Luis Roberts
La siempre vigente advertencia de Orwell |
Hace
unos días en el chat de la Escuela de Idiomas Modernos (EIM), se ha colado la
preocupación del Observatorio Venezolano de Políticas Culturales (OVEPC) de la
Unión Europea, a través del grupo de trabajo del Open Method of Coordination
(OMC), de la propia EIM —espero— y de mí mismo como traductor, por la
degradación social y económica del traductor, “...sino que, además, las
herramientas digitales ofrecen ahora a todo el mundo el espejismo de tener la
capacidad de traducir de una a, incluso, muchas lenguas”. La sencilla pregunta
es: ¿puede la inteligencia artificial sustituir, léase eliminar, la profesión
de traductor? En todas partes ya se encuentran aparatitos por menos de 100 dólares
para viajar sin tener el problema de la lengua, pues el aparato te traduce lo
que tú digas, o lo que te digan, desde y a cualquier idioma, vayas al Tibet o a
la Ucrania anterior a la “putinada”, claro.
¿Pueden
estos aparatos suplantar a un preparado intérprete en conferencias en la ONU,
en la OPEP, en la OCDE? No. ¿Nunca? Por ahora. Se acaba de publicar en España
un trabajo realizado por lingüistas con un inventario de miles de errores, no
de traducción, sino gramaticales y sintácticos, en libros, periódicos,
folletos, publicidad, incluso en páginas web gubernamentales, porque, debido, por
un lado al paradigma de la “urgencia” de nuestro tiempo, y de ahorro de costes,
por otro, la figura del corrector casi ha desaparecido de estos ámbitos, y lo
peor es que el consumidor no reclama porque su nivel lingüístico es cada vez
menor y, o no lo percibe, o no le importa. Recordemos el famoso reciente
estudio de que en el Quijote hay más de 23.000 palabras del castellano,
que un profesional cualificado apenas utiliza más de 3.000 y que un joven
adolescente o ya no tanto, utiliza unas 700, incluyendo memes y groserías.
En
España ha surgido una nueva actividad para los buenos traductores: la
“posedición”. Consiste, simplemente en darle un barniz decente, con tarifas más
bajas, por supuesto, a las traducciones que tanto en el audiovisual como en
otros campos se hacen con máquinas, con inteligencia artificial, con Google,
con reconocimiento de voz, etc. El ya famoso historiador y profesor de la
Universidad de Jerusalén Yuval Noah Harari, en su último libro 21 lecciones
para el siglo XXI, se atreve a “pronosticar” las profesiones que
desaparecerán en un futuro próximo; la primera es la de publicista, pues el
algoritmo usurpa sus funciones, la segunda la del médico, pues ya existen
robots con millones de datos en su memoria que ningún médico puede tener entre
sus conocimientos y que pueden dar un diagnóstico mucho más preciso. Las
enfermeras y enfermeros tardarán más tiempo en desaparecer porque son las que
intuyen en la mirada del paciente cómo se siente y cómo hay que cuidarlo.
Seamos pues las enfermeras del idioma, los “correctores” de las máquinas, los
que demos belleza a nuestro idioma, los que lo cuidemos. Por ahí debería
orientarse la nueva tendencia de la enseñanza de la traducción, por lo menos
hasta que la inteligencia artificial nos alcance.
¿Pero
la belleza no es un concepto subjetivo hasta en el idioma? Steven Weinberg,
fallecido premio Nobel de Física, habla de la belleza de las teorías físicas,
que son bellas por su simplicidad y su inevitabilidad, y a los curadores y
críticos de arte que le reprocharon que no podía hablar de la belleza de unas
teorías, Weinberg les contesta que tan subjetiva es la idea de la belleza de
las teorías físicas como la de la belleza artística, y que el concepto de
belleza no tiene nada que ver con el de la elegancia de las ecuaciones, como
algunos confunden, pues, como dijo Einstein: “Dejemos la elegancia para los
sastres”.
Y a los que argumentan hoy que la inteligencia artificial nunca podrá suplir la belleza creada por el hombre, lingüística, o de otra índole, les propongo echar un vistazo al experimento que ha hecho el periodista científico español Kiko Llaneras con un programa de inteligencia artificial llamado Geniverse (geniverse.co) “pensada para aumentar tu creatividad”. Tú le dices qué quieres que pinte y el programa, la máquina, lo hace. Llaneras reconoce que lo que más le impresionó fue cuando le pidió al programa que le pintara un valle atravesado por un río, con búfalos alrededor y nubes multicolores. Aquí tienen la prueba.
Cualquier crítico de arte de los de “¿cuánto hay pa eso?”, que los ha habido siempre, diría que un desconocido nuevo genio de la pintura estaba exponiendo su obra en la galería X. La inteligencia artificial ya está aquí y todos, traductores incluidos, tenemos que prepararnos para eso. Orwell ya no es política ficción, es una crónica de nuestros días.
luisroberts@gmail.com
Año X / N° CCCLXXXIII / 23 de abril del 2022
Día del Libro y del Idioma
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