Edgardo Malaver Lárez
Aristóteles (384-322 antes de Cristo) no sólo creó el término silogismo, sino que también estructuró el primer sistema lógico que se conoce |
Y se estuvieron mirando
por el cristal de las lágrimas.
Y el amor, entre sus ojos,
hilaba.
“La hilandera”, Andrés Eloy Blanco
En febrero del 2013, publicamos como primer número de Ritos simplemente la definición
de la palabra ilación del diccionario
de la Academia: “Trabazón razonable y ordenada de las partes de un discurso”, dice
en segunda acepción. Para el que sabe mucho de eso, muy bien, pero a uno lo desorienta
esa palabra trabazón, ¿no es cierto? ¿Qué es lo que se
traba?
Vamos a buscarla también en el diccionario.
Primero dice: “Juntura o enlace de dos o más cosas que se unen entre sí”. Aunque
digamos que no, esta imagen no dista mucho de la enredadera organizada de hilos
que produce una tejedora. Dos acepciones más tarde, dice: “Conexión de una cosa
con otra o dependencia que entre sí tienen”. Pues ya no parece tan difícil de
comprender.
Sin embargo, es la tercera acepción de ilación (pero también, bastante, la primera) la que pone por fin las cosas en terreno más
bien indiscutible. Las circunscribe a la filosofía, pero es sencillo relacionarlas con la lógica. ¿A usted no le suena “Enlace o nexo del consiguiente con sus premisas”
a lo que Aristóteles llamaría silogismo? Si un silogismo es un razonamiento en el cual se llega a
una conclusión a partir de dos afirmaciones (premisas), entonces la ilación ha
de tener con él alguna relación, cuando menos alguna semejanza, algún hilito
que los mediovincule.
Ciertamente, un texto entero (una
enciclopedia o un artículo de El Nacional)
o incluso un solo párrafo (como los de Víctor Hugo o como los de Ednodio
Quintero), aunque no tenga pretensiones extraordinarias, deberían exhibir esos
elementos, esos mecanismos de pensamiento, por medio de los cuales el lector u oyente
llega con el autor a las mismas deducciones, a las mismas convicciones, a las
mismas conclusiones, más allá de que no esté de acuerdo con él. Es a partir de
este “diseño”, y gracias a él, que el texto puede producir ideas nuevas.
Si las partes de una cosa se traban, si
se enredan, si cooperan unas con otras, el conjunto va a ser un todo cohesionado
y firme. De repente, se me conecta todo con la idea de cohesión, esa propiedad
de todos los textos (sin la cual, según los teóricos, no deberíamos llamarlos así) que, internamente,
muestran relaciones entre sus partes: la concordancia, las referencias
anafóricas y catafóricas, elipsis, etc., hilos que van amarrando unos elementos a otros, unas ideas a las demás, para hacer un solo ovillo sin cabos sueltos.
En resumen, todo texto, a riesgo de dejar de serlo, tiene que tener cohesión,
es decir, tiene que ser una especie de silogismo dentro de sí... tener ilación.
emalaver@gmail.com
Año IV / N° C / 21 de marzo del 2016
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