lunes, 27 de agosto de 2018

Soberana confusión [CCXXIII]

Sara Cecilia Pacheco



En 1879 el bolívar era tan fuerte (y tan soberano), que era de oro



         Hace pocos meses el gobierno venezolano decidió volver a cambiar de moneda, cambiando solo el adjetivo. Se supone que es una medida para frenar la inflación, pero basta con entender nociones básicas de economía para perder toda esperanza. En realidad, parece una solución para simplificarle la vida a quienes mueven grandes cifras. Esta vez, para reconvertir la moneda, no se le eliminaron tres ceros ni seis, sino cinco, cosa que hace muy complicada las cuentas para la mayoría. Nuestra primaria es deficiente y con esto se nota.
         En 2008, ya experimentamos una reconversión en que el bolívar (nacido en 1879) pasó a ser bolívar fuerte,  del ISO VEB al VEF.  Le quitaron tres ceros a la moneda. Entonces, daba la impresión de que era una moneda “fuerte” pero su juventud y fortaleza duró solo 10 años. Ya el lunes 20 de agosto, día de la entrada en vigencia del bolívar soberano, la gente empezó a llamar al bolívar fuerte bolívar viejo. No es para menos, ya que en su corta vida pasó de tener 2,15 veces menos valor que un dólar a 6.000.000 de veces menos valor que un dólar. Todo esto en términos oficiales.
         Pero vamos a concentrarnos en la nueva moneda, el bolívar soberano (VES). Aunque la soberanía sea una cualidad de mandatario, no sé si este bolívar venga a gobernarnos. El adjetivo soberano viene de la raíz latina super- y el sufijo -anus (no es lo que están pensando). Super equivale a ‘sobre’, ‘encima’, y -anus es el mismo sufijo -ano que está presente en varias nacionalidades y que denota origen, procedencia.  Podríamos intentar imaginar que esta moneda es “superior a su origen”, pero  soberano significa tres cosas, según el diccionario de la Real Academia:

1. adj. Que ejerce o posee la autoridad suprema e independiente. Apl. a pers., u. t. c. s. 2. adj. Muy grande, elevado o extraordinario. 3. m. y f. monarca.

         Supongamos que en el caso del bolívar estamos usando la segunda acepción. En ese caso, elevado y extraordinario parecen más que fuerte, pero ¿cuánto durará esta elevación? Por ahora, lo que es soberana es la confusión. Para la entrada en vigencia del bolívar soberano, se fijó que la tasa de cambio era de 60 bolívares soberanos por dólar, una cifra 23 veces más alta que en la entrada en vigencia del bolívar fuerte.
         ¿Cómo puede ser elevado y extraordinario si su valor el día de su nacimiento es menor al valor del bolívar fuerte en su nacimiento?
         Aunque nació devaluado, ¡larga vida al soberano!

sarace.pacheco@gmail.com



Año VI / N° CCXXIII / 27 de agosto del 2018




Otros artículos de Sara Cecilia Pacheco:

lunes, 20 de agosto de 2018

Veneca serás tú [CCXXII]

Edgardo Malaver



Una selfie de Vasco Szinetar
con Gabriel García Márquez en 1982



         Hace días, iniciada ya la reciente ola de xenofobia en contra de los venezolanos en el resto de Sudamérica, una estudiante me escribió para preguntarme sobre una palabra que en su familia todos parecen entender como despectiva pero que ella siente como un inofensivo sinónimo de venezolano. “Quiero saber con certeza si esta palabra es un insulto o un gentilicio”, me decía.
         La situación que me relató es más o menos así: está su familia viendo las noticias en la televisión y en una de ellas una mujer se ofende porque alguien la llama veneca. Mi alumna comenta: “Qué loca, todos somos venecos”. Y su padre salta y le dice a ella: “Veneca serás tú”.
         El sustantivo veneco”, le respondí, “ciertamente, es peyorativo, discriminatorio y xenofóbico. Me imagino que habrá situaciones particulares, familiares, muy reducidas, en que algún colombiano (o algún venezolano) utilice esta palabra con cariño, pero no es una palabra cariñosa, ni siquiera regular e inofensiva; en Colombia, se llama así a los venezolanos (desde que yo recuerdo) cuando se habla de ellos (de nosotros) con menosprecio y cuando la presencia de los venezolanos en Colombia ha representado un problema. Parece que nunca en la vida esa presencia había sido tan problemática como en este momento, así que la palabra goza de buena salud y será así durante larguísimo tiempo”.
         Es fácil observar en el mecanismo de construcción de la palabra una coincidencia con otra que también es peyorativa: paraco, que se usa también en Colombia para nombrar a los paramilitares, que en realidad, aunque se hagan pasar por justicieros, son delincuentes. En Venezuela también hay —sí, también hay paracos, pero pensaba en otras palabras como éstas—. La primera que me viene a la mente, aunque en realidad no se formó de la misma manera, es adeco, es decir, miembro del partido Acción Democrática. Adeco se formó en los años 1940 cuando, siendo aún ilegal el partido, la gente percibía a sus miembros como comunistas. La unión de las siglas del partido y la primera sílaba del adjetivo comunista (AD + co-) formaron la nueva palabra, que dejó de ser insultante cuando los adecos contribuyeron a restaurar la democracia y el partido llegó al poder.
         También tenemos en español palabras que parecen construirse siguiendo el mismo mecanismo que veneco. Terruco, por ejemplo, se usa popularmente en Perú para referirse a los terroristas desde los tiempos de auge de Sendero Luminoso y más recientemente también como insulto contra otros grupos, incluyendo a los indígenas. En España, una ventanuca es una ventanita tan pequeña que ni siquiera requiere reja; y no recuerdo en este instante el título de aquella película argentina sobre Eva Perón en que la protagonista se refiere los militares como “esos milicos cagones”.
         Aparezcan o no en el diccionario, también se usan casuca, papeluco, feúco, beatuco, frailuco, mujeruca, carruco, hermanuco, equivalentes a casucha, papelucho, feúcho, etc. Hasta llamamos cariñosamente Camucha a algunas mujeres de nombre Carmen.
         A lo que no hemos llegado es que se trata del sufijo –uco, que en todas partes es diminutivo y despectivo. El mejor ejemplo en Venezuela es maluco. Y el peor, horrible, insoportable, es vejuca. Pequeño, insignificante, feo, sin valor para nadie, parecen ser semas importantes que comunica el sufijo –uco (y sus variantes). Curiosamente, en Santander, España, según el Centro Virtual Cervantes, terruca es un diminutivo afectuoso de la tierra donde uno ha nacido.
         Veneco, como insulto, queridos alumnos, es en realidad un dimunitivo peyorativo más que nace del uso de la lengua en circunstancia en que un grupo mayoritario se cree en ventaja sobre otro que atraviesa dificultades. Aunque algunos no lo crean y aunque sea con otros sufijos, la lengua de los venezolanos también ha delatado en distintas épocas sentimientos xenofóbicos que habría que recordar ahora: portu, españoleto, maquediche, cotorro, perucho, turco, chino, caliche, indocumentado. La xenofobia, como diría Elías Pino Iturrieta, es enanismo intelectual. Y lo es en todas partes.
         Gracias a Dios y a la literatura, Gabriel García Márquez escribió al final de los 1950 un libro titulado Cuando era feliz e indocumentado, en que habla de ese período en que, aun extranjero, Venezuela lo amaba a él y él la amaba a ella.

emalaver@gmail.com



Año VI / N° CCXXII / 20 de agosto del 2018



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lunes, 13 de agosto de 2018

Reflexiones sobre la anomia [CCXXI]

Luis Roberts



Sin anomia ni desorden, Tucídides fue capaz de narrar
la
Historia de la Guerra del Peloponeso


         De las moscas a la anomia, pero sigo reflexionando.
         La palabra anomia, del griego νομία / anomía: prefijo - a- «ausencia de» y νόμος / nómos «ley, orden, estructura». En el Diccionario de la RAE tiene dos entradas: 1. f. Ausencia de ley. // 2. f. Psicol. y Sociol. Conjunto de situaciones que derivan de la carencia de normas sociales o de su degradación.
         En la sociología moderna, primero uno de los padres de la sociología, Émile Durkheim, y luego el estructuralista Robert Merton introducen el término y el concepto, concepto multiuso, es verdad, desde siempre. Efectivamente, ya Herodoto, con sólo dos referencias, como “falta de respeto por las costumbres” y, sobre todo Tucídides, ateniense, para quien la anomia se producía por la descomposición de la sociedad como un producto directo de la descomposición del hombre. Tucídides descarta por completo la supuesta acción de la fatalidad y el destino y estima que los asuntos prosperan o fracasan en el mundo, según el acierto o la torpeza de los dirigentes. En Atenas la mayor anarquía se manifestó en el incumplimiento de las leyes y de las costumbres. La sociedad en general no tenía en cuenta las reglas. Más adelante, para Platón el término anomia representaba la anarquía e intemperancia.
         Volviendo a la sociología moderna, para Durkheim, en su La división del trabajo social y el suicidio, la anomia se da cuando los vínculos sociales se debilitan y la sociedad pierde su fuerza para integrar y regular adecuadamente a los individuos, generando fenómenos sociales tales como el suicidio: el suicido individual y el colectivo, el de la sociedad.
         Por su parte, Merton dijo que la anomia es sinónimo de “falta de leyes y control” en una sociedad y su resultado es una gran insatisfacción por la ausencia de límites en cuanto a lo que se puede desear.
         Más cerca de nosotros, Carlos Santiago Nino, en Un país al margen de la ley (1992), señala sobre la base de la sociedad argentina una larga serie de conductas observables que configuran un conjunto social anómico: la forma en que se transita por los espacios públicos, cómo estos son cuidados, la naturalidad con que se evaden las responsabilidades cívicas “pago de impuestos, por ejemplo”, la forma en que se contamina el ambiente, la extensión de la corrupción, (la ignorancia de las leyes de tráfico, añado yo), etc. Testimonios todos de una sociedad abrazada a la ilegalidad entendida como falta de respeto a las normas; según Nino, el factor anómico opera por sí mismo en la generación de niveles bajos de eficiencia y productividad, y distingue tres tipos de ilegalidad diferentes:

a)         la mera desviación individual que ocurre cuando los individuos encuentran conveniente “para sus intereses” dejar de observar la ley “dado el probable comportamiento de otros”;
b)        la que se presenta cuando ocurre un conflicto social que lleva a un sector a desconocer la legitimidad de la autoridad que dicta las normas en cuestión;
c)          la que llama anomia boba, que implica situaciones sociales en las que todos resultan perjudicados.


         Hasta aquí. Pero a mis amigos los cinéfilos les invito a recordar el ineluctable letrero del inicio de las películas: “CUALQUIER PARECIDO CON nuestra REALIDAD ES PURA COINCIDENCIA”, La minúscula es un lapsus de mi cosecha.

luisroberts@gmail.com



Año VI / N° CCXXI / 13 de agosto del 2018




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lunes, 6 de agosto de 2018

¡Qué metáfora tan ‘grinch’! [CCXX]

Laura Jaramillo




El actor Rafael Briceño en el papel de Juan Vicente Gómez
en la telenovela
Gómez (RCTV, 1980)



         Hay un famoso personaje legendario que, al igual que el Niño Jesús, nace todas las Navidades, pero no para alegrarlas, sino para arruinarlas, aunque luego se le ablanda el corazoncito y se rinde ante ese ambiente de paz y armonía. El señor en cuestión es el Grinch.
         Ese personaje verde es conocido por lo malhumorado o gruñón que es. Tengo un vecino que además de tener cara de Juan Vicente Gómez en foto, o sea, serio, también es ‘grinch’; hasta los ratones salen despavoridos de su casa. En fin.
         Todo este intro es porque me he topado con la españolización del nombre de nuestro personaje navideño, gracias a mi progenitora, quien en una conversa por teléfono con su archivecina expresa: “Mijita, es que ahorita to el mundo anda engrinchao”. Yo volteo y la miro con cara de haber escuchado un idioma africano, y me digo: “¿Engrinchao?”.
         Es que resulta que cuando una persona anda molesta, a la defensiva, quizás hasta sensible, ella le dice que está engrinchao. ¡Qué metáfora tan maravillosa! Hay una relación lógica entre la adjetivación y lo que representa el personaje. El Grinch se la pasa molesto y pensando cómo fregarle la Navidad a los que están felices con ella. Además, el mister es verde, y nosotros también “nos ponemos verde” cuando nos alteramos. Todo un mundo de asociaciones.
         Ignoro si alguien más la usa, la conoce o cuál es su frecuencia, pero por el solo hecho de que mi santa madre, como buena sanjuanera, al igual que Aquiles Nazoa, la haya creado, es dignísima de incorporarse al magno diccionario de venezolanismos.

laurajaramilloreal@gmail.com



Año VI / N° CCXX / 6 de agosto del 2018




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