Edgardo Malaver
Carmen
Molina como María Teresa en Simón
Bolívar (1942), de Miguel Contreras Torres |
El 4 de enero les prometí que los
dejaría descansar de Simón Bolívar hasta el 20 de marzo. En esa fecha, pero del
año 1799, escribió Bolívar su primera carta —la primera de que se tenga
noticia—, a la edad de 16 años, desde Veracruz, México. ¿Qué hay en esa carta
que nos llama la atención hoy? Pues lo mal que, por lo visto, escribía el
Libertador a los 16 años. Afortunadamente, en la adultez ya escribe mejor, pero
en 1799, considerando la clase social del autor y la educación que sabemos que había
recibido hasta el momento y el prestigio intelectual de sus maestros, cualquiera
diría que sus errores son más bien pueriles e incomprensibles.
Lo relevante es que en realidad no es
así. La carta, dirigida a su tío Pedro Palacios y cuya sola lectura nos ahorra
la investigación de los detalles circundantes a ella y a su autor, contiene palabras
que el joven Bolívar escribe como si nunca antes hubiera escrito nada y apenas
intuyera, por la pronunciación, la ortografía de muchas de ellas. Escribe, por
ejemplo: “Mi llegada a este puerto ha sido felismente...”; “...nos hemos
detenido aquí con motibo de haber estado bloqueada la Abana...”;
“...podía escribir a usted mi situasión, y partisiparle mi biaje
que ise a México...”. Andrés Bello, Simón Rodríguez y el Padre Andújar
lo habrían dejado sin orejas, de haber tenido la carta entre manos.
Hoy, sin embargo, somos capaces de
entender que, para 1799, no estaban tan ampliamente difundidas las reglas de
ortografía que la Real Academia había publicado en 1741, sobre todo de este
lado del mar; además, en ese momento no eran tan coherentes como en ediciones
posteriores. En estos días he descubierto que Andújar alguna vez se quejó con
los tutores del benjamín de los Bolívar con respecto al escaso esfuerzo que
hacía el muchacho para aprender estas y otras cosas, pero esto no es suficiente
explicación de que escribiera yjo en lugar de hijo, hoi en
vez de hoy, nabegasión y no navegación.
Al contrario, hay que decir que Vicente
Lecuna, el gran recopilador de los documentos de Bolívar, afirma que en el
original se observa que el futuro Libertador había comenzado a corregir la
carta, aunque no pasó de la mitad. (Yo, en estos días, intentando ponerme en su
lugar, he imaginado al niño don Simón tratando de corregir la carta a toda
prisa antes de que zarpara el barco que salía para Maracaibo y, cuando ya no
pudieron esperarlo más, tuvo que entregarla sin haber terminado, sin poder
transcribirla corregida, lamentando la vergüenza que pasaría con su tío y sus
hermanos cuando leyeran la carta en Venezuela.)
En suma, es más un caso de poca
experiencia que de ignorancia. De hecho, ese mismo adolescente, que viaja solo
desde Caracas para Madrid, con escala en La Habana, pero que tiene que pasar
más de un mes varado en Ciudad de México, y que después de tres años en Europa regresa
a casa más rico que antes y de la mano de una esposa, en su segunda carta al
mismo tío Pedro —son los documentos 1 y 2 en el archivo de Lecuna—, fechada el
30 de septiembre de 1800, apenas un año y medio después, escribirá de esta casi
cervantina manera:
Estimado tío Pedro:
No ignora usted que poseo un
mayorazgo bastante cuantioso, con la precisa condición de que he de estar
establecido en Caracas y que a falta de mí pase a mis hijos, y de no, a la casa
de Aristiguieta, por lo que atendiendo yo al aumento de mis bienes para mi
familia, y por haberme apasionado de una señorita de las más bellas circunstancias
y más recomendables prendas, como es mi señora doña [María] Teresa [Rodríguez
del] Toro, hija de un paisano y aun pariente, he determinado contraer
alianza con dicha señorita para evitar la falta que pueda causar si fallezco
sin sucesión, pues haciendo tan justa liga querrá Dios darme algún hijo que
sirva de apoyo a mis hermanos y de auxilio a mis tíos.
Una vez a la cabeza del Ejército
Libertador, Bolívar escribió cientos y cientos de documentos que declaran
sostenidamente la profundidad de su conocimiento cultural y sus habilidades
lingüísticas. Las normas escritas de la lengua (y las normas de la lengua
escrita), como las no escritas (o sea, las de la lengua hablada), han seguido
evolucionando y son imparables; por fortuna, esta evolución no es tan rápida como
para impedirnos captar enteramente el sentido de una carta de hace 222 años,
aun minada de errores, que, por cierto, no notaríamos si nada más nos la leyeran
y no la viéramos con nuestros propios ojos.
La ortografía ha sido compañera de viaje
de los Bolívar desde que en el siglo XVI llegó a América el primero de la
familia que vino a buscar aquellas ciudades de calles hechas de oro que
llegaron describiendo los primeros que regresaron a España con Colón. En 1569,
Simón de Bolíbar el Viejo (1532-1612), al llegar a Caracas, se cambió el
apellido alterando solamente la segunda be por una ve. Y el Viejo debe haber sido,
como su célebre descendiente, habilidoso con la pluma porque en poco tiempo
logró que se abriera en Caracas el Seminario de Santa Rosa de Lima, donde
residiría después la Real y Pontificia Universidad de Caracas, que el
Libertador rebautizaría en 1827 como Universidad Central de Venezuela.
Al final, el revoltoso niño rico se
salvó de los halones de orejas de sus sabios maestros de origen humilde.
emalaver@gmail.com
Año IX / N°
CCCXLIX / 20 de marzo del 2021
No hay comentarios.:
Publicar un comentario