Edgardo Malaver
Ilustración
de las siete
artes liberales de Herrad von Landsberg (siglo XII) |
Lo más atractivo de los juegos de
trivialidades eran las preguntas sobre ciencias. Era fascinante poder responder
(e incluso no poder responder), por ejemplo: “¿Por qué los rayos X se llama
rayos X?”; “¿Quién fue la primera persona ganó el Premio Nóbel en diferentes
ciencias?”; “¿Quién inventó el cero?”. Y entre más humanista es uno, más se
sorprenden los competidores, porque creen que a uno sólo le interesan la
literatura, la historia, el cine y la música.
Aunque lo sabio es que ciencias y
humanidades convivan en paz y se enriquezcan las unas a las otras, los juegos
de trivialidades parecen confundir la gimnasia con la magnesia.
Afortunadamente, las confunden en el buen sentido, porque si todo lo que se
pregunta en el juego es trivial, lo es en ambas orillas del río. Es decir, en
ambos se detiene en lo que importa menos, en lo que impresiona a primera vista
pero que en realidad no es ciencia ni es arte. Como dice el diccionario, son
datos que “carecen de toda importancia y novedad”.
El detalle, sin embargo, no hay que
buscarlo en el juego sino en la Edad Media. En las universidades de entonces,
las materias que estudiaban los que estudiaban se dividían en dos grupos: por
un lado, las artes de la elocuencia y, por el otro, las artes matemáticas. El
primer grupo, formado por la gramática, la dialéctica y la retórica, era
llamado trivium (tres vías, tres senderos, tres calles), mientras que el
segundo, compuesto por la aritmética, la música, la geometría y la astronomía,
era llamado quadrivium (cuatro caminos, cuatro avenidas, cuatro sendas,
cuatro rutas). Juntas, eran las artes liberales, es decir, de los
hombres libres, porque se diferenciaban de los viles oficios de los esclavos.
Queda claro que, con el paso del tiempo, el trivio se convirtió en las
disciplinas humanísticas y el cuadrivio ahora abarca las científicas. Lo que
nos falta comprender en el presente es que en la Edad Media la educación
universitaria no se completaba mientras el estudiante no se zambullera en
aquellas siete ramas del conocimiento.
Lo triste es que en algún momento de la
historia comenzó a pensarse que las disciplinas reunidas en el trivium eran
superficiales y poco importantes con respecto a las otras y desde entonces las
humanidades son menospreciadas, subestimadas e incluso ignoradas en la
imaginación de la población en general. Lo trivial, inicialmente tan
profundo y tan amplio, se asimiló a lo superfluo e insignificante. Y una señal
clara de esto es que no existe un adjetivo proveniente de quadrivium que
signifique nada como ‘cargado de mucha importancia y novedad’. Se sobreentiende
que lo que tiene esos rasgos son las “ciencias serias”... que lo son,
ciertamente, pero no más que las humanistas. Y como probablemente diría C.P.
Snow si viviera aún, preferir uno de estos universos, sin mirar de reojo
siquiera hacia el otro, es, meramente, ignorancia.
Para decirlo en menos palabras, ¿qué
tienen de trivial, en la actualidad, la historia, la lingüística, la
antropología? ¿Son superficiales los estudios literarios, los filosóficos, los
artísticos? Aceptar que lo son equivaldría a aceptar que el hombre es sólo
carne y hueso, que no hay nada más que sangre y hormonas dentro de él.
Por cierto, ¿qué filósofo ganó
competencias de atletismo en las Olimpíadas?
emalaver@gmail.com
Año
IV / Nº
XCIX / 14
de marzo del
2016
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