimo que esta falla no es atribuible a la
impericia de Gerbasi, porque incluso en este caso truncado despliega mucha,
sostenida siempre por la delicada expresión poética de todo aquello que mira y
que desea señalarnos para que nosotros lo miremos. Mi hipótesis es que o los
transcriptores no se han percatado de que se les escapó un pedazo del texto o
que en la revista infantil impresa donde fue publicado el cuento por primera
vez —Páginas para Imaginar, de la Fundación del
Niño, que presidía doña Alicia Pietri de Caldera— lo cortaron antes de que
aparecieran escenas no apropiadas para niños de primaria. Tengo, entonces, la
esperanza de encontrar pronto el texto entero, porque confío en que tendrá un
conflicto y un desenlace dignos de semejante autor.
El “Cuento
sobre Reverón” parece más bien un artículo de los que publicaba Gervasi en El
Nacional cada semana. Narra una visita que le hizo al pintor Armando
Reverón, su amigo, en su casa en Macuto. Es una narración graciosa que hace un
artista sobre otro, por el cual siente el sincero amor fraternal que todos sabemos
que sentía Gerbasi por Reverón y viceversa. El autor no esconde, porque le
parece un rasgo valioso de su arte, el desequilibrio psicológico que ya padecía
el pintor en esa época (¡el mismo año en que iba a morir!). Para él es pura
imaginación, e imaginación genial, de la más prístina, cómo se comporta su anfitrión,
cómo lo recibe y cómo lo hace participar en la película que imaginariamente
está filmando sobre sí mismo porque “en las que se han hecho no está él”. Parece
que para él —y para sus lectores de aquella semana—, sin ese elemento, Reverón
no es Reverón. ¿Y qué es más artístico en un artista que el ejercicio de la
imaginación, en particular cuando hay que nadar en la adversa realidad?
Ese quizá
no sea de veras un cuento, pero “Regreso a la aldea”, que trata de un hombre
que después de muchos años de vivir en la ciudad, regresa a su pueblo
atravesando una selva de la que no parece encontrar la salida, es un cuento que
está tan bien hecho que uno incluso llega a pensar, pasada la mitad del texto,
que es algo aburrido. Pero no, era una perversa estrategia del narrador para
engañarnos. En cierto punto me convencí de que aquello era un despliegue,
bellísimo y delicioso, de las habilidades de Gerbasi como poeta. Las descripciones
me dibujaban los objetos y los seres con precisión en la mente, y las sensaciones
del protagonista eran visibles, palpables. Después de dos o tres páginas uno
siente que lo único que sucede en el cuento es que el protagonista se ha
perdido en el monte. Siempre está a punto de llegar a su aldea, pero el viaje
sigue y sigue. Es él el único que no se da cuenta. Pero llega el momento en que
se tropieza con otros dos personajes que dicen dos palabras que lo cambian todo.
Uno se echa hacia atrás, brinca de la silla por causa de la sorpresa y se comienza
a circular más rápido la sangre. Después de aquellas dos palabras no quiere uno
despegar los ojos de la lectura porque ya nada tiene explicación y, sin
embargo, todo está claro. Qué cuento de parecerse tanto a golpear la frente
contra una pared que no hemos visto aparecer delante de nosotros.
Y la poesía. La forma poética de narrar
enamora al lector, por más que él trate de mantener en mente que está leyendo
prosa. Desde el principio dice:
Un
humo lento ascendía entre la húmeda maraña olorosa a madera podrida, y a yerbas
machacadas y a vainilla, adquiriendo tonalidades azules en los reflejos de sol
que se filtraban por los claros abiertos en la elevada ramazón.
Jinete
de un caballo moro, bajo un amplio sombrero oscuro y una larga capa negra,
Gonzalo Valbuena entró en la umbrosa resonancia vegetal.
Sin embargo, esta entonación mansa, esculpida en una melodía
leve, se mantiene hasta la última palabra.
El propio
personaje habla como si estuviera escribiendo un poema: “Vio bajo los árboles
inmensos [un árbol] más pequeño, todo cubierto de flores amarillas, y
pensó: ‘Está bordado en la penumbra’”. Más adelante se encuentra ante unas aves
y tiene este pensamiento: “Divisó un guacamayo rojo que en una rama seca se
espulgaba el pecho, y dijo: ‘Un guacamayo rojo habita entre las hojas de la
alucinación’”. Cabalgando y cabalgando, pasa por un lugar en que “sobre el agua
enigmática del pozo caminaban algunas arañas rojas. [Gonzalo Valbuena piensa:]
‘Las estrellas de la noche, las estrellas del mar y las arañas rojas. He aquí
un bello misterio’”.
No sé si
existirá, aunque en las listas de obras de Gerbasi no aparece, una obra individual
que recoja sus textos narrativos, pero me he propuesto encontrarla. Y ahora
guardo la esperanza de que haya más cuentos como “Pluma” y “Regreso a la aldea”,
que son el perfecto equivalente narrativo de nuestro gigantesco poeta de Canoabo.
Ahora, qué
alegría, Vicente Gerbasi no es meramente, que ya era mucho, uno de los cuatro o
cinco poetas más grandes de la historia de Venezuela, sino que también podemos considerarlo
un narrador habilidoso y sensible, claro y humano. Un poeta cuya delicada expresión
le hace tanto bien a la narración...
emalaver@gmail.com
Año XII / N° CDLIV / 1° de abril del 2024
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